lunes, 30 de junio de 2014

¿Por qué la filosofía es la madre de todas las ciencias?

¡Hola compañeros!

Se acerca el verano y con él las tan agradecidas y no tan merecidas vacaciones. Ya sabéis, dos meses y todo eso (supongo que esa es una de las grandes ventajas de dedicarse a la enseñanza). Y sí, pretendía daros envidia.

En cualquier caso, hoy traigo una pregunta curiosa que alguna vez ha surgido en clase y que siento que ha de ser contestada ahora: ¿por qué decimos que la filosofía es la madre de las ciencias? ¿Quiere eso decir que la filosofía es ella misma una ciencia? Es evidente que si admitimos que la filosofía es una ciencia, habrá que redefinir un poco el concepto de ciencia, porque evidentemente nuestra cultura actual no da su brazo a torcer con facilidad a la hora de otorgar a algo el "estatus científico". Esto es lo que vamos a tratar de analizar, ¡síganme los valientes!

Lo primero que hay que decir es que podemos responder a la pregunta desde dos ángulos diferentes: uno histórico y otro más teórico y abstracto.

Históricamente es un hecho incontestable que la ciencia como tal solamente ha empezado a existir desde tiempos relativamente recientes. Lo que entendemos como ciencia en la actualidad es un conocimiento más o menos riguroso (es decir, más o menos racional-matematizable y más o menos empírico) sobre la realidad. Por supuesto, esta definición es casera pero creo que se ajusta bien a lo que entiende el hombre medio por ciencia. Antiguamente, sin embargo, la ciencia era simplemente conocimiento (scientia significa conocimiento en latín) en todos sus sentidos. Así pues, los filósofos y los científicos eran una y la misma cosa; aunque los físicos se hacían llamar "filósofos naturales" consideraban que no les diferenciaba gran cosa de los filósofos más teóricos y abstractos. No había demasiada diferencia, pues, entre Newton y Descartes y consideraban que la ciencia era única y en su punta está la filosofía "pura". Si retrocedemos más hacia la antigüedad esto se hace todavía más evidente: el primer filósofo occidental fue Tales de Mileto. Sí, sí, el del teorema de Tales en geometría. Ese mismo.

Pero el enfoque histórico no es el verdaderamente importante.Lo interesante es saber si la filosofía está en el origen de nuestro conocimiento intrínsecamente. Es decir, ¿es la filosofía algo necesario en la ciencia? ¿Necesita la ciencia a la filosofía? ¿De qué modo puede beneficiarse la ciencia de algo tan vaporoso y tan inconsistente como la filosofía? ¿De qué trata la filosofía que no esté ya cubierto por la ciencia de modo más eficiente y más productivo?

La ciencia es un conocimiento muy parcelado. Por ejemplo, la biología tiene como objeto la vida (sí, lo sé, captain obvious attacking), la matemática trata sobre cantidades, la economía trata sobre la satisfacción numérica de necesidades, la física sobre la materia y el movimiento, etc. Esta división y especialización científica nos ha proporcionado muchas ventajas y un avance incontestable en el conocimiento humano. El problema es que resulta muy complicado tener una visión completa y sintética de la realidad. Dicho de otra manera, a la física no le importa demasiado lo que la economía tenga que decir y no hay un intento real de armonizar ambas ciencias; tampoco existe una relación estrecha entre las matemáticas y la biología, por ejemplo.

La filosofía proporciona un sentido a nuestro conocimiento. Nos da la posibilidad de integrar todas las ciencias bajo una misma idea de la realidad. Decía Kant que un conocimiento no es un conocimiento de verdad si no tiene un sentido y no le faltaba razón. ¿Cuántas veces nos ha ocurrido que hemos tenido problemas para aprender algo por el mero hecho de que no sabíamos para qué lo estábamos aprendiendo? Solamente cuando tenemos un propósito y un sentido estamos en condición de aprender y de conocer. La filosofía puede ayudarnos a obtener ese propósito y es en realidad lo más necesario para poder hacer ciencia.

La filosofía es, por tanto, la madre las ciencias porque, como las madres en el mundo real, no hay más que una.

¡Saludos filosóficos!

martes, 17 de junio de 2014

La lógica

Hola compañeros:

He decidido aparcar momentáneamente la política para volver con temas más teóricos y más abstractos, pero que al mismo tiempo suscitan nuestra curiosidad y nos compelen a la pregunta más filosófica de todas: wtf? (o dicho más académicamente, ¿qué demonios es esto?). En la carrera de filosofía existen dos asignaturas muy alejadas de los contenidos habituales de la carrera y que nos fuerzan a considerar por qué existen: Lógica I y Lógica II (la cual suspendí para septiembre). Así pues, y dado que todos en algún momento hemos oído hablar de la lógica tendremos que preguntarnos muy filosóficamente: ¿qué demonios es la lógica? Y una vez aclarado eso, ¿para qué sirve? La lógica es la parte de la filosofía que estudia los razonamientos. En concreto, la lógica estudia una cosa que se llama "inferencia". Una inferencia es el paso de unas premisas a una conclusión. Veámoslo con un ejemplo.
  • Todos los hombres son mortales. [premisa número 1]
  • Sócrates es hombre. [premisa número 2]
  • Por tanto, Sócrates es mortal. [conclusión]
En este caso vemos que la conclusión "Sócrates es mortal" se sigue necesariamente de las premisas 1 y 2. Nos encontramos ante un razonamiento válido. La diferencia entre validez y verdad ya la analizamos aquí y haríais bien en repasar aquello para poder entender mejor esto. La lógica, pues, se dedica a estudiar los argumentos y a establecer cuáles de ellos son válidos y cuáles de ellos no lo son. De este modo, busca entender y marcar los límites del discurso racional y de esa manera alejarnos del absurdo lo más posible.

Hasta aquí no resulta demasiado nuevo ni demasiado original (repito que algo parecido ya fue hablado en su día en el blog) pero la lógica tiene una rama bastante diferente que se dedica a otra cosa, relacionada pero no exactamente igual. Esto es la lógica informal, consagrada al estudio de las falacias y la persuasión. En vez de estudiar el discurso lógicamente válido, la lógica informal estudia cómo convencer mejor con un discurso, cómo evitar caer en falacias y cómo persuadir a una audiencia de que lo que transmites es verdad. Es el arte de la oratoria y la retórica, tan importante para políticos y tertulianos de sobremesa.

Aunque frecuentemente se asocia el término falacia con mentira eso es muy inexacto. Una mentira es una idea que no se corresponde con la realidad y que se intenta hacer pasar por real conscientemente mientras que una falacia es una inferencia lógicamente inválida que se intenta hacer pasar por válida. Es decir, una falacia es un argumento lógicamente inválido que se intenta hacer pasar por válido. Veámoslo con ejemplos:
  • Mentira: no estoy leyendo el blog.
  • Falacia: no leo el blog porque me huelen los pies.
Como vemos, una y otra no son exactamente iguales. De hecho, una falacia puede estar formada por proposiciones verdaderas (puede ser verdad que no leas el blog y puede ser verdad que te huelan los pies) pero lo que no es lógica es la conexión entre una idea y la otra.

Todos utilizamos continuamente falacias y esta en nuestras manos el dejar de hacerlo e intentar modular un discurso consistente y lógico. A nadie hace ningún favor que las utilicemos y menos que a nadie a nuestro discurso, a nuestra idea. Podemos caer en un muchísimos tipos de falacias, algunas de las cuales son:
  • Falacia ad hominem: atacar a una idea atacando a la persona que defiende esa idea. Por ejemplo, "no me digas que llegar tarde está mal porque tú eres siempre impuntual".
  • Falacia ad baculum: persuadir por medio de la fuerza.
  • Falacia del hombre de paja: atacar una idea ridiculizándola y llevándola al extremo para atacar la versión radical de la idea (que siempre es más fácil que atacar la versión moderada). Por ejemplo, "¿votas al PP?, entonces eres un fascista".
  • Falacia del arenque ahumado: o como se dice normalmente, "cambiar de tema". Por ejemplo, una niña a la que se le está llamando la atención por llegar tarde y que contesta "lo que pasa es que no me queréis en esta casa."
  • Argumento de autoridad: algo es verdad porque una persona con renombre y reputación en el sector lo afirma.
  • Argumento ad populum: algo es verdadero porque mucha gente no puede estar equivocada.
  • Post hoc ergo propter hoc: que significa "después de esto, por tanto a causa de esto". Significa que atribuimos que una cosa es un efecto de otra por el mero hecho de haber sucedido después que otra, cuando puede haber sido simple casualidad. ¡La base de todas las supersticiones!
Y así podríamos seguir todo el día pero creo que os hacéis a la idea. ¿Qué tipo de falacias utilizáis? ¿Cuáles han utilizado en vosotros? ¿Veis alguna a vuestro alrededor con frecuencia? Estad atentos, filósofos, pues uno nunca sabe cuando intentan manipular su mente...


¡Saludos filosóficos!

martes, 10 de junio de 2014

¿Es la igualdad algo bueno? (Parte II)



¡Hola compañeros!

El otro día hablábamos sobre el tema de la igualdad y sobre si ese santo Grial de la política contemporánea era algo racional o razonable. Comentábamos, en un tono bastante abstracto (más de lo que me hubiera gustado, admito que me gusta ser más divulgativo y un par de personas me recriminaron cariñosamente que no habían entendido nada) que los conceptos de "Justicia" e "Igualdad" no son para nada sinónimos, sino que de hecho resultaban un poco contradictorios. Las razones que aduje las encontraréis aquí pero ha llegado la hora de continuar con la discusión.

Bajando un poco de las nubes veamos qué aplicación práctica tiene todo aquello que hemos estado discutiendo. Comencemos por esta sencilla pregunta: ¿es toda igualdad injusta? Hemos desmontado -espero- la idea de que la igualdad, per se, es algo justo y siempre deseable, pero eso no quiere decir que toda desigualdad sea indeseable o injusta. Es decir, hemos caminado un buen trecho a lo largo de la Historia para intentar despojarnos de tiranías, injusticias, favoritismos, nepotismos y sistemas de castas como para terminar concluyendo que tales sistemas no solamente no eran injustos sino que por el contrario son sistemas perfectamente justos y con arreglo a derecho. No. Atacar cierto concepto de igualdad no significa rendirse a la ley de la selva y defender que entonces estamos de acuerdo en que el fuerte aplaste y someta al débil. No nos hemos reunido en sociedad para vivir peor que en un estado de naturaleza salvaje y resultaría ridículo que yo aquí defendiese eso (aunque ya dijo Cicerón que no hay tontería que no haya sido defendida por algún filósofo).

Así pues, hemos de convenir en que la sociedad ha de procurarnos algún tipo de igualdad que sí sea justa y conveniente para todos. Una igualdad que no sea impuesta desde arriba (sea de donde sea), una igualdad que no nazca del dominio o la fuerza sino que surja naturalmente de nuestra propia condición humana. Una igualdad, en definitiva, que no quebrante nuestra libertad: la igualdad ante la ley. ¡Esta igualdad sí que cumple estas condiciones! Precisamente si nos hemos reunido en sociedad es para obtener este tipo de igualdad: nadie quiere tener menos derechos que los demás, ni más deberes, sino que todos aspiramos a que la justicia (esa señora con la venda en los ojos) no haga distingos entre los ciudadanos, sino que gobernantes y gobernados, ricos y pobres, fuertes y débiles recibamos el mismo trato por parte de ella. Eso no quiere decir que todos recibamos exactamente el mismo veredicto (eso lo vimos en la anterior entrada sobre este tema) sino que todos recibimos la misma atención. Se nos considera como a individuos abstractos en todo lo que concerniente a la ley, sin tener en cuenta todo lo que nos rodea y que resulta irrelevante.

Todo esto parece bastante obvio. Y os concedo que no estoy descubriendo la pólvora. Sin embargo, mucha gente no está de acuerdo con esta afirmación. Para algunos sectores del espectro político la igualdad fundamental no es de la que supuestamente disfrutamos todos en un Estado de derecho (es decir, la igualdad ante la ley) sino aquella por la que hay que luchar y que hay que conseguir a toda costa: una igualdad económica. Para estos señores lo importante es la igualdad mediante la ley. Uyyyy, cómo cambia las cosas una pequeña preposición.

Cuando el centro de nuestros desvelos se centra en la igualdad económica por encima de la igualdad jurídica lo natural es entonces que no todos seamos iguales ante la ley, pues precisamente como existe una desigualdad económica entre los seres humanos la ley debe actuar parcialmente para corregir esas desigualdades. Nos encontramos entonces con que la ley se encuentra al servicio de la política: en lugar de vigilar al Estado para que no se propase con los ciudadanos, la ley se convierte en una herramienta del Estado con la que puede llevar a cabo sus propósitos más diversos.

En los altares de esta búsqueda se han sacrificado a lo largo del siglo XX y parte del XXI millones de vidas. Regímenes totalitarios han aspirado a unir en una sola voz a una ciudadanía dispersa que difícilmente podía oponerse a ello. Con la excusa del bien común y del bien mayor se han erigido campos de concentración, gulags, campos de reeducación, campos de trabajo, pogromos, etc. ¿Cuántas veces debemos pasar por lo mismo para que la ciudadanía comience a mirar con ojos sospechosos a los salvapatrias, los charlatantes, los vendehumos y los individuos de muy diverso cuño que se han dedicado con ahínco renovado a "reducir la desigualdad en el mundo"? ¿Cuántas veces?


Por supuesto, podemos replicar que la pobreza en el mundo es un problema que hay que encarar y atajar y que no podemos permanecer de brazos cruzados ante él. Estoy de acuerdo. Pero pretender identificar desigualdad y pobreza como si fueran lo mismo es un error mayúsculo de una demagogia deplorable. La gente no quiere ser igual al vecino, lo que quiere es dejar de ser pobre (de hecho, en esos países del Tercer Mundo dejar la pobreza normalmente implica dejar de ser igual al vecino). Nada ha habido en la Tierra más igualitario que los regímenes comunistas (excepto en el caso de la pequeña élite dirigente, obviamente) y resulta del todo cuestionable que en ellos se haya creado más riqueza y prosperidad que en las naciones libres.

Pero al final, como siempre, estarán los que intenten convencernos de que el muro de Berlín se construyó para que la gente no intentara entrar...

¡Saludos filosóficos!