Mi reciente viaje a Roma me ha hecho descubrir una maravillosa ciudad. Una ciudad literalmente maravillosa, pues está repleta de rincones mágicos y objetos de lo más variados que te hacen estar en contacto permanente con la belleza (o Belleza, como queráis). Todo el arte que está despeglado contribuye a rodear tus sentidos y tu imaginación, embargándote de una sensación de eternidad y, a la vez, de una fugacidad aplastantes. Todo esto me ha llevado a pensar en el arte y su extraña naturaleza: ¿qué es el arte?, ¿qué busca el arte?, ¿por qué llevamos a cabo obras de arte?
Al fin y al cabo el arte ha sido algo que ha acompañado al ser humano desde el inicio de los tiempos. Desde que en unas cavernas oscuras y lúgubres unas personas decidieron estampar sus manos en las paredes y pintarlas, o desde que se pusieron a pintar animales y escenas de caza (con una pericia bastante considerable, echadle un ojo a esto) sin ningún fin evidente de supervivencia o biológico. Podemos afirmar que está con nosotros mucho antes de que la ciencia o la filosofía dieran sus primeros pasos. Y sin embargo, no resulta claro cuál es el impulso que nos lleva a hacer arte, cuál es la finalidad que perseguimos con ello: ¿qué quieren los artistas?
Otra actividad práctica del ser humano es fabricar instrumentos. En un sentido amplio, los instrumentos son aquello que nos permite adaptarnos al medio. Los instrumentos definen de modo muy especial nuestra relación con el medio y nos ayudan a sobrevivir y prosperar (pensemos en lo complicada y limitada que sería una existencia sin ruedas). Pero por ese mismo motivo sabemos exactamente qué busca el que fabrica un instrumento (otra cosa es que consiga su propósito): utilidad. La utilidad es lo que dicta la conveniencia o no de esos instrumentos que hemos construido.
Pero, ¿qué busca el arte? Desde luego resulta un poco complicado asimilar la práctica artística a la práctica de la fabricación de instrumentos; no creo que nadie sostenga seriamente la utilidad de un soneto de Quevedo. Podemos sospechar con bastante certeza que él no buscaba que su soneto fuera útil. Entonces, ¿para qué sirve el arte?
Algunos de vosotros, los más intuitivos, seguramente diréis que en realidad el arte está buscando la belleza, no la utilidad. Las diferentes artes buscan la belleza de diferentes maneras; tal es su complejidad que no basta un arte, y ni siquiera una sola corriente artística, sino que tratamos de acercarnos a esa gran ilusión, ese gran espejismo, que es la belleza: más cercana cuanto más lejana, más ajena cuanto más accesible.
Estoy parcialmente de acuerdo con esto pero creo que los artistas no siempre buscan la belleza. No siempre buscan un breve guiño de esa esquiva diosa. No. Buscan comunicar algo. Buscan transmitirnos algo que no podrían decir con el lenguaje ordinario. Buscan hablar lo inefable, aquello que se resiste a ser analizado, estructurado, deducido: estudiado. El arte nos pone en contacto con una parte de nosotros que no es susceptible de caer bajo un espectro puramente racional, pero al mismo tiempo tampoco es siempre irracional. Nos dice cosas de nosotros mismos que no sospechábamos; nos ayuda a conocernos, nos libera de miedos y nos transmite alegrías. No es una pura transmisión de sentimientos pero a la vez nos permite llorar y reír con él. No transmite ideas definidas y compactas, pero nos hace reflexionar sobre el valor de las nuestras. No es moral, pero nos susurra valores al oído...
Quizá nos valga la indignación de aquel poeta que, preguntado por lo que significaba su poema, replicó airado que cómo iba a explicar un poema, si precisamente el poema sugería aquello que no era capaz de explicar...
¡Saludos filosóficos!