Hoy por fin llegamos al final de las tres preguntas kantianas sobre la función de la filosofía. Para recordar rápidamente: la primera pregunta trataba sobre la verdad y la realidad (¿qué podemos conocer?), la segunda pregunta nos interrogaba sobre la ética, la moralidad y el bien (¿cómo debemos comportarnos?). La tercera pregunta, como habéis podido leer en el título de la entrada, es todavía más críptica y misteriosa: ¿qué puedo esperar?
¿A qué se refiere nuestro amigo prusiano? ¿Qué quiere decir con eso de esperar algo? En inglés y alemán utilizan dos palabras diferentes que en español se traducen igual. Esperar (con impaciencia, en mi caso) a que tu mujer se maquille para ir a cenar se traduce con to wait o warten, pero esperar que tu mujer se dé prisa en maquillarse para no llegar tarde se traduce como to hope o hoffen. Es decir, ya sabemos que una cosa es la espera y otra muy distinta es la esperanza. En este caso Kant pregunta was darf ich hoffen? así que sospechamos que habla de esperanza.
Así pues, la pregunta que Kant hacía se puede reformular de la siguiente manera: ¿tiene sentido que tengamos esperanza? ¿Esperanza de qué? Del mayor anhelo que puede tener la humanidad: el renacimiento tras la muerte. ¿Qué nos espera tras la muerte? ¿Existe un dios que juzgue a vivos y muertos y depare destinos desiguales según nuestro comportamiento en la vida? ¿Es dios un ser personal que nos escuche y atienda, que nos ame y cuide, o es más bien un ser impersonal, puramente creador, sin ningún interés por el hombre y sus criaturas? Es más, ¿existe dios? ¿Puede demostrarse su existencia? ¿Tenemos un alma que pueda sobrevivir a la muerte? ¡Vaya preguntas! ¡Ya avisé que esta pregunta de Kant era la que más intríngulis se traía!
¿Existe dios? Al fin y al cabo, si queremos analizar nuestra posible inmortalidad tenemos que dilucidar en primer lugar si el que nos la garantiza existe. Sin embargo, no voy a responder, como siempre, con un simple sí o no. Varios argumentos se han dado de la existencia de dios a lo largo de la historia de la filosofía. Menos numerosos son los argumentos que se han dado en sentido contrario (es decir, los que demuestran que dios no existe) probablemente porque la existencia de dios no es algo evidente en un primer momento, y por eso la carga de la prueba deba recaer sobre demostrar su existencia más que su inexistencia. Todos hemos oído hablar de las famosísimas cinco vías de Tomás de Aquino (que en gran parte son un compendio de demostraciones clásicas sobre la existencia de dios). Su exposición y análisis lo dejaré para una futura entrada porque aquí nos llevaría demasiado tiempo.
Me detendré con detenimiento en la demostración por medio del argumento de san Anselmo de Canterbury. Descartes reformuló el argumento de un modo que para mí es más convincente y más claro así que utilizaré su formulación. Dice así:
"1) Imagina un ser absolutamente perfecto. Ha de ser, por tanto, un ser que contenga todas las perfecciones. Definimos perfección como algo que es mejor tener que no tener. Por ejemplo, la belleza es una perfección porque es mejor ser bello que no serlo; la justicia es una perfección por lo mismo, la sabiduría, la bondad, etc. Imaginemos, pues, un ser absolutamente perfecto que contenga todas estas perfecciones.
2) La existencia es una perfección, pues son más perfectas las cosas que son que las cosas que no son. Evidentemente es mejor un millón de euros existente que uno imaginado.
3) Si ese ser absolutamente perfecto contiene todas las perfecciones también ha de poseer la perfección de la existencia porque si no, no sería absolutamente perfecto.
4) Por lo tanto, ese ser absolutamente perfecto existe y lo llamamos dios."
Este argumento ha levantado ríos de tinta (y sangre, en ocasiones) de un modo tal que a nosotros, seres desposeídos del siglo XXI, nos resulta difícil de creer. Ha tenido fervientes defensores y agresivos detractores. Es un argumento que tal y como está expuesto resulta intachable, pero todos sospechamos que algo hay detrás de él que huele a chamusquina. No obstante, no está refutado ni mucho menos porque tanto los defensores como los atacantes provienen de visiones metafísicas tan diferentes que es prácticamente imposible que se pongan de acuerdo. Sabed que es perfectamente posible estar de acuerdo con él, pero que entonces hay que admitir ciertos presupuestos metafísicos con los cuales quizás no comulgaríais tan a gusto. Lo mismo digo para sus detractores, sabed que si no admitís esto entonces debéis estar preparados para ciertas consecuencias metafísicas que puede que no os agraden. No es una cuestión fácil ni sencilla, ¡ni mucho menos!
Esta entrada se está alargando (el tema da para tanto... ¡da para demasiado!) así que la terminaré con una reflexión del gran Blas Pascal. Este fue un hombre de inteligencia privilegiada: formuló leyes físicas, matemáticas, inventó la primera calculadora con 19 añitos, etc. Pues bien, Pascal sufrió una experiencia religiosa profunda que le llevó a formular su famosa apuesta metafísica con la que demuestra la necesidad de creer en Dios. Dice así:
- Tú puedes creer en Dios; si existe irás al cielo.
- Tú puedes creer en Dios; si no existe no ganarás nada.
- Tú puedes no creer en Dios; si no existe tampoco ganarás nada.
- Tú puedes no creer en Dios; si existe tú serás castigado.
Así os dejo.
¡Saludos filosóficos!