miércoles, 25 de febrero de 2015

¿Debe la libertad de expresión ser absoluta?

¡Hola compañeros!

Últimamente se ha venido hablando sobre todo el asunto de la libertad de expresión a raíz de los atentados en París al semanario satírico. Concretamente, se plantea si dicha libertad ha de tener límites y quién ha de determinar cuáles son esos límites, así como cuáles, de hecho, son los límites -si debe haberlos- de la libertad de expresión. Este es un tema candente y actual, sobre el que prácticamente cualquiera tiene una opinión. 

Se argumenta que deberían existir límites a esta libertad, pues faltar a la dignidad de una religión es una ofensa que no puede quedar impune. Han de existir límites a esa libertad impuestos desde la ley (es decir, desde el Estado) pues mucha gente se siente ofendida por determinados comentarios y viñetas que se publican regularmente. Estos límites han de respetarse, al igual que han de respetarse las religiones ajenas, bajo amenaza de censura, multa o directamente cárcel. Los editores que satirizan, se burlan o directamente bromean con asuntos sagrados hacen un uso excesivo e indebido de la libertad de expresión, y se aprovechan de esta para ofender, provocar e indignar impunemente a los practicantes de la religión en cuestión.

Sin embargo, resulta un punto de vista completamente arbitrario. Debemos mantener en perspectiva que la libertad de expresión no existe para que los demás digan lo que queremos escuchar o lo que nos gusta leer, sino más bien para todo lo contrario: la libertad de expresión exige necesariamente que exista la provocación, la burla y la sátira, pues todas ellas son instrumentos que posibilitan la diversidad de opiniones y la pluralidad de información. Tiene que quedar una cosa bien clara: defender la libertad de expresión no implica estar de acuerdo con todo lo que dicen quienes la practican. Eso, al fin y al cabo, es imposible: no se podría estar de acuerdo con millones de opiniones simultáneas y contradictorias a la vez.

Ofender una religión, estrictamente hablando, no es más grave que ofender a un familiar, a una opinión política o una opinión futbolística. O sí, depende, pues no deja de ser algo totalmente subjetivo. El problema es que se hace depender una libertad fundamental, ganada con mucho esfuerzo, de una sensación completamente subjetiva y arbitraria como es "la ofensa". Lo que a unos ofende a otros no les importa: ¿cuál es el criterio que ha de imponerse entonces? La decisión no deja de ser arbitraria y peligrosa porque una vez has comenzado censurando las opiniones sobre religión, ¿por qué detenerse ahí? Podríamos continuar censurando las opiniones sobre arte, política, deporte, etc. Damos armas a los políticos para vuelvan a instaurar sus particulares visiones sobre lo que es "correcto" y no lo es.

Cuando algo ofende lo más práctico y sano es simplemente mirar hacia otro lado e ignorarlo. Del mismo modo que una homilía es un mensaje para los feligreses y no para el conjunto de la humanidad (y nos parece ridiculo que determinados lobbies se sientan ofendidos por los contenidos de las homilías), lo que un semanario menor publique no deja de ser una opinión muy concreta dirigida a un grupo de lectores muy residual. 

Tener la piel demasiado fina es un defecto de nuestra sociedad, anclada en el infinito torbellino de lo "políticamente correcto". Existe, de hecho, una censura que opera en nuestras sociedades (imaginen a un personaje de la televisión diciendo que los hombres son mejores que las mujeres), pero eso es materia de otro debate. Para este, deberíamos enfrentarnos al problema haciéndonos eco de las palabras de Voltaire: "detesto lo que escribes, pero daría mi vida para que pudieras seguir escribiéndolo".



¡Saludos filosóficos!

miércoles, 11 de febrero de 2015

¿Son posibles las ciencias sociales?

¡Hola compañeros!

Soy tutor del curso de bachillerato de ciencias sociales. Eso significa que mi grupo de chicos conforma lo que se ha llamado comúnmente un bachillerato "de letras", es decir, chicos que directamente no quieren-no son capaces de- meterse en un bachillerato de ciencias puras, por lo común de mayor nivel que el otro.

No vengo hoy a hablaros de mis cuitas y penas como tutor de un curso desmotivado y en cierto modo olvidado por la educación y por la sociedad. En efecto, la sensación que permea el ambiente es la de un grupo de chicos que no valen para nada más y que han terminado ahí de rebote, porque es más fácil o porque van a estudiar ADE y Derecho, como sus padres les recomiendan (después de todo, ¿qué otra salida sensata tiene un estudiante de ciencias sociales?)... ¡He dicho que no hablaré de esto (aunque ya lo haya hecho...).

Lo que me interesa es la interesante denominación "ciencias sociales". ¿Por qué exactamente las hemos llamado así? ¿Qué peligro tiene esta categorización de este conjunto de disciplinas? Bueno, para empezar podríamos analizar qué pensamientos e ideas nos evoca la ciencia: conocimiento, rigor, control, capacidad de predicción, infalibilidad, etc. Estas son cualidades sin duda muy positivas cuando nos referimos a células o a los átomos y moléculas de los que se compone la materia pero no tengo muy claro que resulten muy aplicables al campo de lo humano y social. Trataré de explicarme.

La ciencia es capaz de formular leyes. Es lo que le otorga ese aura mística y cuasirreligiosa. Mediante esas leyes es capaz de predecir cómo se comportarán diversas partículas/fenómenos/células en un entorno determinado y con unas constantes prefijadas. Así pues, resulta del todo admirable que seamos capaces de predecir con una exactitud casi milimétrica en qué lugar del asteroide va a aterrizar la sonda que hemos enviado desde la Tierra, así como la inclinación y la velocidad. Las ciencias hacen eso: predicen, controlan y manipulan el entorno para conseguir resultados según leyes ya dadas. Ahí radica su valor.

Sin embargo, es muy cuestionable que podamos actuar del mismo modo con el ser humano. No es tan fácil formular leyes en el entorno de la sociedad humana, aunque intentos no han faltado. Desde los experimentos dialécticos hegeliano-comunistas hasta la sociología de Comte, hemos tratado de embridar la libertad humana y nuestro comportamiento en leyes que nos permitan predecir nuestro propio comportamiento y, sobre todo, manipularlo y controlarlo. Un científico social, pues, es alguien que busca las leyes que gobiernan el funcionamiento social del ser humano; leyes que más tarde pueda aplicar para tratar de influir y controlar. En definitiva, dominar.

Pero eso es imposible. Seguir intentando legislar científicamente al ser humano se muestra una y otra vez como una tarea inviable, en el mejor de los casos, y peligrosa, en los demás. la libertad humana es un quehacer continuo, un salirse del molde, un rebasamiento de límites e imposiciones. Allí donde existe una ley también existe una excepción, y si no existe, se busca. El ser humano es un mal material científico, pero un gran material artístico. La plasticidad, la flexibilidad, la hermenéutica, la crítica y el valor de estético frente a la ley absoluta y anuladora. No deja de sonar ideológico eso de las ciencias sociales...

Sueno como un romántico, lo sé. Pero creo que firmemente que el bachillerato de ciencias sociales debería intentar cambiar su nombre. Llamarlo bachillerato de humanidades me gusta más aunque siempre queda la posibilidad de llamarlo "artes sociales". No lo sé, seguimos trabajando en ello, a pesar de que es posible que lo más adecuado sea denominarlo "bachillerato económico".

O simplemente "bachillerato cajón de sastre". ¿Qué opináis?


¡Saludos filosóficos!

lunes, 2 de febrero de 2015

Esencia y existencia

¡Hola compañeros!

Hoy hablamos sobre un tema complejo y bonito. Es algo tan simple y tan obvio que parece mentira que un gran porcentaje de los filósofos a lo largo de la historia de la filosofía hayan ignorado este asunto o lo hayan desechado como un invento medieval absurdo y que carece de interés. Como nosotros no somos así vamos a darle todo el crédito que merece.

Básicamente, lo único que tenemos que recordar es la diferencia entre esencia y existencia, que no es moco de pavo. De hecho, es una distinción completamente olvidada en la modernidad, y en este olvido se fundamentan los mayores errores intelectuales que hemos venido sufriendo desde hace ya bastantes siglos. Pero fue ya en el siglo XIII un dominico llamado Tomás de Aquino quien define y distingue claramente ambos términos. ¿Qué entendemos por esencia y existencia?

La esencia es lo que una cosa es.La esencia hace de los entes algo definible y comprensible por el ser humano y si cambia de alguna manera ya lo transmuta en otro ente diferente. Un ejemplo de esto sería un 'libro'. Un 'libro' es un 'libro' porque posee la esencia de 'libro' y no de 'gato', en cuyo caso sería un 'gato'. Sé que lo que digo es muy elemental pero es importante tenerlo claro. Si ese libro es rojo o azul no nos importa en cuanto a su concepto o su esencia, que seguirá siendo 'libro'. Ahora bien si le quitamos todas las páginas difícilmente podrá seguir llamándose 'libro', pues ha perdido algo esencial en su ser. Así pues, una esencia constituye un concepto, una idea común a todos los entes que comparten esa misma esencia. Un libro no se diferencia esencialmente de otro, pues ambos comparten la misma definición. La esencia generaliza, produce abstracción y unifica.

Sin embargo no debe confundirse la esencia con la existencia. La existencia consiste en el hecho de que un ente (da igual la esencia que posea) sea. No parece cosa pequeña. En efecto, hay muchas esencias que no existen; por ejemplo, la esencia de unicornio es perfectamente definible ('caballo con un cuerno en la cara') pero carece de existencia porque no existen, de hecho, los unicornios. Existen las esencias de todos los animales mitológicos que podamos pensar, no hay duda al respecto, pero tales esencias carecen de realidad al carecer precisamente de existencia.

Así pues, el pensamiento realista adjudica mayor importancia a la existencia (o, dicho de otro modo, al Ser) que a las esencias (es decir, las Ideas). Para un filósofo realista las ideas son instrumentos útiles que nos acercan a la realidad y nos permiten conocerla adecuadamente pero no debemos nunca perder de vista el hecho de que las Ideas no dejan de ser meros instrumentos que nos acercan al Ser, a lo auténticamente real.

La modernidad idealista, y los pensamientos contemporáneos después de ella, ha olvidado esta distinción tan básica, y para ella las Ideas constituyen lo auténticamente real. Es decir, no hay separación ninguna entre la esencia y la existencia, pues todas las esencias existen de algún modo, aunque sea mentalmente. Kant llega a afirmar que no hay ninguna diferencia entre 1000€ pensados y 1000€ físicos, pues ambos se definen igual. No hay que olvidar que este tipo de planteamientos se aplicaron posteriormente a la política con resultados nefastos, pues cualquier idea se convierte súbitamente en posible y realizable por el mero hecho de ser una idea. 

En el fondo no debemos olvidar lo siguiente: no saber distinguir es no saber pensar. No matizar y simplificar es uno de los mayores fraudes intelectuales que cometemos contra la propia razón y, sobre todo, contra nosotros mismos.


Es bueno estar de vuelta.

¡Saludos filosóficos!