¡Hola compañeros!
Espero que estéis todos pasando un buen verano y que las maravillas estivales os colmen los sentidos de sensaciones maravillosas y buen pulpo. Algunos de mis lectores están ahora en invierno así que no puedo extender este deseo hacia ellos pero si puedo animarles: pronto podrán reírse de nosotros, los hemisféricos norteños.
La última entrada la dejé así un poco abruptamente. Decidí criticar algunas concepciones comunes del Estado, ponerlo un poco a parir y ya. No saqué conclusiones ni extraje enseñanzas que aplicar a nuestra vida y nuestro día a día. Bueno, en realidad, poco de lo que se dice en este blog es aplicable a nuestro día a día pero ya me entendéis. Para recapitular un poco, si recordáis dijimos aquí que el Estado es fundamentalmente lo opuesto a la libertad, es pura coacción y violencia. No es ni un club, ni una familia ni una empresa. Sea lo que sea, concluimos, el Estado ha de ser algo diferente a ello, pues esos son reinos de libertad mientras que el Estado monopoliza la violencia y la ejerce directa o indirectamente contra el ciudadano.
Esta violencia se manifiesta de muchas maneras. La principal de todas ellas es que el Estado realiza actos que si cualquiera de nosotros ciudadanos los hiciéramos acabaríamos en prisión. Nosotros tenemos prohibido por ley robar y quitar las propiedades a los demás por la fuerza, pero el Estado es libre de quitarnos nuestras propiedades como cree oportuno. No es en vano que a esa parte de nuestros bienes que el Estado nos requisa se le llama impuesto. No se le llama voluntario, sino impuesto. Es algo obligado coactivamente desde arriba y aquel que rechaza hacerlo se enfrenta a enormes inconvenientes (multas o incluso la cárcel) que emanan en último término de la naturaleza coactiva y violenta del Estado.
Decía un famoso político que "los impuestos son el precio que se paga por la civilización". No obstante, esta frase es terriblemente equívoca. Los precios se pagan voluntariamente en un contexto de libre mercado mientras que los impuestos no podemos elegir no pagarlos. Si algún precio nos resulta demasiado caro siempre podemos acudir a la competencia y buscar precios más baratos o incluso regatearlos en algunos sectores menos regulados. Sin embargo, los impuestos no podemos elegir no pagarlos y no podemos elegir cuánto pagar; todo ello viene impuesto (valga la redundancia). Además, decir que los impuestos son condición de la civilización es equivalente a mantener que la civilización se apoya en el saqueo y la violencia, a lo cual debo oponerme firmemente.
"Oh", se nos dirá, "pero los impuestos se utilizan para fines filantrópicos, ayudan a los pobres y fomentan la igualdad". Ya comenté aquí y aquí mi opinión sobre la igualdad, sobre el hecho de que no es justa pero queda el tema de la filantropía. Nos dice que el Estado del bienestar es caro pero produce algo bueno. Hace que todos los ciudadanos se ayuden unos a otros y no sean egoístas capitalistas. Es decir, puede que no sea bueno pagar impuestos, pero se utilizan para fines buenos así que ese mismo acto es bueno. Comentemos aquí dos cosas fundamentales:
1) En primer lugar es altamente cuestionable que un medio se convierta en bueno porque su fin sí que lo es. El infierno está empedrado de buenas intenciones se suele decir y en realidad lo que importa son más a menudo los medios que los fines. Si los fines son equivocados pero producen mucho bien por el camino, bueno, no está mal; pero si los fines son buenos y producen mucho mal por el camino entonces son moralmente reprobables. Convertir en bueno el expolio a gente inocente de sus bienes porque van a ser orientados a un buen fin resulta por tanto éticamente cuestionable y malvado. Por supuesto también está el curioso hecho de que el Estado es muy generoso, pero con los fondos ajenos. Se les llena la boca de palabras como solidaridad, filantropía, tolerancia, igualdad o subvención pero siempre somos los mismos los que pagamos: ¡ay estos Robin Hoods, qué daño hacen!
2) La desconfianza aterradora que tiene el Estado a la libertad llega al extremo de afirmar que los hombres no nos ayudaríamos unos a otros si el Estado no nos obligara. Esto es históricamente falso, obviamente, como atestiguan numerosas organizaciones caritativas privadas y civiles que aun hoy siguen existiendo. Si el Estado no nos arrebatara tan cuantiosas cantidades de dinero quizás sí que podríamos destinarlas a las organización que nosotros eligiéramos, en función de su efectividad y honestidad. En un contexto de libertad tales organizaciones tendrían incentivos para actuar honradamente y eficientemente (al contrario que en la actualidad, en la que muy a menudo son simplemente pantallas de captación de fondos públicos). Además, con una fiscalidad tan confiscatoria como la que padecemos en nuestros queridos Estados del bienestar se favorece al pícaro y al corrupto. Cualquier persona que honradamente cumpla sus obligaciones fiscales verá como su patrimonio es robado y saqueado sin miramientos mientras que el pillo y el pícaro aprovecharán todas las funcionalidades del Estado sin poner un euro. Ese es el verdadero resultado: el Estado favorece a los hombres malvados.
Pero si es que no hace falta discutir demasiado al respecto. ¿Dónde se acumulan para pedir dinero los pobres e indigentes de las ciudades? ¿Alrededor de las sedes de los partidos? Nop. ¿Alrededor quizás del congreso de los diputados? Nop. ¿Alrededor de los ministerios? Nop. ¿Alrededor de las sedes de sindicatos? Otra vez, no. Ah, ya sé, os dejo que lo adivinéis vosotros pero os doy una pequeña pista antes: es una organización privada y civil.
Bueno, os dejo que me caliento y no es precisamente por el verano (que también). Si os interesa una tercera parte hacédmelo saber, si no seguiré con otros temas.
¡Saludos filosóficos!