martes, 26 de enero de 2016

10 consejos para el profesor novato

¡Hola compañeros!

Últimamente he estado recibiendo algunas llamadas de personas que me pedían consejo para su primer curso como profesores. Algunas de ellas solamente se interesaban por el aspecto más práctico del asunto, como los títulos, las prácticas y cosas así, pero otros preguntaban directamente qué aspectos debían tener en cuenta para afrontar algo tan estresante y amenazador como es el primer año de clases. Es decir, finalmente terminas tus grados y títulos necesarios para impartir una asignatura y te enfrentas a tu primera clase. ¿Qué consejos puedo dar a alguien en esa tesitura? Dentro de la arrogancia que se esconde detrás de todo "aconsejador", podría escribir veinte o más pero por ahora empezaremos con estos diez y si os convencen escribo una segunda remesa. A por ello.

1) Prepara las clases: al margen del tipo de profesor que vayas a terminar siendo siempre lleva la clase preparada, o al menos estructurada de algún modo. No tengas tiempos muertos durante la clase. Ten claro el objetivo al que quieres llegar durante esos 50 minutos y cúmplelo. Haz saber a los chicos si hace falta hacia dónde te estás dirigiendo para que te ayuden. Pero no entres improvisando. Ningún buen comunicador improvisa completamente, siempre parten de alguna estructura sobre la que hacerlo. Pero si es tu primer año o tus primeras clases no improvises, o hazlo lo menos posible. Conseguir que la clase fluya y salirse del guion lo da la experiencia y el saberse autoridad en el aula; es una consecuencia, no una manera de hacer las cosas.

2) Olvida tus problemas: tu clase es tu santuario. Nada de lo que sucede fuera del aula ha de distraerte de lo que está sucediendo en el interior. Si no tienes toda la mente y todo tu cuerpo enfocado en la clase los alumnos lo notan y desconectan. Muchos de los problemas que se dan en el aula provienen de no estar completamente concentrado en el aquí y el ahora. Por supuesto, ni voy a mencionar el tener el teléfono móvil dentro del aula. El teléfono se queda en el abrigo dentro de la sala de profesores.

3) Jamás desautorices a un compañero: a veces nuestros compañeros toman decisiones respecto a los alumnos con las que no estamos de acuerdo (normalmente castigos o recompensas) pero jamás debemos verbalizar esa opinión delante de un alumno. Aunque solo sea desde un punto de vista pragmático, pues un alumno olvida rápido y un compañero no. Los alumnos van y vienen pero tus compañeros permanecen; además, ¿quién puede afirmar que siempre es totalmente justo en sus decisiones y nunca se equivoca? Tú también te equivocas, así que sé prudente y respalda siempre la autoridad de un compañero.

4) Valora las notas en su justa medida: no son importantes pero son necesarias. Las notas dan mucha información sobre el alumno, información que en muchos casos va más allá de lo académico. Un niño que de repente tiene un bajón de notas significativo está teniendo problemas extraacadémicos casi siempre, y esa información podría no habernos llegado de otro modo. Además, a ellos las notas les resultan inmensamente útiles como objetivos a los que dirigirse: son su sueldo. Si nosotros no estamos dispuestos a trabajar gratis ¿por qué iban a estarlo ellos?

5) Relativiza: no hagas nunca de una situación de desavenencia algo personal con un alumno. Los alumnos no te odian personalmente sino que eres el profesor y ellos alumnos así que la naturaleza les dicta cómo deben comportarse. Los problemas solamente se enquistan y se hacen amargos cuando nosotros como adultos los convertimos en algo personal ("me ha mirado mal", "me ha desafiado al levantarse de la silla", "lo ha dicho con tono de burla"). Al hacerlo entramos en un juego completamente destructivo. Si te enfadas, finge que te enfadas; si echas una bronca, finge que estás decepcionado. Hemos de ser actores en un escenario, como lo son ellos. No hagas de nada algo personal.

6) Evita el contacto físico: en la medida de lo posible trata de mantener una distancia física con los alumnos. Obviamente en ocasiones puedes golpear de broma a algún chico (varón) pero en general es recomendable respetar su espacio personal, como tu quieres que respeten el tuyo. Los chicos llegan hasta donde nosotros les dejamos, y lo mejor en esto es mantener una saludable distancia entre ellos y nosotros.

7) Respeta al alumno: no le hagas lo que no te gusta que hagan ellos. Educar gritando, amenazando, o exigiendo silencio mientras berreamos a dos centímetros de su cara es no respetarles. Son muy conscientes de su dignidad personal y cuando no les respetamos les estamos educando mal. Si quieres respeto muestra respeto. No tengas miedo de dejar una discusión con un alumno para después de clase. Discutir delante de sus compañeros es la receta para el desastre.

8) No abuses de la tecnología: esto es muy personal pero creo que tenemos que adaptar la teconología a la asignatura y no viceversa. Existe una cierta obsesión en la educación con las TIC hasta el punto de que se han convertido en un fin en sí mismo. No obstante, en mi opinión, uno tiene que incorporar aquello con lo que se siente cómodo y que ayuda a explicar la asignatura (que es el verdadero fin). Además, a veces, la tecnología nos roba el protagonismo: somos nosotros los verdaderos actores, no una presentación en Prezi.

9) Sonríe: entra sonriendo en clase y dedica unos minutos a preguntar qué tal el fin de semana, felicitar cumpleaños, dar pésames por muertes de abuelos, etc. Ayuda a encarar el comienzo de la clase, relaja a los alumnos y te relaja a ti. La sonrisa es el camino más corto entre dos personas y ayuda a enviar un mensaje de tranquilidad y control.

10) Acepta: no estás aquí para cambiar el mundo ni dar un vuelco a las vidas de los alumnos. El que se droga no va a dejar de hacerlo mágicamente porque has llegado tú, el que no estudia no va a empezar a hacerlo porque de repente tú has cambiado su perspectiva. No somos dioses ni debemos jugar a serlo sino que somos personas que deben transmitir un mensaje de aceptación a los chicos al mismo tiempo que empujamos suave pero firmemente hacia una mejora. Pero que mejoren o no depende de ellos, no de nosotros. Acepta esa dura verdad y vivirás más feliz.

Espero que os haya gustado.


¡Saludos filosóficos!

lunes, 18 de enero de 2016

La verdadera tragedia de la política

¡Hola compañeros!

Vuelvo. Lo sé, lo sé, tardo mucho en escribir contenido nuevo pero ya sabéis que la vida es un frenesí, panta rei y todo eso. Una excusa buena ¿eh?

Hoy vengo a hablaros de la verdadera tragedia de la política. Sé que muchos de vosotros pensáis que la verdadera tragedia es la política. Y no os quito la razón: tipos con rastas y poca higiene personal hablando desde un escaño político, partidos políticos anquilosados incapaces de ponerse de acuerdo en lo más mínimo con tal de mantener sus prebendas y privilegios, "líneas rojas" por todas partes permanentemente traspasadas y eliminadas, corrupción generalizada de todos los colores, etc. Básicamente, estamos contemplando el fin de un régimen político que inicia su lenta decadencia hacia otro; la socialdemocracia y el Estado del Bienestar muestran quiebras y un agotamiento cada vez más evidentes. El problema es que parece que la solución de los políticos es profundizar en este decrépito sistema, vía más socialdemocracia, más socialismo y, sobre todo, más intervención.

Y de eso vengo a hablaros hoy: de la intervención política y lo que constituye la mayor tragedia de la política en la historia. Esa tragedia se puede resumir de la siguiente manera: toda intervención política -repito, toda- produce siempre el efecto exactamente contrario al que pretende. Diréis que exagero, que ya estoy yo con mis teorías anarcocapitalistas, que soy un imbécil (nunca descartéis esa posibilidad), etc. Voy a intentar mostraros la verdad de esta ley política en tres de las más grandes intervenciones históricas de los gobiernos: los impuestos, las prohibiciones y, por supuesto, la guerra.

a) Impuestos

Los impuestos son la primera gran intervención estatal. En nuestra querida socialdemocracia los impuestos se presentan como una medida redistributiva que traslada dinero desde las capas más altas de la sociedad a las más bajas en un proceso igualitarista que pretende disminuir la desigualdad y los privilegios de los más ricos redistribuyendo verticalmente rentas de modo coactivo (es decir, por la fuerza). En esta utopía socialdemócrata, los ricos pagan sus impuestos religiosamente para que las clases medias y, especialmente, las bajas reciban beneficios, subvenciones y rentas. Aesto lo ven como solidaridad y como un proceso que ayuda a cohesionar la sociedad.

Sin embargo, la realidad de esta intervención es bien conocida. La redistribución de rentas en nuestras sociedades nunca es vertical, sino horizontal: son las clases medias las que resultan saqueadas continuamente para meternos las manos en los bolsillos los unos a los otros hasta el punto de que uno ya no sabe si es más lo que da que lo que recibe. Lo que se nos presenta como una intervención igualitarista se transforma en una carrera contrarreloj en la que todos acabamos resintiéndonos de los demás por el uso de los bienes públicos pagados "entre todos". Acabamos incluso odiando a todos aquellos que quieren "desenchufarse" del sistema, ya sea cambiando la nacionalidad o simplemente cometiendo fraude fiscal (que no es otra cosa que evitar que el Estado te robe lo que es tuyo).

Es decir, lo que se presenta como una intervención virtuosa provoca que una clase privilegiada (la clase política) viva a costa de los demás con el dinero extraído mayoritariamente a la clase media. Los ricos siempre tienen maneras de defenderse de estos robos pero somos nosotros los que resultamos atrapados en la red fiscal, y ¡ay del que encima se queje!

b) Prohibiciones

Las diversas prohibiciones que los gobiernos imponen sobre los ciudadanos pretenden dirigir virtuosamente la vida de estos y alejarlos del vicio y las costumbres "poco democráticas". Pongamos como ejemplo concreto la prohibición de las drogas (aunque esto es aplicable a cualquier prohibición). Al prohibir las drogas los gobiernos dicen querer detener su consumo para que el drama de la droga no se apodere de la sociedad y la gente no quede enganchada a tan peligrosa sustancia. Es decir, pretenden salvar vidas y ayudar a la sociedad a ser más pura. ¿Cuál es el efecto de esta intervención?

En primer lugar, las muertes que provoca la famosa "guerra contra la droga" (nótese siempre el lenguaje bélico de las intervenciones estatales) superan con mucho, muchísimo, las muertes por sobredosis. Consideremos a Méjico, un país tradicionalmente inmerso en estas prácticas y muy azotado por sus mafias. en 2015 murieron en Méjico por sobredosis 4000 personas. Una cantidad alta, ¿verdad? Pues resulta que desde 2006 hasta 2012 han muerto o desaparecido en Méjico en la guerra contra las drogas 86000 personas; eso hace 14334 personas al año: más del triple que por sobredosis. Poco hay que añadir a esta intervención, cuyo efecto ha sido muy, muy, muy pernicioso (excepto para las mafias, que han visto crecer sus ingresos año tras año).

c) Guerras

Las guerras son una intervención política como cualquier otra (e igual de coactiva que cualquier otra). Es cierto que las democracias no suelen guerrear demasiado entre ellas, pero son tremendamente agresivas con aquellos países que no son democracias. La España democrática está inmersa en innumerables conflictos armados mientras que durante una dictadura militar apenas intervino militarmente en ningún sitio. Maldita OTAN, maldita seas.

Ehem, que me distraigo. Las guerras en las que intervienen los Estados que buscan objetivos políticos siempre provocan resultados no deseados. Entramos en Iraq para eliminar un tirano y nos salen bichitos por todas partes, entramos en Afganistán buscando un criminal y los criminales terminan buscándonos a nosotros, nos aliamos con otros países para buscar la paz y no hacemos más que estar en guerras.

La guerra es la salud del Estado, la excusa perfecta para reducir libertades y subir los impuestos. El Estado siempre busca la guerra y por eso su lenguaje tiende siempre a ser bélico ("guerra contra la pobreza", "guerra contra el fraude fiscal", "guerra contra el cambio climático"). Cuando los Estados van a la guerra toda la maquinaria estatal se moviliza en una de las acciones que les permite tener sentido y exigir "sacrificios" a la ciudadanía. Sin embargo, no hay más que ver los experimentos bélicos en Oriente Medio para percatarse de que todas esas experiencias salen mal, siempre salen mal, y producen resultados imprevistos y muchas veces contraproducentes.

En fin, os dejo con Mafalda, que nunca está de más actualidad.




miércoles, 4 de noviembre de 2015

¿Son válidas todas las opiniones?

¡Hola compañeros!

Hace tiempo que no os escribo nada y os tengo medio abandonados así que ha llegado el día de retomar esta sana costumbre que consiste, básicamente, en un ejercicio de onanismo intelectual al que ocasionalmente se unen contertulios muy diversos en los comentarios (no apuremos la metáfora). Hoy toca hablar de las opiniones, de las cuales dice el gran Clint Eastwood que son como los culos, pues todo el mundo tiene una y huelen todas mal.

Nosotros trataremos de ser más benévolos y nos preguntaremos: ¿son válidas todas las opiniones? ¿Son respetables todos los planteamientos teóricos? ¿Existen límites a la libertad de expresión? Si respondemos afirmativamente a esto último, ¿en qué consisten esos límites y quién los determina? Como veis el tema da para mucho e incluso fue ya sucintamente tratado por nosotros en esta entrada aquí pero hoy le vamos a dar otra vuelta de tuerca.

La clase de hoy ha tratado sobre el tema de la verdad y las opiniones. Y es que es un asunto bastante peliagudo: para resumir diremos que si la verdad existe y la conozco, entonces las opiniones no deben ser respetadas sino corregidas (pues aquel que está equivocado no debe ser escuchado sino enseñado). En efecto, en los Estados más totalitarios no existe libertad de expresión porque la verdad (o Verdad, con mayúscula, que tiene como más peso) ya está prefijada y encontrada. Todo lo que se desvía de esa verdad absoluta y esa concepción del mundo ya no tiene sentido en la sociedad; al contrario, se contempla como un elemento sospechoso y perturbador de la "cohesión" social. La verdad actúa aquí como factor limitante de la libertad.

Sin embargo, el caso contrario no es mucho más feliz. Según el escepticismo la verdad no puede ser conocida o no existe (para el caso, patatas) y por tanto está abierto a una variedad de opiniones todas igualmente válidas. Aparentemente esta postura es más tolerante y abierta ante la libertad de expresión y las opiniones ajenas pero esconde una versión un poco siniestra en su interior: en el fondo respetamos todas las opiniones porque todas son igual de irrelevantes. En el momento en el que admito que la verdad no existe y no se puede hallar, ¿qué incentivo existe para emitir o creer una opinión? Si todas las opiniones son igual de válidas, ¿cómo valorar y recompensar aquellas tentativas más serias frente a las que no lo son? ¿Cómo recompensar el estudio y la investigación frente a la demagogia y el populismo?

Ambas alternativas se nos presentan como opciones únicas, sin terceras vías ni puntos intermedios, pero en el fondo devienen igualmente radicales. Si queremos proponer un estudio serio y filosófico de la opinión (una auténtica doxología) debemos admitir que la búsqueda de la verdad es siempre ardua e incompleta. Debemos conceder a los escépticos que esa verdad no siempre es comunicable o fácilmente comunicable (si todo fuese perfectamente comunicable el arte no tendría ningún sentido en nuestra cultura) pero al mismo tiempo no podemos conformarnos con estas visiones acríticas y simplistas. Existen verdades sencillas, existen verdades complejas, pero también hay grados de aproximación a esas verdades y está claro que un ingeniero o un físico nuclear está más cualificado que yo para emitir opiniones sobre los materiales de una central nuclear. No todas las opiniones tienen el mismo peso específico, no todas las opiniones son igual de válidas, no todas las opiniones están igualmente fundamentadas.

Y, sin embargo, todos tenemos el derecho inalienable a verbalizarlas y hacerlas públicas. Opinar y criticar son actos propios de una sociedad libre y nos permiten progresar y mejorar, pues solamente mediante la crítica y la opinión libre detectamos nuestros defectos, pulimos nuestras aristas, alicatamos nuestras posturas.

¡Saludos filosóficos!

miércoles, 27 de mayo de 2015

Discurso de graduación 2015



Buenas tardes queridas familias, queridos compañeros del claustro y de dirección y, por supuesto, queridísimos alumnos de 2º de bachillerato. ¡Qué difícil resulta decir algo interesante después de las hermosas palabras que os ha dedicado Victoria! Intentaré, no obstante, estar a la altura de tan dilectos oradores.

Los números mienten. O, para ser justos, los números son tontos, pues son incapaces de decir nada sin nadie que los interprete. Sin el ser humano detrás de ellos, ninguna fórmula, ningún resultado matemático, ningún algoritmo o ecuación será capaz jamás de decir nada significativo sobre el mundo que nos rodea o sobre nosotros. Incluso cuando son interpretados por nosotros los números son utilizados para justificar todo tipo de planteamientos e ideas. No hay más que ver un debate en el congreso de los diputados para contemplar el sufrimiento al que se ven sometidas estas delicadas criaturas a las que denominamos números. Pero, claro, no debemos olvidar que hacen uso de esa peculiar ciencia llamada "estadística". Y claro, resulta difícil albergar demasiadas esperanzas en una ciencia que tiene la palabra "Estado" en ella...

¿Por qué estoy hablando de esto? Porque en un colegio tenemos que combatir una tentación constante y muy poderosa, que consiste en permitir que los números definan a los alumnos. Al fin y al cabo nosotros, como profesores, atesoramos una gran cantidad de datos numéricos sobre cada uno de vosotros: notas (por supuesto), ausencias, expulsiones, deberes hechos (o más bien, no hechos), etc. Al final de la evaluación y del curso todo eso se encuentra condensado en ese cuaderno misterioso y terrorífico llamado "cuaderno del profesor". Cuenta la leyenda que antiguamente los maestros no utilizaban Educamos o tales herramientas, pero no dejan de ser supersticiones sin sentido. No las creáis.

Pero esos números no nos cuentan absolutamente nada de vosotros. Entre dos ceros hay un mundo de diferencia, entre dos dieces pueden existir millones de matices que no nos permiten entender la diferencia entre dos alumnos. Lo más fácil y conveniente es reduciros a una media numérica y dejar que ella haga todo el trabajo por nosotros. Voy a romper una lanza en favor de nosotros, los profesores; cada año pasan por nuestras manos cientos de alumnos diferentes, cada uno más diferente que el anterior, con su problemática particular y su familia. De hecho, los tutores tenemos que asumir además todo ese trasfondo familiar y tratar de interiorizarlo para cada uno de vosotros. Como comprenderéis no es una tarea sencilla, pero de algún modo es la tarea que hemos elegido y me consta que el esfuerzo es titánico en este sentido.

Así pues, los profesores tenemos una cierta excusa para olvidarnos de que sois personas más allá del mundo escolar (aunque prefiero académico) pero quien no tiene excusa sois vosotros. Vosotros, que sois los verdaderos protagonistas del día de hoy y de vuestra historia, os juzgáis según números que nada tienen que ver con vosotros. No solamente hablo de las notas, que por supuesto forman una parte importante de vuestra identidad, sino también de la talla, la altura, el dinero que tengo. Incluso cuando te compras un IPhone, el símbolo de esta generación, lo primero que tienes que aclarar es el número del modelo. Si tienes un 4 eres un poco perdedor, con un 5 ya me quiero un poco más y con el 6 llego a clase sintiéndome francamente bien. Los números forman parte de nosotros y nos castigan frecuentemente con su aséptica exactitud. Nos recuerdan que tenemos que adelgazar, nos recuerdan que somos bajitos, nos recuerdan que llegamos tarde, nos recuerdan que no nos llega la media para esa carrera de triple grado de derecho, enfermería e ingeniería aeroespacial. Bilingüe. En chino.

Llegamos a todo tipo de extremos ridículos para satisfacer a esos números que nos tiranizan. En vez de considerarlos como medios para comprender mejor ciertas realidades físicas nos entregamos en cuerpo y alma a ellos: si algo es reducible a números nos sentimos tranquilos porque alguien podrá operar con ellos entonces y llegar a una conclusión inequívocamente científica.

No os engañéis. No sois científicos sociales. No existe tal cosa como la "ciencia social". Ese nombre es una aberración impuesta por aquellos que, celosos de los éxitos de las ciencias físicas y matemáticas, tratan de robarles prestigio añadiendo la palabra ciencia a nuestras disciplinas. Es frecuente escuchar hablar de "ciencias jurídicas", "ciencias de la información", "ciencias sociales", "ciencias económicas", etc. La manera de conseguir que se nos respete, según esta pretensión terriblemente racionalista y arrogante, es añadir números y gráficos a lo que hacemos. Pero ya hemos dicho que eso es imposible: el ser humano no se explica con números. Las humanidades (nombre correcto y verdaderamente adecuado) no buscan conocer realidades mesurables y físicas sino que apuntan a algo mucho más íntimo: nuestra alma y nuestro espíritu. Mientras caigamos en la tentación de creer que los números lo explican todo seguiremos cayendo en la tentación de creer, en último término, que el ser humano es como un protón que se puede estudiar, manipular y controlar.

Vosotros no podéis ser así. No permitáis que los números os definan, no sois un número de DNI, no sois una talla de pantalón, no sois una estatura, no sois una media en el cuaderno del profesor, no sois el mediano, el pequeño o el mayor de ocho, no sois abstracciones matematizables: sois -somos- alumnos de letras que buscamos la verdad que se oculta en nuestras almas y en el universo. Sabéis que no sabéis nada. Sabéis que sois muy poquita cosa pero que, al mismo tiempo, cada uno de vosotros es un pequeño milagro, irrepetible en la historia. Pero, por encima de todo, sabéis que en este colegio tenéis un maestro que siempre ha intentado ir más allá de esos números para darse cuenta de que sois cada uno de vosotros maravillosos e inolvidables. Y ninguna nota me convencerá de lo contrario.

Seguiremos.

sábado, 9 de mayo de 2015

Discurso de graduación 2014

Hola compañeros,

Os cuelgo el discurso de graduación del año pasado a mis alumnos que ya abandonaban el colegio. ¡Espero que os resulte de interés!

¡Saludos filosóficos!




Buenas tardes, queridos compañeros del claustro, queridos compañeros de dirección, queridas familias y, sobre todo, queridísimos alumnos de 2º de bachillerato que hoy, por fin, os graduáis.

Cuando me di cuenta de que tenía que hablar hoy en la graduación y dar un breve (os lo prometo) discurso realmente no se me ocurría demasiado de lo que hablar. Supongo que la mayoría de la gente hablaría sobre consejos para la vida. Y de un modo acertado, porque hoy empezáis a vivir por fin. Sin embargo, no conseguía dar con la tecla adecuada para el discurso. Simplemente no se me ocurrían consejos válidos para vosotros. Al final todo se reducía a "no sequéis al gato en el microondas" o "no os hagáis toreros", pero supongo que vosotros, como audiencia, aspiráis a algo un poco más edificante. De hecho, vosotros, padres y alumnos, habéis acudido en repetidas ocasiones a pedirme asesoramiento y me habéis puesto en buenos aprietos. Vosotros, mis queridísimos ex-tutorandos, sabéis lo reacio que soy a dar consejos.

He pensado mucho en esta fobia mía y me he percatado del porqué de está incapacidad para dar consejos: todos los consejos están orientados al éxito, a evitar el fracaso, y yo no me considero una persona especialmente exitosa ni con un don especial para inspirar éxito en los corazones de los que me escuchan. Un discurso basado en el éxito y el camino hacía él sonaría falso de mis labios así que no podía hablar de esa manera. Con esto en la cabeza inmediatamente se me ocurrió que quizás lo que yo estaba destinado a decir hoy era una cosa totalmente diferente. Algo que quizás sea recibido con un poco de escepticismo, pero que espero que se entienda correctamente.

Así pues mi consejo sí que va a partir de mi experiencia (una limitada y totalmente parcial experiencia, pero mía al fin y al cabo). Puede que no resulte verdadero o válido para muchos de vosotros, pero por lo menos sí que será auténtico (qué orteguiano suena esto ¿verdad?). Ahí va: os aconsejo que fracaséis. Uhm, sí parece un poco paradójico y extraño un consejo de este tipo pero me gustaría que escucharais el razonamiento antes de juzgarme muy severamente.

Mi vida está mucho más perfilada por los fracasos que por los éxitos. Los éxitos no me han enseñado nunca nada, sino que más bien han sido el producto de un aprendizaje previo. Y ese aprendizaje ha estado jalonado de fracasos que me han permitido aprender cada vez más. Es más, me atrevo a afirmar que las vidas de todos los que estamos aquí presentes (adultos incluidos) están mucho más marcadas y definidas por los fracasos que por los éxitos. Un éxito no nos deja reflexionar, un éxito no nos hace aprender nada, un éxito no nos enseña nada de nosotros mismos. El éxito está sobrevalorado.

Pero el fracaso nos fuerza a la reflexión ("¿por qué no me ha salido bien esto?"), nos fuerza a la humildad, a reconocer que no es el mundo el que conspira contra nosotros sino que todo fracaso nace en primer lugar de nosotros mismos. El fracaso (y siento repetir tanto la palabra pero no creáis que encontré demasiados sinónimos en la RAE) es la manera que tiene el mundo de decirnos que no estamos haciendo las cosas bien, que no estamos en el lugar en el que debemos estar o que los fines que buscamos y los medios que utilizamos para lograrlos no son coherentes. En definitiva, es el único momento en el que el mundo nos habla, y sobre todo, es el único momento en el que nos paramos a escucharlo.

Si os educamos para el éxito lo que únicamente vamos a conseguir es privaros de una parte tan esencial del ser humano como respirar o comer. Todos fracasamos continuamente en muchísimas tareas y muchísimas intenciones. Esa es una de las cualidades más humanas y no reconocer que todos fracasaréis en algún momento es no reconocer lo que nos hace verdaderamente humanos.

El mismo Jesús toma esta cualidad tan profundamente humana y nos la muestra con lo que parece el fracaso irremediable: la muerte. Y convierte ese fracaso en un éxito del que hoy en día seguimos extrayendo lecciones. En realidad, su mensaje cobra humanidad y fuerza al revestirse de fracaso y convertirlo en un éxito.

Además, no debemos olvidar que los conceptos de éxito y fracaso son bastante relativos. Lo que hace un año nos pareció uno de los mayores dramas de nuestra existencia hoy lo contemplamos con humor o incluso es posible que con alivio (¡menos mal que ya no salgo con ese tío!). En el momento lloraste mucho pero qué bien estás ahora. Y viceversa: lo que en el momento nos pareció un éxito, más tarde lo lamentamos como una mala decisión. Así pues, no debemos adjudicar estos conceptos a la ligera, pues el tiempo tiene la mala costumbre de ser testarudo.

Como tutor me he enfrentado en muchas ocasiones en estos dos años al fracaso y la frustración. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que si bien no creo que mis fracasos sean más numerosos que mis aciertos, sí que pesan más en mi corazón y me rondan la cabeza más a menudo, pues como decía Séneca uno siempre se lleva la mano a la herida que más le duele. Me encantaría deciros que todo siempre tiene final feliz pero no es así, sin duda debido entre otras cosas a mi imperfección humana.

A nadie escondo que está ha sido la primera tutoría de mi vida. Como he dicho, he cometido muchos errores y he sufrido varios fracasos pero de todo se aprende, y no lo habría hecho si todo hubiera salido a la perfección. En un futuro muy lejano y muy hipotético en el que me toque otra tutoría quizás haga las cosas mejor pero quizás tampoco disfrute como lo he hecho con vosotros durante estos dos años. Quizás, en definitiva, se hagan ciertas las palabras del gran Exupéry: que al primer amor se le quiere más aunque a los siguientes se les quiera mejor.

Seguiremos.