jueves, 26 de julio de 2012

III) Las tres grandes preguntas filósoficas: ¿Qué podemos esperar?

¡Saludos compañeros!

Hoy por fin llegamos al final de las tres preguntas kantianas sobre la función de la filosofía. Para recordar rápidamente: la primera pregunta trataba sobre la verdad y la realidad (¿qué podemos conocer?), la segunda pregunta nos interrogaba sobre la ética, la moralidad y el bien (¿cómo debemos comportarnos?). La tercera pregunta, como habéis podido leer en el título de la entrada, es todavía más críptica y misteriosa: ¿qué puedo esperar?

¿A qué se refiere nuestro amigo prusiano? ¿Qué quiere decir con eso de esperar algo? En inglés y alemán utilizan dos palabras diferentes que en español se traducen igual. Esperar (con impaciencia, en mi caso) a que tu mujer se maquille para ir a cenar se traduce con to wait o warten, pero esperar que tu mujer se dé prisa en maquillarse para no llegar tarde se traduce como to hope o hoffen. Es decir, ya sabemos que una cosa es la espera y otra muy distinta es la esperanza. En este caso Kant pregunta was darf ich hoffen? así que sospechamos que habla de esperanza.

Así pues, la pregunta que Kant hacía se puede reformular de la siguiente manera: ¿tiene sentido que tengamos esperanza? ¿Esperanza de qué? Del mayor anhelo que puede tener la humanidad: el renacimiento tras la muerte. ¿Qué nos espera tras la muerte? ¿Existe un dios que juzgue a vivos y muertos y depare destinos desiguales según nuestro comportamiento en la vida? ¿Es dios un ser personal que nos escuche y atienda, que nos ame y cuide, o es más bien un ser impersonal, puramente creador, sin ningún interés por el hombre y sus criaturas? Es más, ¿existe dios? ¿Puede demostrarse su existencia? ¿Tenemos un alma que pueda sobrevivir a la muerte? ¡Vaya preguntas! ¡Ya avisé que esta pregunta de Kant era la que más intríngulis se traía!

¿Existe dios? Al fin y al cabo, si queremos analizar nuestra posible inmortalidad tenemos que dilucidar en primer lugar si el que nos la garantiza existe. Sin embargo, no voy a responder, como siempre, con un simple sí o no. Varios argumentos se han dado de la existencia de dios a lo largo de la historia de la filosofía. Menos numerosos son los argumentos que se han dado en sentido contrario (es decir, los que demuestran que dios no existe) probablemente porque la existencia de dios no es algo evidente en un primer momento, y por eso la carga de la prueba deba recaer sobre demostrar su existencia más que su inexistencia. Todos hemos oído hablar de las famosísimas cinco vías de Tomás de Aquino (que en gran parte son un compendio de demostraciones clásicas sobre la existencia de dios). Su exposición y análisis lo dejaré para una futura entrada porque aquí nos llevaría demasiado tiempo.

Me detendré con detenimiento en la demostración por medio del argumento de san Anselmo de Canterbury. Descartes reformuló el argumento de un modo que para mí es más convincente y más claro así que utilizaré su formulación. Dice así:

"1) Imagina un ser absolutamente perfecto. Ha de ser, por tanto, un ser que contenga todas las perfecciones. Definimos perfección como algo que es mejor tener que no tener. Por ejemplo, la belleza es una perfección porque es mejor ser bello que no serlo; la justicia es una perfección por lo mismo, la sabiduría, la bondad, etc. Imaginemos, pues, un ser absolutamente perfecto que contenga todas estas perfecciones.

2) La existencia es una perfección, pues son más perfectas las cosas que son que las cosas que no son. Evidentemente es mejor un millón de euros existente que uno imaginado. 

3) Si ese ser absolutamente perfecto contiene todas las perfecciones también ha de poseer la perfección de la existencia porque si no, no sería absolutamente perfecto.

4) Por lo tanto, ese ser absolutamente perfecto existe y lo llamamos dios."

Este argumento ha levantado ríos de tinta (y sangre, en ocasiones) de un modo tal que a nosotros, seres desposeídos del siglo XXI, nos resulta difícil de creer. Ha tenido fervientes defensores y agresivos detractores. Es un argumento que tal y como está expuesto resulta intachable, pero todos sospechamos que algo hay detrás de él que huele a chamusquina. No obstante, no está refutado ni mucho menos porque tanto los defensores como los atacantes provienen de visiones metafísicas tan diferentes que es prácticamente imposible que se pongan de acuerdo. Sabed que es perfectamente posible estar de acuerdo con él, pero que entonces hay que admitir ciertos presupuestos metafísicos con los cuales quizás no comulgaríais tan a gusto. Lo mismo digo para sus detractores, sabed que si no admitís esto entonces debéis estar preparados para ciertas consecuencias metafísicas que puede que no os agraden. No es una cuestión fácil ni sencilla, ¡ni mucho  menos!

Esta entrada se está alargando (el tema da para tanto... ¡da para demasiado!) así que la terminaré con una reflexión del gran Blas Pascal. Este fue un hombre de inteligencia privilegiada: formuló leyes físicas, matemáticas, inventó la primera calculadora con 19 añitos, etc. Pues bien, Pascal sufrió una experiencia religiosa profunda que le llevó a formular su famosa apuesta metafísica con la que demuestra la necesidad de creer en Dios. Dice así:
  • Tú puedes creer en Dios; si existe irás al cielo.
  • Tú puedes creer en Dios; si no existe no ganarás nada.
  • Tú puedes no creer en Dios; si no existe tampoco ganarás nada.
  • Tú puedes no creer en Dios; si existe tú serás castigado.
Como vemos, no creer en Dios nunca redunda en beneficio y existe el 50% de posibilidades de perder. Sin embargo, los creyentes siempre juegan con ventaja pues tienen un 50% de posibilidades de ganar y nunca pueden perder (a lo sumo pueden quedarse como estaban). Concluye Pascal que la apuesta más segura y fiable es creer en Dios.

Así os dejo.

¡Saludos filosóficos!

sábado, 21 de julio de 2012

II) Las tres grandes preguntas filósoficas: ¿Cómo debemos comportarnos?

¡Saludos compañeros!

Tal y como prometí hace unos días hoy voy a plantear la segunda de las tres preguntas filosóficas de Kant. Si recordáis, la primera tiene que ver con el conocimiento y la realidad: ¿qué podemos conocer? Esta segunda pregunta tiene una vertiente mucho más práctica y tiene que ver con la ética y la moral. Cómo habréis visto en el título, la pregunta es ¿cómo debemos comportarnos? Como todas las preguntas filosóficas siempre parece algo simple y evidente de primeras. Vamos a intentar darle esa vuelta de tuerca que siempre le damos (porque las preguntas simples son demasiado mainstream).

La primera pregunta hacía referencia a la cuestión de la verdad. Es decir, qué significa decir que una proposición (una frase) es verdadera. Esta segunda pregunta hace referencia al tema del bien. O sea, ¿qué es lo que hace que una acción sea moralmente buena? Pongo lo de "moralmente" en negrita porque hay que distinguir entre que una acción sea "técnicamente" buena o "moralmente" buena. Cuando decimos que alguien es bueno tocando la guitarra, no estamos afirmando nada sobre su moralidad porque en realidad puede ser una persona horrible. Y viceversa, si afirmamos que una persona es buena, sin más, sí que estamos realizando un juicio moral.

Así pues, y hecha esta distinción relevante, pasamos a lo que realmente importa: ¿qué diferencia una acción normal de una acción moral? Es decir, ¿qué diferencia hay entre una persona buena, virtuosa, y un virtuoso -por ejemplo- de la música? ¿Qué convierte a una acción en moral? Parece que esta pregunta -¡una vez más!- no tiene mucho sentido. Voy a intentar ilustrarlo con unos ejemplos.

Ejemplo 1: hemos ido de excursión al monte y hemos llegado a la cima de la montaña tras arduos esfuerzos. Llevados por nuestro contento nos asomamos al borde de la cima y contemplamos el mundo bajo nuestros pies. Agarramos una piedra y la lanzamos por el borde lo más lejos que podemos, por el solo placer de verla caer. Recogemos el petate y volvemos a casa con el corazón henchido y la sonrisa en nuestra alma (toma ya).

Ejemplo 2: hemos hecho la misma excursión y al tirar la piedra hemos dado sin querer a un transeúnte, matándole al instante.

Ejemplo 3: hemos hecho la excursión y nos hemos topado con una persona a la que siempre hemos odiado. Sin mediar palabra, cogemos una piedra y se la lanzamos, matándola al instante.

Ejemplo 4: estamos alegremente de excursión y somos atacados por un bandido. Movido por la desesperación, en medio del combate agarro una piedra, la lanzo y le golpeo, matándole al instante.

A una misma acción (lanzar una piedra) le corresponden juicios diferentes. ¿Cuáles de estos ejemplos son acciones morales? Pocos dirían que el primer ejemplo es de consideración moral, pero en los tres restantes la moralidad es más difusa, excepto quizás en el tercer ejemplo. Ahora entendemos la pregunta de Kant, ¿qué convierte a una acción moral en un tipo de acción diferente a las demás?

Simplificando enormemente el tema voy a apuntar que hay dos tendencias en la historia de la filosofía acerca de la moral:

a) El eudemonismo (o teorías de la felicidad): para el eudemonismo son buenas las acciones que nos conducen a la felicidad, malas las que nos hacen desgraciados y neutras (o indiferentes en la moral) las que ni nos acercan ni nos alejan. Por tanto, la acción que realicemos solamente será buena moralmente si nos hace felices.

Por supuesto, los caminos hacia la felicidad son sinuosos y poco claros, lo cual no ayuda a la hora de intentar establecer normas morales. Por eso los filósofos han discutido sobre si la felicidad la da el placer, el conocimiento, el poder, el dinero, etc. En función de cuál sea el fin unos tendrán unas normas u otras. Es decir, son éticas con contenido, con normas morales que hay que seguir. El ejemplo más claro de ética con contenido son los diez mandamientos. Por tanto, el fin de toda acción moral es la felicidad y ha de llevarse a cabo siguiendo una serie de normas que nos conducen hacia ella.

b) El formalismo kantiano: para Kant (y los kantianos) una acción moral no es la que está motivada por la felicidad sino por el deber. De hecho, hacer cosas que no nos hacen felices por deber es el más claro acto moral que podemos realizar.

Pone el ejemplo siguiente (prometo que es el último por hoy). Alguien que visita siempre a sus padres porque le hace feliz será un santo pero no está realizando actos morales, porque lo único que guía sus acciones es hacer lo que gusta y le hace feliz. Por tanto, esas acciones no tienen ningún mérito. Sin embargo, el que lo hace cuando no le apetece porque considera que es su deber está realizando una acción verdaderamente moral. Precisamente porque no lo hace para ser feliz, sino simplemente por deber. Además los criterios de las ética eudemonistas son variables: el día que a alguien le haga feliz torturar a la gente podemos tener ciertos problemas...

Para él solamente hay una sencilla regla: "actúa de tal manera que tu comportamiento pueda servir de ejemplo para el resto de la humanidad". No hay más reglas ni normas, sino solamente esa. Cada uno de nosotros cada vez que actuamos debemos pensar si lo que hacemos es ejemplar para los demás.

Ayyyy, si los políticos siguiesen esta sencilla regla, otro gallo cantaría... En fin, el próximo día veremos la tercera y última de las preguntas de la filosofía. ¡La más importante me atrevería a decir! En fin, pongo el punto final que ya me he enrollado lo suficiente.

Como siempre sentíos libres de comentar, ya sea acerca de mi moralidad o de la de los demás ;)

¡Saludos filosóficos!

miércoles, 18 de julio de 2012

I) Las tres grandes preguntas filósoficas: ¿Qué podemos conocer?

¡Saludos compañeros!

Si me habéis seguido hasta aquí tendréis cierta inquietud en saber cuáles son las preguntas que ocupan el quehacer filosófico. Uno de los problemas a los que se enfrenta la gente no experta al enfrentarse a la filosofía es hacerse una idea del tipo de preguntas que nos hacemos.

Es decir, ¿a qué se dedican estos señores filósofos en su tiempo libre (y no tan libre)? Por ejemplo, los economistas se dedican a analizar las necesidades humanas en términos cuantificables, los biólogos se dedican a estudiar la vida, los matemáticos se dedican a estudiar relaciones entre cantidades, los artistas experimentan con la belleza, etc. Todos ellos dedican  su empeño y esfuerzo en una parcela concreta de la realidad o la naturaleza pero la filosofía presume de estar por encima de todas esas ciencias y actividades humanas.

Uhm. Blablabla, eso suena muy bonito. Pero, ¿en qué se concreta esa magnífica disciplina? ¿Qué preguntas se hace? ¿Qué intenta averiguar? ¿Por qué nos torturan con esa materia de PAU (antigua Selectividad)?

Un tipo llamado Kant, que a todos nos suena aunque no tengamos ni idea de lo que dice, planteó el tema constatando que la filosofía responde a tres preguntas fundamentales. La primera de esas preguntas es: ¿qué podemos conocer?

 Una pregunta curiosa. A primera vista, nos quedamos un poco paralizados ante esta pregunta, como si fuera de una obviedad pasmosa; como si fuera algo que es absurdo preguntarse. ¡Empezamos bien si la filosofía se dedica a preguntarse estupideces como esta!

Pongamos el cerebro a funcionar. Esta pregunta, en el fondo, tiene que ver con la verdad. O Verdad, como prefiráis. Podemos plantear la pregunta de diferentes maneras, que revelan diferentes matices: ¿qué significa que algo es verdadero? ¿Existe la verdad? ¿Podemos conocer la verdad? ¿Bajo qué criterio? O todavía más profundamente: ¿Qué es la realidad?

De repente la cuestión se convierte en algo no tan sencillo. Todos los días leemos noticias en los periódicos; ¿son verdaderas esas noticias? ¿En qué sentido podemos decir que son verdad? ¿Estamos tan condicionados por nuestras opiniones que somos incapaces de hablar con verdadera objetividad? Si caminamos por un desierto y vemos un espejismo, ¿es eso real? ¿Por qué es irreal si lo estamos percibiendo? Hay mucha gente -la mayoría- que considera a nuestros sentidos como la fuente de la verdad y el conocimiento, pero no es menos cierto que muchas veces nuestros sentidos se equivocan. Pensemos en el caso de la pajita doblada en el vaso de agua. Sabemos que realmente no está doblada pero así se lo parece a nuestros sentidos. En ese caso, la razón científica nos indica que eso no es real, sino una ilusión. ¿A cuál de ambos criterios hemos de hacer caso? ¿Dependerá de las circunstancias? ¿Y cuáles son esas circunstancias? Cada pregunta que nos hacemos se multiplica en decenas de preguntas, todas relacionadas e igualmente interesantes (¡quiero creer!).

Relacionado con esto hay dos posturas clásicas en torno al problema de la verdad y el conocimiento, ambas de difícil reconciliación (a pesar de que Kant lo intentó  muy dignamente):

a) Empirismo: el empirismo surgió en Gran Bretaña y mantiene que el criterio de verdad nos lo dan nuestros sentidos. Es real aquello que podemos percibir y no es real aquello que podemos percibir de ningún modo. De todo lo que está más allá de nuestra percepción sensible (vista, oído, gusto, tacto, olfato) no podemos hablar con propiedad. Para los empiristas es imposible hablar en términos racionales de Dios, el alma, etc. Como son cosas que no podemos percibir cualquier discurso sobre ellos es irracional y un pedaleo absurdo. El motivo por el que los filósofos nunca se ponen de acuerdo -dicen- es porque no hablan de cosas que podemos percibir, por lo que es imposible ponerse de acuerdo. Todos sabemos si tenemos cinco dedos o no porque podemos verlo, pero seríamos incapaces de afirmar inequívocamente, por ejemplo, que nuestra alma es inmortal. Al fin y al cabo, ¿cómo podríamos demostrarlo?
¿Suena convincente? Escuchemos el argumento contrario.

b) Racionalismo: el racionalismo surge en Francia aunque se extendió rápidamente por el continente europeo. Encontramos su origen en Descartes (del cual solamente sabemos que piensa, por tanto existe).
El racionalismo mantiene que los sentidos nos engañan, son poco fiables y por eso no podemos hacer un discurso racional sobre aquello de lo que hablan. Un mismo color se aparece de diferentes maneras para un daltónico y una persona normal, pero, en rigor, ambos ven el mismo color de modo diferente. La percepción es diferente, así que ¿cómo pueden ponerse de acuerdo para decir qué color es? Hagamos el experimento mental: ¿y si de repente hubiese en el mundo más daltónicos que gente normal? ¿Cómo llamaríamos a ese color? De repente el criterio de verdad cambiaría. O más sencillo: todos sabemos que el color cambia según la iluminación que tenga. ¿Por qué no podemos clasificar los colores por la noche (cuando son más oscuros y tienen otros matices más apagados)? En el fondo es arbitrario hablar de cosas sensibles y perceptibles porque todos podemos estar sintiendo cosas diferentes ante un mismo hecho.
Lo único que nunca cambia y siempre es fiable es la razón. 2+2=4 siempre y en todo momento, aunque estemos deprimidos, aunque estemos alegres, seamos listos o tontos, etc. La ciencia (en concreto, las matemáticas y la geometría) nunca nos engaña, siempre es del mismo modo. Y está hecha puramente con la razón, sin que intervengan los sentidos. Así pues, solamente podemos encontrar verdades indudables en la ciencia racional; en cuanto los sentidos entran en la fiesta todo se arruina.

No es un tema cerrado ni mucho menos, y casi todos los filósofos deben enfrentarse a este problema en algún momento de su existencia.

¿Cuál es vuestra postura? ¿Sois empiristas o racionalistas? ¿Preferís la flema británica o la pompa francesa?

El próximo día vendrá la segunda pregunta. No os la digo para dejaros con la intriga ;)

¡Saludos filósoficos!

viernes, 13 de julio de 2012

¿Para qué sirve la filosofía?

Empiezo a reflexionar sobre lo que todos hemos sufrido como sufridos estudiantes de bachillerato en algún momento de nuestras vidas: ¿para qué demonios sirve esto? Esta pregunta se puede plantear de muchas maneras, y por tanto responder de varias (ahí me sale la vena gallega :P).
Puede hacerse desde una perspectiva más amplia: ¿para qué sirven las cosas que no sirven para nada? Esto invita a que nos suscitemos preguntas siempre interesantes, como por ejemplo: ¿quién decide qué sirve y qué no sirve hoy en día? O también ¿a lo largo de la historia el criterio de utilidad (es decir, lo que es útil y lo que no) se ha mantenido invariable o es algo dinámico y flexible?

Normalmente la gente que critica a la filosofía por su falta de utilidad no aclaran estos puntos que he resaltado. Imaginemos a un científico criticando que la filosofía no sirve para nada porque no ha descubierto nada. Semejante visión revela una gran miopía. ¿Criticaríamos al arte por no haber descubierto la belleza definitiva? Antes bien, encontramos diferentes demostraciones de la belleza en todas las diferentes obras de arte que se han producido a lo largo de la historia. El ejemplo del arte me inspira (hoy me siento despierto y no son ni las 23:00, ¡vamos mejorando!). ¿Para qué sirve el arte? ¿Nos llevaríamos obras de arte a una isla desierta?

Hablando de islas desiertas. Siempre podemos poner el ejemplo del Robinson Crusoe. O de Tom Hanks en la mítica película de "Náufrago". Si tuviéramos que sobrevivir duramente en una isla desierta probablemente no haríamos obras de arte ni perderíamos el tiempo en filosofar, pero ¿sería esa una vida auténticamente humana? Al ser humano no le basta con sobrevivir, sino que debe vivir, en el sentido más pleno de la palabra. Y eso incluye necesariamente a todo lo que los superultraeficientespragmáticos llaman inútil. Resumiendo: sin las cosas inútiles el ser humano no sería humano.

¿Qué utilidad puede tener contemplar un amanecer en una noche de verano? Ninguna, por eso los animales no lo hacen.

Como siempre, sentíos libres de comentar y proponer, que de eso se trata. ¡A filosofar! ¡A perder el tiempo!