martes, 29 de enero de 2013

El eterno retorno

¡Hola compañeros!

Bajo el sugerente título de hoy, que podría ser la cartelera de una película de sobremesa, se esconde una de las teorías más curiosas, poéticas y sugerentes de Nietzsche. Aaah, el eterno retorno de lo mismo, qué bella combinación de palabras...

Si recordáis, Nietzsche anunciaba la muerte de Dios y su sustitución por parte del ser humano. Mediante nuestra transformación en superhombres somos capaces de ser semejantes a Dios, creadores de nuevos esquemas morales y éticos, creadores de un nuevo tipo de vida. Sin embargo, es evidente que hay algo que nos aleja de la posibilidad real de ser como dioses: nuestra propia mortalidad. Por mucho que seamos capaces de crear nuestros propios valores, de dirigir nuestra vida, de rebelarnos contra las instituciones borreguiles y de hacer crecer nuestra voluntad de poder, se da el hecho incontrovertible de que moriremos, tarde o temprano.

La muerte resta cierta credibilidad a esa pretensión que tenemos de ser como dioses, totalmente configuradores de nuestro futuro. Es decir, si es verdad que podemos crear una vida a nuestro antojo y podemos hacer lo que nos dé la gana, ¿por qué no podemos cambiar el hecho de que vamos a morir? ¿Qué respuesta da Nietzsche al misterio de la muerte? Precisamente la religión, entre otras cosas, es una explicación acerca de nuestra propia muerte, trata de dar sentido a la muerte del ser humano. Sin embargo, Nietzsche, al derrocar a la todopoderosa religión, nos deja huérfanos de sentido (de hecho, una de las características de la cultura occidental actual consiste precisamente en esa orfandad, nos hemos quedado sin respuestas). ¿Cuál es el sentido de la muerte si tras ella no hay NADA?

Parece un poco descorazonador pensar que simplemente hemos nacido para ser nada. Bueno, no es que lo parezca, lo es. A la corriente filosófica que mantiene esto se le llama nihilismo (de nihil, nada, en latín). A pesar de que a Nietzsche se le ha etiquetado frecuentemente como nihilista (él mismo lo hace en alguna ocasión) la verdad es que parece tener ciertas reservas en admitir esto sin más. Por eso nos habla del eterno retorno.

Según él todo lo que ha ocurrido en la historia y nuestras vidas volverá a ocurrir en un futuro. El tiempo es circular, un trayecto de ida y vuelta en el que pasado y futuro se confunden en el presente. Si el tiempo transcurre de modo circular el pasado es futuro y viceversa. Nuestra muerte en un caso así no supone el fin, sino simplemente un paso más de ese tiempo en el que tarde o temprano volveremos a renacer y a vivir nuestra vida de un modo exactamente idéntico. En el fondo, somos inmortales, pues ninguna muerte es definitiva, solamente provisional hasta que el eterno retorno de lo mismo haga aparición y volvamos a vivir nuestra vida.

En realidad, no es una idea original suya sino que era la manera de concebir el tiempo más habitual entre los antiguos antes de que el cristianismo hiciese aparición. Obviamente el cristianismo no puede admitir un tiempo circular, pues existe un Génesis y un Apocalipsis. Hay un principio y un final de los tiempos; así pues cambiaron el tiempo y lo hicieron lineal, rompiendo con esa circularidad. Nietzsche retoma esta idea en su afán de romper con todos los elementos cristianos de la cultura.

A veces se ha malentendido esta expresión cuando en realidad Nietzsche pretende que vivamos nuestra vida sin temor. Obra de tal manera que no temas repetirlo una y otra vez. Lleva las riendas de tu vida y sé consecuente porque en caso de que fueras a volver a vivirla, ¿querrías hacerlo? ¿Estarías orgulloso de ello?

Yo espero poder responder que sí al final de mis días.

¡Saludos filosóficos!

jueves, 24 de enero de 2013

El superhombre

¡Hola compañeros!

Una semana más aquí me hallo, enfrentado a la humilde y laboriosa tarea de intentar transformar este mundo en el que vivimos. El hecho de que lograrlo sea imposible no hace la tarea menos necesaria. Saber lo que queremos, saber lo que pensamos, saber dónde vivimos... Eso es lo que nos libera, lo que nos permite seguir disfrutando una existencia verdaderamente humana. Y de eso se trata todo esto, de ser humanos, ¿no?

O quizás de ser más que humanos. De ser superhumanos, superhombres. Conseguir ir más allá de los límites de la mera humanidad para llegar a ser como dioses. Ya comenté en la entrada anterior que según Nietzsche Dios ha muerto, ha desaparecido de la cultura occidental, de nuestro mundo. Dios ha dejado un hueco en la realidad que hay que llenar. Dios era lo Absoluto, lo más alto de la realidad, aquello a lo que todo se dirigía intentando ser como Él.

Y sin embargo, ahora nos encontramos solos, desamparados. Ya no hay esperanza de una vida más allá de esta. Ya no existen razones para creer que viviremos más allá de la muerte. Ahora solamente hay una vida, la vida terrena, la de más acá: el más allá ha desaparecido para siempre, volatilizado entre el estupor de los que creían en eso. ¿Qué hacer? ¿Cómo enfrentarnos a esto? Lejos de verlo como una tragedia, Nietzsche anuncia un nuevo mediodía para el ser humano, una nueva época de desarrollo personal en la que ningún Dios nos oprime con sus normas y sus reglas morales. Ya no debemos hacer caso a la religión y a sus caducos códigos éticos. Como Dios no existe ya no hay nadie que pueda decirme cómo debo comportarme. Ahora somos libres de configurar nuestro propio destino, de inventar nuevas reglas, nuevos valores.

El auténtico superhombre, el übermensch, es aquel que asume la muerte de Dios con alegría y hombría. Es aquel que se percata de la oportunidad que esto brinda al ser humano de cambiar completamente los valores éticos y morales de la cultura por unos nuevos que permitan un amor a la vida terrena, en vez de un desprecio. Hasta ahora, dice Nietzsche, toda la moral estaba orientada a hacernos temer un castigo por nuestros actos, a despreciar la vida terrena en favor de la vida ultraterrena. Se fomentaba así una ética de cobardes y de ovejas, en la que se valoraba la compasión, la piedad, la misericordia, la caridad, etc.

Ha llegado la hora de crear nuevos valores que derroquen a estas morales absurdas y apocadas. El superhombre es aquel que es capaz de crear sus propios valores e imponerlos por medio de una voluntad todopoderosa. El superhombre es el nuevo Dios, capaz de CREAR valores, dueño de una voluntad máximanente creadora. Con Dios fuera de combate ya nada se interpone entre nuestra voluntad y el  mundo excepto nosotros mismos. El superhombre es capaz de superarse a sí mismo, de ir más allá de sus limitaciones e imponer un punto de vista y unos valores concretos al resto del mundo. La voluntad fuerte, por tanto, se impondrá siempre sobre la más débil.


"El hombre es una cuerda, tendida entre el animal y el superhombre - una cuerda sobre un abismo."
Así habló Zaratustra

Como veis, el pensamiento nietzscheano está absolutamente presente en la sociedad actual. No resulta extraño que vivamos en un mundo que se identifica completamente con estos planteamientos. Es posible, incluso, que muchos de vosotros os sintáis en sintonía con él y estéis de acuerdo. No es casualidad. Creo que resulta digno de reflexión este hecho, y si tal concepción del ser humano nos ha hecho más humanos o por el contrario ha deshumanizado a las personas.

Dejo hablar al propio Nietzsche, que siempre tiene una palabra elocuente y poderosa:

"¡Mirad, yo os enseño el superhombre! El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!"
Así habló Zaratustra

Con este melancólico texto os dejo por hoy.

¡Saludos filosóficos!

lunes, 14 de enero de 2013

¡Dios ha muerto!

¡Saludos compañeros!

Una de las frases más oídas y peor comprendidas de la historia de la filosofía es la que da título a nuestra entrada de hoy. Nietzsche anunció la muerte de Dios en varias partes de su obra. De hecho, tomó la expresión de Hegel, aunque él la popularizara y le diera el sentido más profundo. La formulación más impactante de este anuncio lo encontramos aquí:

Dicho hombre, frenético o loco, cierta mañana se deja conducir al mercado. Provisto con una linterna en sus manos no dejaba de gritar: «¡Busco a Dios!» Allí había muchos ateos y no dejaron de reírse. Los descreídos, mirándose con sorna entre sí, se decían: «¿Se ha perdido?» «¿Se ha extraviado?». Y agregaban: «Se habrá ocultado». «O tendrá miedo». «Acaso se habrá embarcado o emigrado». Y las carcajadas seguían. El loco no gustó de esas burlas y, precipitándose entre ellos, les espetó: «¿Qué ha sido de Dios?» Fulminándolos con la mirada agregó: «Os lo voy a decir. Lo hemos matado. Vosotros y yo lo hemos matado. 
"Así habló Zarathustra"

¿Qué quiere decir el filósofo con este anuncio? Obviamente no se refiere a la muerte física de Dios sino a algún otro tipo de acontecimiento cataclísmico. En esa crítica feroz que lleva a cabo de la cultura occidental Nietzsche el mayor obstáculo que tiene que retirar es Dios. Para él Dios (y, más concretamente, el Dios cristiano) es la última barrera en el camino a la autorrealización del ser humano. Dios constituye la cima de la cultura occidental, el gran producto de la Razón (¡la odiada Razón!) que nos oprime y nos impide ser nosotros mismos.

Podemos sentirnos tentados de odiar a Nietzsche o a amarle según nuestras inclinaciones religiosas pero debemos recordar que él no está matando a Dios, sino simplemente anunciando su muerte. El problema no es que haya que eliminarlo de nuestra cultura para refundarla, sino que ya ha desaparecido de hecho. Dios ya no está presente en nuestra cultura ni se le tiene en cuenta para nada. Es una reliquia de tiempos pasados, una momia mantenida con vida, un cadáver ambulante que sigue entorpeciendo la marcha del ser humano sobre este mundo.

Al margen de lo que pensemos de Nietzsche no podemos menos que estar de acuerdo con él en que Dios ya no está presente de modo activo y configurador en nuestra cultura. Lo estuvo, ciertamente, pero ya no. Eso no quiere decir que no exista gente religiosa, o que las religiones no jueguen ningún papel. A lo que se refiere es a que Dios ya no nos acompaña y que su vacío ha de ser llenado con otros Absolutos (dinero, placer, poder, etc.). Nietzsche desplaza el centro de gravedad desde Dios hasta el hombre. El Hombre es el nuevo absoluto, el nuevo Dios. Ya no estamos obligados a seguir ciegamente unas normas morales que nos atan a una visión del hombre limitada y estrecha, sino que el verdadero hombre (el Superhombre) es aquel capaz de subvertir el orden moral y crear nuevos valores y nuevas normas morales que le lleven por el camino de la autosuperación sin cortapisas a la voluntad. No hay límites a nuestro querer, Dios no existe, por lo que podemos hacer lo que queramos para construirnos a nosotros mismos.

La sociedad actual es un producto de estas ideas, y podemos rastrear los eslóganes de los anuncios para descubrir a Nieztsche detrás de algo tan trivial como las campañas publicitarias:



La idea fundamental es que no existen límites a nuestra voluntad: desaparecido Dios todo es posible y un horizonte nuevo se abre ante nosotros. ¿Se os ocurre algún eslogan más que encaje aquí?

¡Saludos filosóficos!

lunes, 7 de enero de 2013

El filósofo del mes: Friedrich Nietzsche

¡Hola compañeros!

Ante todo feliz año. Espero que el 2013 sea propicio para todos, que vuestros deseos se hagan realidad y que la maldad que deseáis para todos aquellos malvados que odiáis se haga efectiva en forma de multas de aparcamiento (con recargo) y gestiones burocráticas sin fin. Si tuviera que definir el infierno de alguna manera diría que es una gestión burocrática eterna, con largas colas. Aunque la verdad es que no se lo deseo a nadie.

Tras este parón navideño vuelvo a la carga con más fuerza que nunca para traeros un nuevo filósofo del mes. Un tipo que todos conocemos por ser un rebelde a lo James Dean pero más intelectual y menos molón. Nuestro filósofo no murió conduciendo un Porsche en un arrebato de juvenil inconformismo, pero su filosofía es más arriesgada que todo eso: equivale a conducir un Ferrari por un centro comercial un domingo a las 7 de la tarde. Su filosofía no deja a nadie indiferente, porque es imposible permanecer impávido a su mensaje. Podemos odiarlo, podemos quererlo, incluso podemos sentir esa mezcla fascinante que es el asco-gusto, pero no podemos despreciarlo como algo sin interés y sin contenido. Nietzsche es lo que somos; nosotros somos Nietzsche. Pero antes de adentrarnos en su pensamiento debemos comprender su vida, pues su vida influye poderosamente en lo que piensa y dice (¿o es al revés?).

Nietzsche nace en 1844 en Rücken, Alemania. Era hijo de un pastor luterano, aunque pronto murió dejándole bajo la tutela de su hermana, su madre y sus tías. Habla mucho de su espíritu el hecho de que pudiera sobrevivir a esto. De todos modos, su educación fue exquisita y pronto comenzó a dar muestras de verdadero genio en los ámbitos de la música y el lenguaje, sobresaliendo en el estudio de los clásicos griegos y romanos. Trabó contacto con la obra de Schopenhauer, que le animó a abandonar sus estudios filológicos y a interesarse por la filosofía. Más tarde en esta época sufrió un accidente de caballo que le incapacitó para la vida militar y le permitió dedicarse exclusivamente al estudio.

En 1868 conoció a Richard Wagner, que marcó fundamentalmente su vida y su pensamiento. Y tal era su genio, que se le permitió dar clase de filología en la universidad ¡antes de licenciarse! Por supuesto, esto sería impensable hoy en día. Se trasladó a la universidad de Basilea y renunció a la nacionalidad alemana, permaneciendo sin nacionalidad el resto de su vida. Contrajo difteria y disentería (nunca he sabido lo que son estas enfermedades, pero suenan muy viejunas y muy molestas), que le arruinaron su salud de por vida. De hecho, sus frecuentes migrañas y cegueras temporales le fueron poco a poco apartando del trabajo, que se le hacía imposible.

El hecho de que Wagner fuera cada vez más cristiano y más antisemita fueron hechos que Nietzsche no pudo perdonar y en 1878 se produjo una ruptura en sus relaciones que le llevaron a odiar al que anteriormente admiraba con tanta profusión. Nietzsche era claramente un tipo peculiar pero aquí empieza su mayor periodo productivo a la vez que su locura se iba acentuando hacia una megalomanía y una demencia. Se cuenta que iba caminando por la calle y al ver a un cochero castigar a un caballo se lanzó al cuello del caballo y le protegió cayendo desmayado en el acto. Claro, imaginad la cara del cochero cuando un tipo de bigotes hace eso.


 Es oficial, Nietzsche da miedo.

Nietzsche terminó sus días en un psiquiátrico, a pesar de que algunos libros suyos vieron la luz durante esta época. Muere en 1900 de una neumonía.

Aunque parezca una locura (sin ánimo de hacer chistecitos), hoy vivimos en una sociedad nietzscheana. Hoy dependemos de su pensamiento para definirnos. ¿No me creéis? Esperad a las siguientes entradas, esperad...

¡Saludos filosóficos!