Buenas tardes
queridas familias, queridos compañeros del claustro y de dirección y, por
supuesto, queridísimos alumnos de 2º de bachillerato. ¡Qué difícil resulta
decir algo interesante después de las hermosas palabras que os ha dedicado
Victoria! Intentaré, no obstante, estar a la altura de tan dilectos oradores.
Los números
mienten. O, para ser justos, los números son tontos, pues son incapaces de
decir nada sin nadie que los interprete. Sin el ser humano detrás de ellos,
ninguna fórmula, ningún resultado matemático, ningún algoritmo o ecuación será
capaz jamás de decir nada significativo sobre el mundo que nos rodea o sobre
nosotros. Incluso cuando son interpretados por nosotros los números son
utilizados para justificar todo tipo de planteamientos e ideas. No hay más que
ver un debate en el congreso de los diputados para contemplar el sufrimiento al
que se ven sometidas estas delicadas criaturas a las que denominamos números.
Pero, claro, no debemos olvidar que hacen uso de esa peculiar ciencia llamada
"estadística". Y claro, resulta difícil albergar demasiadas
esperanzas en una ciencia que tiene la palabra "Estado" en ella...
¿Por qué estoy
hablando de esto? Porque en un colegio tenemos que combatir una tentación
constante y muy poderosa, que consiste en permitir que los números definan a
los alumnos. Al fin y al cabo nosotros, como profesores, atesoramos una gran
cantidad de datos numéricos sobre cada uno de vosotros: notas (por supuesto),
ausencias, expulsiones, deberes hechos (o más bien, no hechos), etc. Al final
de la evaluación y del curso todo eso se encuentra condensado en ese cuaderno
misterioso y terrorífico llamado "cuaderno del profesor". Cuenta la
leyenda que antiguamente los maestros no utilizaban Educamos o tales herramientas, pero no dejan de ser supersticiones
sin sentido. No las creáis.
Pero esos
números no nos cuentan absolutamente nada de vosotros. Entre dos ceros hay un
mundo de diferencia, entre dos dieces pueden existir millones de matices que no
nos permiten entender la diferencia entre dos alumnos. Lo más fácil y
conveniente es reduciros a una media numérica y dejar que ella haga todo el
trabajo por nosotros. Voy a romper una lanza en favor de nosotros, los
profesores; cada año pasan por nuestras manos cientos de alumnos diferentes,
cada uno más diferente que el anterior, con su problemática particular y su
familia. De hecho, los tutores tenemos que asumir además todo ese trasfondo
familiar y tratar de interiorizarlo para cada uno de vosotros. Como
comprenderéis no es una tarea sencilla, pero de algún modo es la tarea que
hemos elegido y me consta que el esfuerzo es titánico en este sentido.
Así pues, los
profesores tenemos una cierta excusa para olvidarnos de que sois personas más
allá del mundo escolar (aunque prefiero académico) pero quien no tiene excusa
sois vosotros. Vosotros, que sois los verdaderos protagonistas del día de hoy y
de vuestra historia, os juzgáis según números que nada tienen que ver con
vosotros. No solamente hablo de las notas, que por supuesto forman una parte
importante de vuestra identidad, sino también de la talla, la altura, el dinero
que tengo. Incluso cuando te compras un IPhone, el símbolo de esta generación,
lo primero que tienes que aclarar es el número del modelo. Si tienes un 4 eres
un poco perdedor, con un 5 ya me quiero un poco más y con el 6 llego a clase
sintiéndome francamente bien. Los números forman parte de nosotros y nos
castigan frecuentemente con su aséptica exactitud. Nos recuerdan que tenemos
que adelgazar, nos recuerdan que somos bajitos, nos recuerdan que llegamos
tarde, nos recuerdan que no nos llega la media para esa carrera de triple grado
de derecho, enfermería e ingeniería aeroespacial. Bilingüe. En chino.
Llegamos a
todo tipo de extremos ridículos para satisfacer a esos números que nos
tiranizan. En vez de considerarlos como medios para comprender mejor ciertas
realidades físicas nos entregamos en cuerpo y alma a ellos: si algo es
reducible a números nos sentimos tranquilos porque alguien podrá operar con ellos
entonces y llegar a una conclusión inequívocamente científica.
No os
engañéis. No sois científicos sociales. No existe tal cosa como la "ciencia
social". Ese nombre es una aberración impuesta por aquellos que, celosos
de los éxitos de las ciencias físicas y matemáticas, tratan de robarles
prestigio añadiendo la palabra ciencia
a nuestras disciplinas. Es frecuente escuchar hablar de "ciencias
jurídicas", "ciencias de la información", "ciencias
sociales", "ciencias económicas", etc. La manera de conseguir
que se nos respete, según esta pretensión terriblemente racionalista y
arrogante, es añadir números y gráficos a lo que hacemos. Pero ya hemos dicho
que eso es imposible: el ser humano no se explica con números. Las humanidades
(nombre correcto y verdaderamente adecuado) no buscan conocer realidades
mesurables y físicas sino que apuntan a algo mucho más íntimo: nuestra alma y
nuestro espíritu. Mientras caigamos en la tentación de creer que los números lo
explican todo seguiremos cayendo en la tentación de creer, en último término,
que el ser humano es como un protón que se puede estudiar, manipular y
controlar.
Vosotros no
podéis ser así. No permitáis que los números os definan, no sois un número de
DNI, no sois una talla de pantalón, no sois una estatura, no sois una media en el
cuaderno del profesor, no sois el mediano, el pequeño o el mayor de ocho, no
sois abstracciones matematizables: sois -somos- alumnos de letras que buscamos
la verdad que se oculta en nuestras almas y en el universo. Sabéis que no sabéis
nada. Sabéis que sois muy poquita cosa pero que, al mismo tiempo, cada uno de vosotros
es un pequeño milagro, irrepetible en la historia. Pero, por encima de todo,
sabéis que en este colegio tenéis un maestro que siempre ha intentado ir más
allá de esos números para darse cuenta de que sois cada uno de vosotros
maravillosos e inolvidables. Y ninguna nota me convencerá de lo contrario.
Seguiremos.