miércoles, 18 de julio de 2012

I) Las tres grandes preguntas filósoficas: ¿Qué podemos conocer?

¡Saludos compañeros!

Si me habéis seguido hasta aquí tendréis cierta inquietud en saber cuáles son las preguntas que ocupan el quehacer filosófico. Uno de los problemas a los que se enfrenta la gente no experta al enfrentarse a la filosofía es hacerse una idea del tipo de preguntas que nos hacemos.

Es decir, ¿a qué se dedican estos señores filósofos en su tiempo libre (y no tan libre)? Por ejemplo, los economistas se dedican a analizar las necesidades humanas en términos cuantificables, los biólogos se dedican a estudiar la vida, los matemáticos se dedican a estudiar relaciones entre cantidades, los artistas experimentan con la belleza, etc. Todos ellos dedican  su empeño y esfuerzo en una parcela concreta de la realidad o la naturaleza pero la filosofía presume de estar por encima de todas esas ciencias y actividades humanas.

Uhm. Blablabla, eso suena muy bonito. Pero, ¿en qué se concreta esa magnífica disciplina? ¿Qué preguntas se hace? ¿Qué intenta averiguar? ¿Por qué nos torturan con esa materia de PAU (antigua Selectividad)?

Un tipo llamado Kant, que a todos nos suena aunque no tengamos ni idea de lo que dice, planteó el tema constatando que la filosofía responde a tres preguntas fundamentales. La primera de esas preguntas es: ¿qué podemos conocer?

 Una pregunta curiosa. A primera vista, nos quedamos un poco paralizados ante esta pregunta, como si fuera de una obviedad pasmosa; como si fuera algo que es absurdo preguntarse. ¡Empezamos bien si la filosofía se dedica a preguntarse estupideces como esta!

Pongamos el cerebro a funcionar. Esta pregunta, en el fondo, tiene que ver con la verdad. O Verdad, como prefiráis. Podemos plantear la pregunta de diferentes maneras, que revelan diferentes matices: ¿qué significa que algo es verdadero? ¿Existe la verdad? ¿Podemos conocer la verdad? ¿Bajo qué criterio? O todavía más profundamente: ¿Qué es la realidad?

De repente la cuestión se convierte en algo no tan sencillo. Todos los días leemos noticias en los periódicos; ¿son verdaderas esas noticias? ¿En qué sentido podemos decir que son verdad? ¿Estamos tan condicionados por nuestras opiniones que somos incapaces de hablar con verdadera objetividad? Si caminamos por un desierto y vemos un espejismo, ¿es eso real? ¿Por qué es irreal si lo estamos percibiendo? Hay mucha gente -la mayoría- que considera a nuestros sentidos como la fuente de la verdad y el conocimiento, pero no es menos cierto que muchas veces nuestros sentidos se equivocan. Pensemos en el caso de la pajita doblada en el vaso de agua. Sabemos que realmente no está doblada pero así se lo parece a nuestros sentidos. En ese caso, la razón científica nos indica que eso no es real, sino una ilusión. ¿A cuál de ambos criterios hemos de hacer caso? ¿Dependerá de las circunstancias? ¿Y cuáles son esas circunstancias? Cada pregunta que nos hacemos se multiplica en decenas de preguntas, todas relacionadas e igualmente interesantes (¡quiero creer!).

Relacionado con esto hay dos posturas clásicas en torno al problema de la verdad y el conocimiento, ambas de difícil reconciliación (a pesar de que Kant lo intentó  muy dignamente):

a) Empirismo: el empirismo surgió en Gran Bretaña y mantiene que el criterio de verdad nos lo dan nuestros sentidos. Es real aquello que podemos percibir y no es real aquello que podemos percibir de ningún modo. De todo lo que está más allá de nuestra percepción sensible (vista, oído, gusto, tacto, olfato) no podemos hablar con propiedad. Para los empiristas es imposible hablar en términos racionales de Dios, el alma, etc. Como son cosas que no podemos percibir cualquier discurso sobre ellos es irracional y un pedaleo absurdo. El motivo por el que los filósofos nunca se ponen de acuerdo -dicen- es porque no hablan de cosas que podemos percibir, por lo que es imposible ponerse de acuerdo. Todos sabemos si tenemos cinco dedos o no porque podemos verlo, pero seríamos incapaces de afirmar inequívocamente, por ejemplo, que nuestra alma es inmortal. Al fin y al cabo, ¿cómo podríamos demostrarlo?
¿Suena convincente? Escuchemos el argumento contrario.

b) Racionalismo: el racionalismo surge en Francia aunque se extendió rápidamente por el continente europeo. Encontramos su origen en Descartes (del cual solamente sabemos que piensa, por tanto existe).
El racionalismo mantiene que los sentidos nos engañan, son poco fiables y por eso no podemos hacer un discurso racional sobre aquello de lo que hablan. Un mismo color se aparece de diferentes maneras para un daltónico y una persona normal, pero, en rigor, ambos ven el mismo color de modo diferente. La percepción es diferente, así que ¿cómo pueden ponerse de acuerdo para decir qué color es? Hagamos el experimento mental: ¿y si de repente hubiese en el mundo más daltónicos que gente normal? ¿Cómo llamaríamos a ese color? De repente el criterio de verdad cambiaría. O más sencillo: todos sabemos que el color cambia según la iluminación que tenga. ¿Por qué no podemos clasificar los colores por la noche (cuando son más oscuros y tienen otros matices más apagados)? En el fondo es arbitrario hablar de cosas sensibles y perceptibles porque todos podemos estar sintiendo cosas diferentes ante un mismo hecho.
Lo único que nunca cambia y siempre es fiable es la razón. 2+2=4 siempre y en todo momento, aunque estemos deprimidos, aunque estemos alegres, seamos listos o tontos, etc. La ciencia (en concreto, las matemáticas y la geometría) nunca nos engaña, siempre es del mismo modo. Y está hecha puramente con la razón, sin que intervengan los sentidos. Así pues, solamente podemos encontrar verdades indudables en la ciencia racional; en cuanto los sentidos entran en la fiesta todo se arruina.

No es un tema cerrado ni mucho menos, y casi todos los filósofos deben enfrentarse a este problema en algún momento de su existencia.

¿Cuál es vuestra postura? ¿Sois empiristas o racionalistas? ¿Preferís la flema británica o la pompa francesa?

El próximo día vendrá la segunda pregunta. No os la digo para dejaros con la intriga ;)

¡Saludos filósoficos!

6 comentarios:

  1. Pompa francesa siempre!jajaja. Esa reflexión sobre los daltónicos la he tenido tannntas veces en mi cocorota!!!!

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  2. Gracias por comentar Maripres, ¡sabía que estas cosas te gustarían!

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  3. Sé que el blog es antiguo, pero me encantó ;D no podía no comentarlo. Esa forma de redactar, los ejemplos y el raciocinio que utilizastes sencillamente me encantaron. Una forma muy simple de explicar las dos posturas filosóficas que me causan uno que otro dolor de cabeza

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