miércoles, 5 de noviembre de 2014

La corrupción

Ay, la corrupción. En boca de todos, en la mente de todos. ¿Qué mayor lacra existe que esta para las sociedades actuales? ¿Cómo podemos confiar en que aquellos que nos lideran no se corrompan? O todavía peor: ¿por qué parece ser un mal endémico en la política y totalmente inerradicable? Trataremos de contestar a todas estas preguntas partiendo de la más simple de todas ellas: ¿qué es la corrupción?

A primera vista diríamos que la corrupción se da cuando un político se salta ciertas leyes porque obtiene un beneficio de cualquier tipo al hacerlo. La RAE (esa gran institución liberticida, junto con la DGT) nos define la corrupción como el uso de las instituciones públicas en provecho propio. Así pues, salta a la vista la primera característica de la corrupción: es un fenómeno exclusivamente político. Y no puede ser de otra manera, pues no encontramos corrupción en el mercado de los bolígrafos y de los osos de peluche. En esos sectores la libertad económica es plena (más o menos) y por tanto no tiene sentido que exista corrupción. La corrupción siempre se da en sectores intervenidos políticamente (en especial, en sectores económicos extremadamente intervenidos, como la vivienda o el financiero).

La corrupción adopta muchas formas pero veamos en los lugares donde la corrupción está más extendida. Diríamos que la vivienda es una fuente de corrupción constante, especialmente a nivel local, o que los bancos son lugares donde existe una gran cantidad de corrupción, pero quizás deberíamos concretar que es en las cajas de ahorro donde más acusada ha sido la corrupción, pues más políticos han metido la mano ahí y más regulaciones existen. Asimismo, el mundo de las drogas genera una gran cantidad de corrupción, pues la prohibición del Estado de consumir ciertas sustancias (que en gran medida resulta arbitraria, hemos de reconocer) produce una reacción en la sociedad corruptora y corrosiva. Es decir, el Estado con su garra reguladora omnipotente y omnicomprensiva produce a su paso todo tipo de corrupción y violencia, pues los seres humanos seguimos queriendo comprar casas, no pagar impuestos, consumir drogas, etc. 

Digámoslo claramente: la regulación estatal produce corrupción. Pretender que la corrupción es producto de que unos partidos son más o menos honestos que otros es infantil y miope. Es el mismo sistema el que incentiva de modo perverso al corrupto; en cuanto la firma de un político tiene valor, en cuanto la decisión final de un proyecto depende de un político, la corrupción aparecerá siempre, de una forma u otra. El sistema político actual, con su todopoderoso e invasivo Estado del Bienestar, favorece la corrupción ineludiblemente. No es un problema de individuos, insisto, sino un problema sistémico.

Paradójicamente, muchos pretenden combatir la corrupción con más regulación, más impuestos, más comités, más intervención estatal, como si arrojando cócteles molotov a un fuego fueran capaces de extinguirlo. Por ejemplo, ahora está muy de moda decir que la solución a la corrupción viene de un partido totalitario cuando históricamente los Estados más corruptos son los totalitarios. Hemos visto que eso no solo es imposible sino que generará el efecto contrario. Y si no me creéis, tiempo al tiempo.

La única manera de combatir la corrupción es desregular, eliminar la mano violenta y coactiva del Estado de la sociedad. Rescatar lo público de lo estatal y devolverlo a la sociedad, para que ella misma, con sus propios mecanismos, decida libremente de qué manera gestionarlo y cómo incentivar adecuadamente el uso responsable de los bienes comunes.


¡Saludos filosóficos!

martes, 28 de octubre de 2014

¿Qué nos aportan los clásicos?

¡Hola compañeros!

A menudo me preguntan los alumnos por qué leemos autores clásicos. O qué tienen que aportar a nuestras vidas una serie de libros polvorientos escritos en un lenguaje arcaico e incomprensible. Quizás en nuestra arrogancia moderna seguimos creyendo con Descartes que la única manera de hacer avanzar la humanidad es prescindiendo de esos "libros viejos" que nada tienen que decir al ser humano contemporáneo. Pensadlo bien: ¿qué puede comunicar, por ejemplo, san Agustín de Hipona a un lector actual? Y hablo de un lector filosófico, no uno religioso, que siempre encontrará en sus Confesiones un libro de conversión maravilloso.

Muchas veces lo importante no es tanto el mensaje general del filósofo clásico como las breves ideas que vamos encontrando por el camino. Las pequeñas frases son las que pueden hacernos reflexionar sobre nosotros y nuestras vidas mucho más que los grandes sistemas filosóficos y las grandes ideologías. Tomemos como ejemplo esta leve frase de san Agustín: si fallor, sum (si me equivoco, existo). Él la utilizó como ejemplo para indicar que no hace falta acertar siempre y conocer la verdad absoluta (la Verdad) para conocer alguna verdad sencilla, como esa.

Pero lo interesante de un verdadero clásico es que siempre podemos volver a inspirarnos a las mismas reflexiones. No son ellas las que cambian sino nosotros los que cambiamos con ellas y las hacemos sugerirnos nuevas interpretaciones. Lo clásico es siempre nuevo, pues siempre encuentra nuevas maneras de movernos a pensar, a vivir.

Si fallor, sum. Aunque me equivoque siempre encuentro valor en mis errores. Porque me indican algo importante: estoy vivo y puedo rectificar. Solamente un muerto no se equivoca nunca. Todo error tiene un valor intrínseco, un aspecto positivo que lo hace provenir de un ser humano. Nuestra mera existencia ya nos compele inevitablemente a equivocarnos y errar, pero no es menos cierto que nuestros errores nos indican que estamos vivos.

Si fallor, sum. Está en nuestra propia naturaleza humana equivocarnos, pues la perfección humana no se alcanza al no cometer más errores sino al aprender de los errores cometidos. No tenemos almas perfectas que no cometen pecado sino que lo verdaderamente interesante es que tenemos almas muy imperfectas que podemos hacer funcionar de modo perfecto. Nuestro comportamiento no está destinado al fracaso, el único fracaso verdadero es abandonarse al error, sin pretender progresar nunca.

Si fallor, sum. Existen ciertas verdades indudables que no son víctimas del escepticismo y el relativismo imperantes en nuestra sociedad hipermoderna. Seguimos siendo capaces de acceder a verdades que, aunque leves y ligeras, nos recuerdan que no somos seres inútiles y absurdos, sino que nuestra mente, nuestra razón, tiene potencialidades aún por descubrir.

No despreciéis los clásicos y los clásicos nunca os despreciarán a vosotros. A los más avispados de vosotros no os pasará desapercibido que ese mismo Descartes que miraba con condescendencia a los autores medievales formula su famosísimo Cogito ergo sum a partir de la frase de san Agustín. Sé que en nuestros tiempos de tweets de 140 caracteres y comunicaciones de baja escala estilo whatsapp nos resulta difícil digerir textos clásicos pero tomadlos como un fin de semana en la montaña, alejados del ruido, alejados de la vulgaridad, alejados de nuestro siglo.

¡Saludos filosóficos!

miércoles, 8 de octubre de 2014

El Estado (parte 3): lo "público"

¡Hola compañeros!

Lo prometido es deuda y aquí vuelvo para poneros al día sobre las últimas novedades del Estado, ah nuestro amigo el Estado. Hoy retomamos la discusión con una pequeña investigación acerca de lo público y lo privado y las consecuencias que una mala concepción de ambos tiene para nuestra vida y nuestra sociedad.

Frecuentemente se asocia lo estatal a lo social o incluso a lo público. Hasta el punto que se produce una identificación completa entre lo público y lo estatal, de tal modo que solamente el Estado puede proveernos de servicios públicos; el Estado es lo público. Esto se nos manifiesta en las reivindicaciones que se llevan a cabo con la sanidad "pública", con la educación "pública", etc. En realidad lo que están manifestando es una protesta en favor de la sanidad "estatal" y la educación "estatal" pero torticeramente se oculta ese adjetivo (que suena un poco rancio) en favor de la palabra "público", que suena mucho mejor. De hecho a esas palabras las llamaban algunos pensadores "palabras comadreja" (weasel words). Las comadrejas son capaces de chupar los huevos sorbiendo por un agujerito de sus cáscaras todo su contenido, de tal manera que que el huevo queda intacto por fuera pero vacío por dentro. Esto exactamente es lo que ha ocurrido con palabras como "social" o "público".

No siempre ha sido así, sin embargo. Lo público, por definición es algo a lo que en teoría puede tener acceso todo el mundo mientras que lo privado es algo a lo que solamente tienen acceso aquellos que nosotros elegimos. Lo privado es por tanto una esfera íntima y familiar a la que se entra rara vez. No es la posesión y la propiedad lo que indica la privacidad o la publicidad de algo sino su accesibilidad. Mi casa es privada no porque sea mía sino porque solamente yo tengo las llaves. Del mismo modo que puedo convertir mi casa en un restaurante y hacerla pública porque cualquiera puede acceder a ella (teóricamente), aunque siga siendo mía. La casa del rey no es suya porque pertenece al Estado, pero no es pública porque no todo el mundo puede acceder a ella. Por tanto, la primera confusión frecuente entre público y privado se deriva de esta mala interpretación (voluntaria, no lo dudéis) de la propiedad. Algunos me contestarán que un restaurante de lujo no es público porque no todo el mundo puede pagar su comida y por tanto esa accesibilidad teórica no se cumple en la práctica. Pero es un argumento débil, porque también llamamos público a una universidad estatal y no todo el mundo puede acceder a ella (hay unas notas de corte que lo imposibilitan). Así pues, siguiendo esta misma lógica, todas las escuelas son públicas y toda la sanidad es pública, lo que ocurre es que algunas son estatales. No tiene sentido abrir un negocio "privado" (poco tiempo iba a durar) sino que siempre ha de estar abierto al público, por selecto que este sea.

¿Por qué ha secuestrado el Estado lo público? ¿Qué siniestra lógica se esconde tras la pretensión de que lo público es siempre estatal y viceversa? Básicamente la pretensión de que todo lo que hacemos en común ha de estar tutelado y vigilado por el Estado. Que nuestra libertad es siempre sospechosa y que si no se nos controla no podemos convivir en paz. Que si el Estado abandona sus proyectos estatales la gente morirá por las esquinas de inanición y enfermedades, como si fuéramos imbéciles.

Si el Estado abandona la sanidad estatal surgirán enseguida cientos de proyectos sanitarios adaptados a las necesidades de los consumidores que darán una cobertura sanitaria adecuada a los intereses de cada uno de nosotros, en función de lo que deseemos. Los que tengan menos dinero tendrán acceso a coberturas sanitarias del mismo modo que tienen acceso a coches, casas, comida, etc. aunque no sean millonarios. Lo mismo podemos afirmar de la educación: si desaparece la educación estatal (que taaan grandes resultados está dando históricamente) surgirán en su lugar multitud de proyectos (con inversión privada pero igualmente públicos, es decir, abiertos a todo el mundo) que la sustituirán y ofrecerán servicios adaptados a cada consumidor. Ni hablemos de las pensiones.

En resumen, la tutela del Estado sobre nuestras vidas resulta tan asfixiante, tan atroz, tan totalitaria, que no queda más remedio que rebelarse. No de un modo violento, por supuesto, pues la vida humana está por encima de cualquier idea pero sí de un modo ideológico y político. Trabajamos como esclavos para el Estado durante más de medio año (¡los egipcios solamente estaban obligados a trabajar en la pirámide solamente tres meses!) y aún así dicen que vivimos en una sociedad capitalista (¡ja!). Que baje Dios y lo vea. Los aspectos estatales de nuestra sociedad son socialismos parciales, comunismos en pequeñito que siguen tonteando con la idea totalitaria y racionalista de que es posible organizar las sociedades desde arriba. Siguen pensando, en definitiva, que el individuo es un débil mental.

¡Saludos filosóficos!

jueves, 25 de septiembre de 2014

Idealismo y realismo: el realismo filosófico

¡Hola compañeros!

Cinco horas seguidas de clase son capaces de quitar la vocación al más pintado, pero sabéis que siempre intento encontrar un huequecito en mi tiempo y en mi corazón para vosotros. Sobre todo teniendo en cuenta que habíamos dejado una discusión a medias y que debéis andar sin dormir desde la semana pasada mordiéndoos las uñas en pura impaciencia: "¿qué es el realismo?", os preguntáis, "¡responde ya maldita sea!", me espetáis. ¡No os preocupéis! Aquí acudo raudo a dar respuesta a vuestras preguntas filosóficas.

Nos quedamos tras la (somera y discutible) definición de idealismo filosófico. Para recordar un poco, el idealismo es la corriente filosófica que opina que los eventos mentales y racionales (es decir, nuestros pensamientos y nuestras ideas) son MÁS reales que la realidad física, concreta y caótica. Si alguien tiene más interés en el tema le remito a mi entrada aquí en la que esta idea está mejor explicada (o por lo menos con más detalle). Pero mencionamos algunos de los problemas que el idealismo nos presenta, nada despreciables y muy serios. La alternativa es la realista, el realismo filosófico. Vamos a ello.

b) Realismo:

El realismo es lo que se suele considerar filosofía clásica. Los pensadores antiguos y medievales suelen adscribirse todos a esta corriente aunque desde luego los matices son casi inagotables, hasta el punto que podemos considerar a Platón como un pensador realista (demasiado realista o realista exagerado, de hecho) a pesar de que el centro de su doctrina gira en torno a la teoría de las ideas. También consideramos realista a Aristóteles, que fue un gran crítico de las teorías de Platón. ¿Qué es por tanto lo que les acerca, lo que les aglutina bajo el paraguas realista? Por mucho que Platón amara las ideas y propugnase que son más reales que los objetos materiales siempre dejó claro que esas ideas son extramentales e independientes del ser humano. Por eso se le considera un autor realista: la realidad que cuenta, la más importante, es la que figura más allá de nuestras estrechas mentes y nuestra razón. Nuestras ideas y ocurrencias no son más reales que la misma realidad, siempre tozuda y machacona.

Los realistas bajan de las nubes a esa razón omnipotente y omnicomprensiva de los idealistas: el ser humano es un ente más de la naturaleza y de la realidad, y como tal, se ve sometido a las mismas leyes y prerrogativas que el resto de entes de la realidad. No somos seres privilegiados capaces de doblar la realidad según las leyes de nuestra razón sino que nuestra razón ha de adaptarse en último término a la realidad exterior. Los realistas se percatan de que en el fondo todo idealismo es un voluntarismo: la realidad ha de ser como quiera el ser humano. Todas las actitudes actuales buenistas derivan al final de esa actitud idealista arrogante de querer someter al ser humano a los dictados de la razón.

"Pero la razón es la misma para todos", diréis, "por lo que en el fondo al someter al ser humano a la razón solamente se está sometiendo a sí mismo, por lo que no hay opresión". ¡JA! Os respondo yo. Todos los movimientos idealistas políticos buscan someter al ser humano a una razón concreta a la que apellidan (razón proletaria, razón nacional, razón de Estado, razón económica, etc.) y cada uno arrima, como se suele decir, el ascua a su sardina. Nos presentan reivindicaciones particulares y concretas (totalmente cuestionables) como si fueran aspiraciones humanas ineludibles en nombre de la razón. Como todos somos racionales, es inevitable la revolución comunista (¡!).

El realismo nos previene contra estas actitudes y nos recuerda que la realidad es la que es. Que cambiar la realidad es algo doloroso y difícil. Que raramente se consigue un cambio sin dolor y sin externalidades negativas. Nos enseña a mirar de reojo y desconfiar del poder omnímodo del ser humano pues si el poder es absoluto, nos corromperá absolutamente.

Tengo un día oscuro y melancólico, no sé si se nota. A ver si esto os anima más.


¡Saludos filosóficos!



lunes, 15 de septiembre de 2014

Idealismo y realismo: el idealismo filosófico

¡Hola compañeros!

Hoy toca teoría. Y parece mentira que todavía no me haya atrevido a escribir acerca de esto. Es una de las cosas más básicas y típicas de la filosofía; el tipo de asuntos que cualquiera mínimamente interesado en la filosofía trata enseguida: el idealismo y el realismo filosóficos. Hay que subsanar este error.

Frecuentemente se suele escuchar en el lenguaje común de la calle (dos redundancias seguidas, ya se me olvida escribir) que alguien es "realista" o que tal persona es una "idealista". Aunque lejanamente emparentados con sus parientes filosóficos, estos conceptos tienen una pobreza mucho mayor. En lenguaje coloquial, una persona realista presenta las cosas como son, sin necesidad de suavizarlas mientras que un idealista suele ser más utópico y más ciegamente optimista. Esto ha quedado bastante alejado de aquello que llamaremos idealismo filosófico.

Pero antes de meternos en faena tenemos que considerar el problema que estamos analizando. Los filósofos son personas que piensan bastante, por si no os habíais dado cuenta. Utilizan la razón constantemente para enfocar los problemas y tratar de resolverlos. Cuando uno se da cuenta del poder que tiene la razón, de la potencia de esa herramienta que utilizamos, puede resultar fácil y tentador concederle todo el poder para resolver cualquier problema. La pregunta que vamos a plantear es: ¿qué es más real: lo interior o lo exterior? Es decir, ¿es más importante aquello que pienso o aquello que provoca mis pensamientos? Antes de que todos os lancéis a responder que lo auténticamente real es aquello que provoca mis pensamientos vamos a escuchar ambas posturas con detenimiento (lo cual me obligará a escribir dos entradas).

a) Idealismo:

Sorprendentemente es la postura que ha adoptado la mayoría de los filósofos en la humanidad. El idealismo se da cuenta de que la realidad solamente tiene sentido si hay alguien que la perciba y piense en ella. El idealismo mantiene que nuestras ideas son las que configuran y dan sentido a la realidad, del mismo modo que el IPhone fuerza a las aplicaciones a adaptarse a su sistema. Las aplicaciones solamente tienen sentido si pueden instalarse en el sistema operativo adecuado y la realidad solamente puede existir si puede ser pensada, (o si puede ser percibida). Para los idealistas la realidad es tremendamente plástica y flexible pues el ser humano puede configurarla y cambiarla a su gusto por medio de las ideas.

Esto tiene muchísimas consecuencias. Para empezar, el concepto de verdad tiene que cambiar necesariamente. Una vez la realidad pasa a segundo plano por detrás del mundo interior del ser humano ya no tiene sentido buscar la verdad como aquello que se adecua con el mundo exterior. Lo que sí tiene sentido es buscar certezas, buscar seguridad. No es casual que la filosofía moderna gire en torno al concepto de certeza mucho más que alrededor de la verdad. Cuando Descartes se plantea su duda metódica, lo que está buscando no es la verdad, sino algo evidente.

Por supuesto, otra consecuencia es que políticamente las utopías florecen alegremente. En el momento en el que la realidad exterior depende de nuestras ideas ya solamente tenemos que tener ideas correctas y buenas para crear una realidad correcta y buena. Al resultar las ideas más reales que la propia realidad, una utopía ya no es utopía sino algo perfectamente realizable. Lo único que se necesita es el tesón suficiente para moldear la realidad a nuestro antojo. De este modo, el idealismo teórico filosófico se transforma en un idealismo político de terribles consecuencias.

Todo idealismo se apoya en el poder indiscutible de la razón. La ciencia nos ha mostrado que todo es sometible a leyes, todo es matematizable. Y no hay nada más racional que las matemáticas y la ciencia. La ciencia ha logrado dominar la realidad, la mente ha conseguido doblegar la tozudez proverbial de la realidad exterior y conseguir resultados. ¿Cómo no vamos a intentarlo en la política? Todos los totalitarismos (socialistas o de derechas) se apoyan en esta idea: hay que someter al ser humano al dominio de la razón y forzarlo de tal manera que podamos generar un paraíso en la tierra. Esto, no hace falta que lo diga, no ha traído consecuencias nada felices a nuestro mundo y no está de más repetir que lo humano no es sometible a leyes porque lo humano cuenta con un elemento del que el resto de la realidad física carece: la libertad.

Pero no quiero apartarme del tema. El próximo analizaremos el realismo y veremos qué pros y contras nos proporciona.


¡Saludos filosóficos!


martes, 19 de agosto de 2014

El Estado (Parte 2): los impuestos

¡Hola compañeros!

Espero que estéis todos pasando un buen verano y que las maravillas estivales os colmen los sentidos de sensaciones maravillosas y buen pulpo. Algunos de mis lectores están ahora en invierno así que no puedo extender este deseo hacia ellos pero si puedo animarles: pronto podrán reírse de nosotros, los hemisféricos norteños.

La última entrada la dejé así un poco abruptamente. Decidí criticar algunas concepciones comunes del Estado, ponerlo un poco a parir y ya. No saqué conclusiones ni extraje enseñanzas que aplicar a nuestra vida y nuestro día a día. Bueno, en realidad, poco de lo que se dice en este blog es aplicable a nuestro día a día pero ya me entendéis. Para recapitular un poco, si recordáis dijimos aquí que el Estado es fundamentalmente lo opuesto a la libertad, es pura coacción y violencia. No es ni un club, ni una familia ni una empresa. Sea lo que sea, concluimos, el Estado ha de ser algo diferente a ello, pues esos son reinos de libertad mientras que el Estado monopoliza la violencia y la ejerce directa o indirectamente contra el ciudadano.

Esta violencia se manifiesta de muchas maneras. La principal de todas ellas es que el Estado realiza actos que si cualquiera de nosotros ciudadanos los hiciéramos acabaríamos en prisión. Nosotros tenemos prohibido por ley robar y quitar las propiedades a los demás por la fuerza, pero el Estado es libre de quitarnos nuestras propiedades como cree oportuno. No es en vano que a esa parte de nuestros bienes que el Estado nos requisa se le llama impuesto. No se le llama voluntario, sino impuesto. Es algo obligado coactivamente desde arriba y aquel que rechaza hacerlo se enfrenta a enormes inconvenientes (multas o incluso la cárcel) que emanan en último término de la naturaleza coactiva y violenta del Estado.

Decía un famoso político que "los impuestos son el precio que se paga por la civilización". No obstante, esta frase es terriblemente equívoca. Los precios se pagan voluntariamente en un contexto de libre mercado mientras que los impuestos no podemos elegir no pagarlos. Si algún precio nos resulta demasiado caro siempre podemos acudir a la competencia y buscar precios más baratos o incluso regatearlos en algunos sectores menos regulados. Sin embargo, los impuestos no podemos elegir no pagarlos y no podemos elegir cuánto pagar; todo ello viene impuesto (valga la redundancia). Además, decir que los impuestos son condición de la civilización es equivalente a mantener que la civilización se apoya en el saqueo y la violencia, a lo cual debo oponerme firmemente.

"Oh", se nos dirá, "pero los impuestos se utilizan para fines filantrópicos, ayudan a los pobres y fomentan la igualdad". Ya comenté aquí y aquí mi opinión sobre la igualdad, sobre el hecho de que no es justa pero queda el tema de la filantropía. Nos dice que el Estado del bienestar es caro pero produce algo bueno. Hace que todos los ciudadanos se ayuden unos a otros y no sean egoístas capitalistas. Es decir, puede que no sea bueno pagar impuestos, pero se utilizan para fines buenos así que ese mismo acto es bueno. Comentemos aquí dos cosas fundamentales:

1) En primer lugar es altamente cuestionable que un medio se convierta en bueno porque su fin sí que lo es. El infierno está empedrado de buenas intenciones se suele decir y en realidad lo que importa son más a menudo los medios que los fines. Si los fines son equivocados pero producen mucho bien por el camino, bueno, no está mal; pero si los fines son buenos y producen mucho mal por el camino entonces son moralmente reprobables. Convertir en bueno el expolio a gente inocente de sus bienes porque van a ser orientados a un buen fin resulta por tanto éticamente cuestionable y malvado. Por supuesto también está el curioso hecho de que el Estado es muy generoso, pero con los fondos ajenos. Se les llena la boca de palabras como solidaridad, filantropía, tolerancia, igualdad o subvención pero siempre somos los mismos los que pagamos: ¡ay estos Robin Hoods, qué daño hacen!

2) La desconfianza aterradora que tiene el Estado a la libertad llega al extremo de afirmar que los hombres no nos ayudaríamos unos a otros si el Estado no nos obligara. Esto es históricamente falso, obviamente, como atestiguan numerosas organizaciones caritativas privadas y civiles que aun hoy siguen existiendo. Si el Estado no nos arrebatara tan cuantiosas cantidades de dinero quizás sí que podríamos destinarlas a las organización que nosotros eligiéramos, en función de su efectividad y honestidad. En un contexto de libertad tales organizaciones tendrían incentivos para actuar honradamente y eficientemente (al contrario que en la actualidad, en la que muy a menudo son simplemente pantallas de captación de fondos públicos). Además, con una fiscalidad tan confiscatoria como la que padecemos en nuestros queridos Estados del bienestar se favorece al pícaro y al corrupto. Cualquier persona que honradamente cumpla sus obligaciones fiscales verá como su patrimonio es robado y saqueado sin miramientos mientras que el pillo y el pícaro aprovecharán todas las funcionalidades del Estado sin poner un euro. Ese es el verdadero resultado: el Estado favorece a los hombres malvados.

Pero si es que no hace falta discutir demasiado al respecto. ¿Dónde se acumulan para pedir dinero los pobres e indigentes de las ciudades? ¿Alrededor de las sedes de los partidos? Nop. ¿Alrededor quizás del congreso de los diputados? Nop. ¿Alrededor de los ministerios? Nop. ¿Alrededor de las sedes de sindicatos? Otra vez, no. Ah, ya sé, os dejo que lo adivinéis vosotros pero os doy una pequeña pista antes: es una organización privada y civil.



Bueno, os dejo que me caliento y no es precisamente por el verano (que también). Si os interesa una tercera parte hacédmelo saber, si no seguiré con otros temas.

¡Saludos filosóficos!

viernes, 1 de agosto de 2014

El Estado (Parte 1)

¡Hola compañeros!

Hoy retomamos el "asunto político". Frecuentemente estamos hablando en política acerca del Estado pero pocas veces nos preguntamos sobre su naturaleza, sobre qué es realmente el Estado. Y como con tantas cosas humanas, normalmente preguntarse qué es algo se responde investigando para qué sirve (ya Aristóteles hace la tira de años nos decía que la causa final, la finalidad de las cosas, las define realmente). Así pues, si queremos responder a la pregunta ¿qué es el Estado? tendremos por lo menos que plantearnos ¿para qué sirve el Estado? Claro, enseguida nos encontramos con qué no es nada fácil definir la utilidad del Estado y encontrar sus características fundamentales. Si os parece podemos proceder mediante una definición negativa, es decir, si no podemos decir qué es el Estado probablemente sí podamos intentar averiguar qué NO es. Así por lo menos podemos eliminar algunas controversias y algunas falsas concepciones.

Mucha gente considera que el Estado es algo parecido a una empresa, a un club o a una gran familia. Se argumenta que como una empresa tiene ejecutivos y dinero y nos provee de servicios, que como un club uno pertenece a él o que como en una familia el gobernante es como un padre que se preocupa por sus hijos y toma decisiones en beneficio de ellos cuando ellos no pueden hacerlo. Sin embargo, este análisis no resiste una investigación pormenorizada. 

Para empezar, una empresa tiene que ofrecer productos que la gente realmente demande o pronto se verá obligada a cerrar. Dicho de otro modo, una empresa tiene que ofrecer valor a la sociedad en la que está inserta para poder sobrevivir. Si los productos que ofrece no gustan o la gestión es ineficaz dicha empresa desaparecerá y sus recursos se dedicarán a ámbitos más productivos de la sociedad. El Estado no funciona así, pues los ciudadanos estamos obligados a consumir y, sobre todo, financiar sus servicios y gestión lo queramos o no. La gente puede consumir libremente los productos de una empresa pero no puede decidir hacerlo respecto al Estado, lo cual separa definitivamente ambos ámbitos.

Tampoco parece que sea un club por similares motivos. Uno pertenece a un club por motivos que son libres. Ya sea por afición a una actividad, por deporte, por cultura familiar o por lo que sea uno decide pertenecer a un club (o salirse de él). Pero no ocurre con el Estado, uno pertenece a él obligatoriamente y no puede decidir no participar de sus actividades y, especialmente, de su financiación. No es un club tampoco.

En último lugar sí parece ser algo cercano a la familia pues no elegimos pertenecer a una familia y muchas veces el Estado se nos presenta como ese gran benefactor que actúa al modo de nuestros padres. Esta concepción es sin duda la más peligrosa y difícil de atajar, porque resulta la más extendida. Muchos miran al Estado como a un padre que debe cuidar de todos sus hijos y proporcionarles seguridad y beneficios. Sin embargo, resulta del todo cuestionable que el Estado actúe por beneficio exclusivo de sus hijos y se sacrifique por ellos como lo haría un padre. Además, un padre no te obliga a tomar a decisiones pasada cierta edad mientras que el Estado tiene esa irritante tendencia a tratar sus súbditos como si fueran débiles mentales para tomar sus propias decisiones. De ese modo, tiende a tomar decisiones por ellos por su propio bien, algo que ningún padre digno de ese nombre haría a partir de cierta edad.

Así pues, en las tres posibilidades ha aparecido la característica fundamental del Estado: la coacción. El Estado es el mundo de la coacción y la violencia, pues la única manera de mantener en funcionamiento es mediante la violencia (explícita en el caso de las tiranías y latente en los regímenes democráticos). Y entonces debemos hacernos esta pregunta: ¿por qué admitimos esta violencia y esta coacción?

Y voy a dejar que responda Frédéric Bastiat, que ya en 1848 intentaba responder a la pregunta ¿qué es el Estado? con esta brillantez. Es un poco largo pero creedme que vale la pena (este es el link al ensayo entero http://www.ilustracionliberal.com/52/el-estado-frederic-bastiat.html).

Me temo que somos víctimas de la más extraña ilusión que se haya apoderado jamás del ser humano.

Al hombre le repugna el dolor, el sufrimiento. Y sin embargo está condenado por la naturaleza al sufrimiento de la privación si no acepta la pena del trabajo. No tiene, pues, otra alternativa que elegir entre ambos males.
¿Puede, con todo, evitarlos? Lo cierto es que no ha encontrado ni encontrará jamás otro medio que no sea sacar provecho del trabajo ajeno; hacer que la pena y la satisfacción no recaigan sobre cada uno según la proporción natural, sino que toda la pena sea para unos y todas las satisfacciones para otros. De ahí la esclavitud, el expolio en cualquiera de sus formas: guerras, imposturas, violencias, restricciones, fraudes, etc.; abusos monstruosos pero coherentes con el pensamiento que les ha dado origen. Se debe odiar y combatir a los opresores, pero no se les puede acusar de caer en el absurdo.
La esclavitud está en las últimas, gracias a Dios. Por otro lado, nuestra disposición a defender lo nuestro hace que el expolio liso y llano no sea tarea fácil. Pero persiste la maldita inclinación primitiva a poner a un lado el sufrimiento ajeno y al otro la gratificación propia. Queda por ver bajo qué nueva forma se manifiesta esta triste tendencia.
El opresor ya no actúa directamente con sus propias fuerzas sobre el oprimido. No, nuestra conciencia es demasiado escrupulosa para eso. Todavía hay tiranos y víctimas, pero entre ellos se interpone un intermediario, el Estado, es decir, la mismísima ley. ¿Qué mejor para acallar nuestros escrúpulos y, aún mejor, vencer las resistencias? Así las cosas, todos, por tal o cual razón o pretexto, nos dirigimos al Estado y le decimos:
"No veo que haya proporción entre mi trabajo y mis expectativas. Para establecer el deseado equilibrio, quisiera hacerme con una parte del bien ajeno. Pero se trata de una empresa peligrosa. ¿No podrías facilitármela? ¿No podrías conseguirme un buen puesto? ¿O poner trabas a mis competidores? ¿O prestarme capital que previamente hayas tomado a otros? ¿O asegurarme el bienestar cuando tenga cincuenta años? De este modo conseguiré mi objetivo y tendré la conciencia tranquila, porque la ley habrá actuado por mí, y disfrutaré de todas las ventajas del expolio sin asumir sus riesgos ni soportar los odios que despierta."
Dado que todos nos dirigimos al Estado con alguna demanda de este tipo y que, por otra parte, está comprobado que el Estado no puede procurar satisfacción a unos si no es a costa de otros, a la espera de una definición mejor me veo autorizado a proponer la mía. ¿Quién sabe si me llevaré el premio? Hela aquí:
El Estado es esa gran ficción a través de la cual todo el mundo trata de vivir a expensas de todo el mundo.
 Impresionante.

¡Saludos filosóficos!

martes, 15 de julio de 2014

La admiración

¡Hola compañeros!

Espero que estéis disfrutando del verano. Aaah, el verano, esa época de ruido de cigarras, asfalto derretido y noches tórridas. ¿Cómo no va a gustarnos el verano? Hoy vamos a discutir el origen de la filosofía, el sentimiento más primario y más elemental que podríais imaginar. Y pronto se dieron cuenta de ello. Empecemos.

Es algo más o menos conocido que los primeros filósofos eran griegos. Es cierto que no se encontraban en territorio griego (más bien en Asia Menor, lo que sería la actual Turquía) pero sí que participaban de la cultura griega y su lengua. Hemos discutido su filosofía aquí y aquí pero no nos hemos parado a pensar por qué empezaron a hacer filosofía. De hecho, qué demonios, deberíamos preguntarnos con bastante justicia por qué empieza cualquier persona a hacer filosofía. Podemos ir más allá, incluso, y cuestionarnos en nuestra intimidad como inquisidores: ¿QUÉ HAGO EN ESTE BLOG?

Antes de que cojáis el teclado y decidáis estrellarlo contra el monitor o la cabeza de la persona más cercana empezando por la izquierda voy a tranquilizaros y calmaros, pues vuestra pertenencia a nuestra comunidad nace de un sentimiento honroso y bueno: la admiración. Platón ya comenzó a pensar muchísimo en este tema y fue de los primeros en llegar a la conclusión de que el hombre comienza a hacer filosofía movido por la admiración, y que este bello sentimiento es uno de los que nos separan de los animales. Al fin y al cabo, los animales comparten ciertos sentimientos con los seres humanos: pueden sentir miedo, hambre, soledad, etc. Pero lo que no pueden hacer es sentir admiración. No se quedan mirando una puesta de sol embelesados, no caen rendidos ante la belleza de una canción, no se emocionan con un discurso.

Y es que pronto nos damos cuenta de que la admiración es un sentimiento muy especial. No reside puramente en el corazón y en lo irracional, como pueden hacerlo el resto de sentimientos, sino que se apoya con mucha firmeza en nuestro lado más racional e inquisitivo. Al admirarnos de cualquier cosa solamente surge en nuestra mente una pregunta: ¿cómo es esto posible? Hemos dicho multitud de veces que la filosofía surge con preguntas, y que son más importantes las preguntas que las respuestas. Pero esas preguntas no te las puedes hacer si no sientes admiración por el mundo que te rodea, sino ves la realidad bajo la mirada mágica del filósofo.

No todo el mundo está hecho de esa pasta. Se dice que en la universidad no te enseñan tu carrera sino a pensar de un determinado modo; a los ingenieros se les enseña a pensar como ingenieros, a los médicos como médicos, a los economistas como tales, etc. En filosofía se te enseña a admirarte de la realidad que te rodea, a contemplarla bajo una nueva luz, a darte cuenta de que, en el fondo, las cosas no son como parecen y de que desentrañarlas es un proceso que en sí mismo nunca termina, pero que ,casi a causa de ello, produce un placer infinito.

Se necesita un alma especial para esto. En un mundo frenético como el actual pocas cosas son tan absurdas como pararse un momento y contemplar mágicamente el mundo. Nada más obsoleto y antimoderno que el detener el tiempo y preguntarse ¿cómo es esto posible? Quiero creer que los que me seguís habitualmente poseéis un alma de este tipo, un intelecto diferente (no necesariamente superior, ojo) que os permite trascender lo mundano y contemplarlo con admiración, mágicamente.

Varios alumnos míos han decidido comenzar a ver el mundo con la magia del filósofo y se han atrevido a decir sí con valentía a este modo de considerar lo que nos rodea.




Va por ellos, pues ahora soy yo el que les contempla desde la admiración.

¡Saludos filosóficos!

lunes, 30 de junio de 2014

¿Por qué la filosofía es la madre de todas las ciencias?

¡Hola compañeros!

Se acerca el verano y con él las tan agradecidas y no tan merecidas vacaciones. Ya sabéis, dos meses y todo eso (supongo que esa es una de las grandes ventajas de dedicarse a la enseñanza). Y sí, pretendía daros envidia.

En cualquier caso, hoy traigo una pregunta curiosa que alguna vez ha surgido en clase y que siento que ha de ser contestada ahora: ¿por qué decimos que la filosofía es la madre de las ciencias? ¿Quiere eso decir que la filosofía es ella misma una ciencia? Es evidente que si admitimos que la filosofía es una ciencia, habrá que redefinir un poco el concepto de ciencia, porque evidentemente nuestra cultura actual no da su brazo a torcer con facilidad a la hora de otorgar a algo el "estatus científico". Esto es lo que vamos a tratar de analizar, ¡síganme los valientes!

Lo primero que hay que decir es que podemos responder a la pregunta desde dos ángulos diferentes: uno histórico y otro más teórico y abstracto.

Históricamente es un hecho incontestable que la ciencia como tal solamente ha empezado a existir desde tiempos relativamente recientes. Lo que entendemos como ciencia en la actualidad es un conocimiento más o menos riguroso (es decir, más o menos racional-matematizable y más o menos empírico) sobre la realidad. Por supuesto, esta definición es casera pero creo que se ajusta bien a lo que entiende el hombre medio por ciencia. Antiguamente, sin embargo, la ciencia era simplemente conocimiento (scientia significa conocimiento en latín) en todos sus sentidos. Así pues, los filósofos y los científicos eran una y la misma cosa; aunque los físicos se hacían llamar "filósofos naturales" consideraban que no les diferenciaba gran cosa de los filósofos más teóricos y abstractos. No había demasiada diferencia, pues, entre Newton y Descartes y consideraban que la ciencia era única y en su punta está la filosofía "pura". Si retrocedemos más hacia la antigüedad esto se hace todavía más evidente: el primer filósofo occidental fue Tales de Mileto. Sí, sí, el del teorema de Tales en geometría. Ese mismo.

Pero el enfoque histórico no es el verdaderamente importante.Lo interesante es saber si la filosofía está en el origen de nuestro conocimiento intrínsecamente. Es decir, ¿es la filosofía algo necesario en la ciencia? ¿Necesita la ciencia a la filosofía? ¿De qué modo puede beneficiarse la ciencia de algo tan vaporoso y tan inconsistente como la filosofía? ¿De qué trata la filosofía que no esté ya cubierto por la ciencia de modo más eficiente y más productivo?

La ciencia es un conocimiento muy parcelado. Por ejemplo, la biología tiene como objeto la vida (sí, lo sé, captain obvious attacking), la matemática trata sobre cantidades, la economía trata sobre la satisfacción numérica de necesidades, la física sobre la materia y el movimiento, etc. Esta división y especialización científica nos ha proporcionado muchas ventajas y un avance incontestable en el conocimiento humano. El problema es que resulta muy complicado tener una visión completa y sintética de la realidad. Dicho de otra manera, a la física no le importa demasiado lo que la economía tenga que decir y no hay un intento real de armonizar ambas ciencias; tampoco existe una relación estrecha entre las matemáticas y la biología, por ejemplo.

La filosofía proporciona un sentido a nuestro conocimiento. Nos da la posibilidad de integrar todas las ciencias bajo una misma idea de la realidad. Decía Kant que un conocimiento no es un conocimiento de verdad si no tiene un sentido y no le faltaba razón. ¿Cuántas veces nos ha ocurrido que hemos tenido problemas para aprender algo por el mero hecho de que no sabíamos para qué lo estábamos aprendiendo? Solamente cuando tenemos un propósito y un sentido estamos en condición de aprender y de conocer. La filosofía puede ayudarnos a obtener ese propósito y es en realidad lo más necesario para poder hacer ciencia.

La filosofía es, por tanto, la madre las ciencias porque, como las madres en el mundo real, no hay más que una.

¡Saludos filosóficos!

martes, 17 de junio de 2014

La lógica

Hola compañeros:

He decidido aparcar momentáneamente la política para volver con temas más teóricos y más abstractos, pero que al mismo tiempo suscitan nuestra curiosidad y nos compelen a la pregunta más filosófica de todas: wtf? (o dicho más académicamente, ¿qué demonios es esto?). En la carrera de filosofía existen dos asignaturas muy alejadas de los contenidos habituales de la carrera y que nos fuerzan a considerar por qué existen: Lógica I y Lógica II (la cual suspendí para septiembre). Así pues, y dado que todos en algún momento hemos oído hablar de la lógica tendremos que preguntarnos muy filosóficamente: ¿qué demonios es la lógica? Y una vez aclarado eso, ¿para qué sirve? La lógica es la parte de la filosofía que estudia los razonamientos. En concreto, la lógica estudia una cosa que se llama "inferencia". Una inferencia es el paso de unas premisas a una conclusión. Veámoslo con un ejemplo.
  • Todos los hombres son mortales. [premisa número 1]
  • Sócrates es hombre. [premisa número 2]
  • Por tanto, Sócrates es mortal. [conclusión]
En este caso vemos que la conclusión "Sócrates es mortal" se sigue necesariamente de las premisas 1 y 2. Nos encontramos ante un razonamiento válido. La diferencia entre validez y verdad ya la analizamos aquí y haríais bien en repasar aquello para poder entender mejor esto. La lógica, pues, se dedica a estudiar los argumentos y a establecer cuáles de ellos son válidos y cuáles de ellos no lo son. De este modo, busca entender y marcar los límites del discurso racional y de esa manera alejarnos del absurdo lo más posible.

Hasta aquí no resulta demasiado nuevo ni demasiado original (repito que algo parecido ya fue hablado en su día en el blog) pero la lógica tiene una rama bastante diferente que se dedica a otra cosa, relacionada pero no exactamente igual. Esto es la lógica informal, consagrada al estudio de las falacias y la persuasión. En vez de estudiar el discurso lógicamente válido, la lógica informal estudia cómo convencer mejor con un discurso, cómo evitar caer en falacias y cómo persuadir a una audiencia de que lo que transmites es verdad. Es el arte de la oratoria y la retórica, tan importante para políticos y tertulianos de sobremesa.

Aunque frecuentemente se asocia el término falacia con mentira eso es muy inexacto. Una mentira es una idea que no se corresponde con la realidad y que se intenta hacer pasar por real conscientemente mientras que una falacia es una inferencia lógicamente inválida que se intenta hacer pasar por válida. Es decir, una falacia es un argumento lógicamente inválido que se intenta hacer pasar por válido. Veámoslo con ejemplos:
  • Mentira: no estoy leyendo el blog.
  • Falacia: no leo el blog porque me huelen los pies.
Como vemos, una y otra no son exactamente iguales. De hecho, una falacia puede estar formada por proposiciones verdaderas (puede ser verdad que no leas el blog y puede ser verdad que te huelan los pies) pero lo que no es lógica es la conexión entre una idea y la otra.

Todos utilizamos continuamente falacias y esta en nuestras manos el dejar de hacerlo e intentar modular un discurso consistente y lógico. A nadie hace ningún favor que las utilicemos y menos que a nadie a nuestro discurso, a nuestra idea. Podemos caer en un muchísimos tipos de falacias, algunas de las cuales son:
  • Falacia ad hominem: atacar a una idea atacando a la persona que defiende esa idea. Por ejemplo, "no me digas que llegar tarde está mal porque tú eres siempre impuntual".
  • Falacia ad baculum: persuadir por medio de la fuerza.
  • Falacia del hombre de paja: atacar una idea ridiculizándola y llevándola al extremo para atacar la versión radical de la idea (que siempre es más fácil que atacar la versión moderada). Por ejemplo, "¿votas al PP?, entonces eres un fascista".
  • Falacia del arenque ahumado: o como se dice normalmente, "cambiar de tema". Por ejemplo, una niña a la que se le está llamando la atención por llegar tarde y que contesta "lo que pasa es que no me queréis en esta casa."
  • Argumento de autoridad: algo es verdad porque una persona con renombre y reputación en el sector lo afirma.
  • Argumento ad populum: algo es verdadero porque mucha gente no puede estar equivocada.
  • Post hoc ergo propter hoc: que significa "después de esto, por tanto a causa de esto". Significa que atribuimos que una cosa es un efecto de otra por el mero hecho de haber sucedido después que otra, cuando puede haber sido simple casualidad. ¡La base de todas las supersticiones!
Y así podríamos seguir todo el día pero creo que os hacéis a la idea. ¿Qué tipo de falacias utilizáis? ¿Cuáles han utilizado en vosotros? ¿Veis alguna a vuestro alrededor con frecuencia? Estad atentos, filósofos, pues uno nunca sabe cuando intentan manipular su mente...


¡Saludos filosóficos!

martes, 10 de junio de 2014

¿Es la igualdad algo bueno? (Parte II)



¡Hola compañeros!

El otro día hablábamos sobre el tema de la igualdad y sobre si ese santo Grial de la política contemporánea era algo racional o razonable. Comentábamos, en un tono bastante abstracto (más de lo que me hubiera gustado, admito que me gusta ser más divulgativo y un par de personas me recriminaron cariñosamente que no habían entendido nada) que los conceptos de "Justicia" e "Igualdad" no son para nada sinónimos, sino que de hecho resultaban un poco contradictorios. Las razones que aduje las encontraréis aquí pero ha llegado la hora de continuar con la discusión.

Bajando un poco de las nubes veamos qué aplicación práctica tiene todo aquello que hemos estado discutiendo. Comencemos por esta sencilla pregunta: ¿es toda igualdad injusta? Hemos desmontado -espero- la idea de que la igualdad, per se, es algo justo y siempre deseable, pero eso no quiere decir que toda desigualdad sea indeseable o injusta. Es decir, hemos caminado un buen trecho a lo largo de la Historia para intentar despojarnos de tiranías, injusticias, favoritismos, nepotismos y sistemas de castas como para terminar concluyendo que tales sistemas no solamente no eran injustos sino que por el contrario son sistemas perfectamente justos y con arreglo a derecho. No. Atacar cierto concepto de igualdad no significa rendirse a la ley de la selva y defender que entonces estamos de acuerdo en que el fuerte aplaste y someta al débil. No nos hemos reunido en sociedad para vivir peor que en un estado de naturaleza salvaje y resultaría ridículo que yo aquí defendiese eso (aunque ya dijo Cicerón que no hay tontería que no haya sido defendida por algún filósofo).

Así pues, hemos de convenir en que la sociedad ha de procurarnos algún tipo de igualdad que sí sea justa y conveniente para todos. Una igualdad que no sea impuesta desde arriba (sea de donde sea), una igualdad que no nazca del dominio o la fuerza sino que surja naturalmente de nuestra propia condición humana. Una igualdad, en definitiva, que no quebrante nuestra libertad: la igualdad ante la ley. ¡Esta igualdad sí que cumple estas condiciones! Precisamente si nos hemos reunido en sociedad es para obtener este tipo de igualdad: nadie quiere tener menos derechos que los demás, ni más deberes, sino que todos aspiramos a que la justicia (esa señora con la venda en los ojos) no haga distingos entre los ciudadanos, sino que gobernantes y gobernados, ricos y pobres, fuertes y débiles recibamos el mismo trato por parte de ella. Eso no quiere decir que todos recibamos exactamente el mismo veredicto (eso lo vimos en la anterior entrada sobre este tema) sino que todos recibimos la misma atención. Se nos considera como a individuos abstractos en todo lo que concerniente a la ley, sin tener en cuenta todo lo que nos rodea y que resulta irrelevante.

Todo esto parece bastante obvio. Y os concedo que no estoy descubriendo la pólvora. Sin embargo, mucha gente no está de acuerdo con esta afirmación. Para algunos sectores del espectro político la igualdad fundamental no es de la que supuestamente disfrutamos todos en un Estado de derecho (es decir, la igualdad ante la ley) sino aquella por la que hay que luchar y que hay que conseguir a toda costa: una igualdad económica. Para estos señores lo importante es la igualdad mediante la ley. Uyyyy, cómo cambia las cosas una pequeña preposición.

Cuando el centro de nuestros desvelos se centra en la igualdad económica por encima de la igualdad jurídica lo natural es entonces que no todos seamos iguales ante la ley, pues precisamente como existe una desigualdad económica entre los seres humanos la ley debe actuar parcialmente para corregir esas desigualdades. Nos encontramos entonces con que la ley se encuentra al servicio de la política: en lugar de vigilar al Estado para que no se propase con los ciudadanos, la ley se convierte en una herramienta del Estado con la que puede llevar a cabo sus propósitos más diversos.

En los altares de esta búsqueda se han sacrificado a lo largo del siglo XX y parte del XXI millones de vidas. Regímenes totalitarios han aspirado a unir en una sola voz a una ciudadanía dispersa que difícilmente podía oponerse a ello. Con la excusa del bien común y del bien mayor se han erigido campos de concentración, gulags, campos de reeducación, campos de trabajo, pogromos, etc. ¿Cuántas veces debemos pasar por lo mismo para que la ciudadanía comience a mirar con ojos sospechosos a los salvapatrias, los charlatantes, los vendehumos y los individuos de muy diverso cuño que se han dedicado con ahínco renovado a "reducir la desigualdad en el mundo"? ¿Cuántas veces?


Por supuesto, podemos replicar que la pobreza en el mundo es un problema que hay que encarar y atajar y que no podemos permanecer de brazos cruzados ante él. Estoy de acuerdo. Pero pretender identificar desigualdad y pobreza como si fueran lo mismo es un error mayúsculo de una demagogia deplorable. La gente no quiere ser igual al vecino, lo que quiere es dejar de ser pobre (de hecho, en esos países del Tercer Mundo dejar la pobreza normalmente implica dejar de ser igual al vecino). Nada ha habido en la Tierra más igualitario que los regímenes comunistas (excepto en el caso de la pequeña élite dirigente, obviamente) y resulta del todo cuestionable que en ellos se haya creado más riqueza y prosperidad que en las naciones libres.

Pero al final, como siempre, estarán los que intenten convencernos de que el muro de Berlín se construyó para que la gente no intentara entrar...

¡Saludos filosóficos!

jueves, 22 de mayo de 2014

El amor y el mercantilismo



Otra vez más, una (ex) alumna ha compartido con nosotros sus pensamientos. Me encanta ver cómo podemos ver el mundo a través de gente joven que hace recobremos la fe en ellos y en lo que harán con él. Espero que os guste tanto como a mí. ¡Todos tuyos Blanca!


La humanidad lleva evolucionando y cambiando desde el momento mismo de la aparición del primer ser humano. Sus ideas, sus creencias y sus ideales se reflejan constantemente en las sociedades que crean, o quizás son las sociedades heredadas de sus antepasados las que deciden cómo actúa, cómo siente, cómo, en definitiva, vive el hombre.
Actualmente, tras giros y traspiés, el ser humano ha creado su sociedad capitalista en la que todo objeto es perceptible de mercadeo. La máxima regla es el intercambio equitativo: siempre que cedemos un bien, esperamos obtener otro de igual valor. Asimismo, este mecanismo socioeconómico demanda un constante consumo por parte de la población y, para conseguir estos objetivos, se ha logrado asociar la diversión con la asimilación de artículos, comida, espectáculos, bebida, libros, música, películas, conocimientos, etc. En esta agonía por conseguir cada vez más y más, todos los objetos materiales y espirituales se intercambian.
El amor, lamentablemente, no parece escapar a este mecanismo de compra-venta. El hombre contemporáneo busca, en el mercado del amor, una persona lo suficientemente buena para que la transacción que se dispone a realizar resulte satisfactoria. Parece que el amor ideal se resume en formar un buen equipo, en conformar una relación bien engrasada, cuyos miembros actúen de forma comprensiva el uno con el otro y mantengan una independencia aceptable.
Sin embargo, es aquí donde todas las nuevas estructuras se derrumban: estos miembros del equipo podrán mantener una convivencia perfecta , se esforzarán por hacer que el otro se sienta mejor y se tratarán con respeto, ¡bien!, pero no llegarán a establecer una relación central, de esencia a esencia, de alma a alma. Se mantendrán en una soledad acompañada que no podrá alcanzar las máximas humanas: sentirse en verdadera unión con un semejante.
El gran reto para el hombre actual es exactamente ese: superar esa enajenación de la verdadera naturaleza humana y de su amor gratuito, que no busca obtener un trato equivalente, que no teme dar más de lo que recibe.  Hay muchos más aspectos que relacionan sociedad y la capacidad de amar del ser humano. Los paralelismos entre el amor y el mercantilismo resultan bastante evidentes y, sin embargo (y tristemente), son asumidos como normales y lógicos, como si de un  dogma para mantener la estabilidad emocional se tratara, sin llegar a advertir los peligros para el desarrollo y para la búsqueda de plenitud humana que esta idea acarrea.
Me gustaría finalizar con una frase de Karl Marx( 1818-18983): Si amas sin despertar amor, esto es, si tu amor, en cuanto amor, no produce amor recíproco, si mediante una exteriorización vital como hombre amante no te conviertes en hombre amado, tu amor es impotente, una desgracia; y expresando mi enorme gratitud a don Luis que me ha brindado la oportunidad de expresar un poquito de mi mundo interior en su increíble blog (del cuál soy una incondicional seguidora jejeje). ¡Gracias!

lunes, 12 de mayo de 2014

¿Es la igualdad algo bueno? (Parte I)

¡Hola compañeros!

Hoy voy a tratar un tema espinoso. Se oye hablar en multitud de ocasiones acerca de la igualdad social y se hace de ello una bandera política para defender las más diversas acciones y opiniones. Lo que queremos tratar de dilucidar hoy es si esta igualdad resulta tan beneficiosa como nos indican y nos venden o si por el contrario debemos ceder a la desigualdad y la injusticia porque el ser humano está completamente corrupto y no hay manera de salvarlo.  

Un aviso: lo que pretendo es derribar unos cuantos mitos y ayudar a clarificar nuestras opiniones, no cambiarlas a machetazos o enfrentarme dialécticamente a hordas enfurecidas. Saber pensar es poner a prueba nuestras creencias más profundas: como sociedad, la de la igualdad es una de las más inveteradas y pertinaces. Vamos a por ello.

Como con todo, al tratar el tema de la igualdad es necesario saber a qué nos estamos refiriendo exactamente, pues no todo el mundo entiende lo mismo acerca de ella, ni lo aplica al mismo ámbito. En términos generales, la igualdad se aplica a objetos cuando son intercambiables sin que exista diferencia ninguna. Decimos que un vestido es igual que otro cuando nos da igual llevarnos ese u otro igual de la tienda.

Es un hecho claro que los seres humanos no somos iguales. Aparte de las obvias diferencias físicas (que espero que nadie intente nunca eliminar) están las no menos obvias diferencias económicas y sociales. Es evidente que los partidarios de la igualdad se refieren sobre todo a estas últimas (aunque empiezan a mirar con mal ojo a las primeras también) y consideran que el germen de todos los males del mundo radican en las profundas desigualdades que se da en el seno de las sociedades humanas. Así pues, todo su empeño y sus esfuerzos se van a dirigir a paliar (o, en su caso, eliminar) estas desigualdades. Sin embargo, esta posición dista mucho de ser clara: analicémosla.

En primer lugar se da una identificación entre igualdad y justicia o, al menos, una correlación totalmente necesaria.





Una imagen que resume perfectamente el pensamiento dominante actualmente: una Mujer Africana con una Balanza con las palabras Justicia e Igualdad

Esta idea es repetida hasta la saciedad en multitud de foros pero nunca es aclarada, y donde un concepto no se aclara anidan las ideologías y los pensamientos radicales. Porque la justicia, para ser completamente justa, ha de tratar a las personas de modo diferente: a nadie le parecería justo que todos debiéramos devolver 1 euro a Pepito porque una sola persona le debe ese euro. Así pues, la desigualdad en los resultados de la justicia es clave para que resulte efectivamente justa.

Pero algunos propondrán: "no me refiero a igualdad tras el veredicto, sino a que todos seamos iguales ante la norma." Pero está claro que no podríamos exigir lo mismo ante la ley a un bebé, a un niño, a un adulto o a un enajenado mental. Resultaría injusto que la misma norma se aplicase por igual a toda la población, debido precisamente a esa disparidad. Cuanta más igualdad se le exige a la justicia tanto más injusta se vuelve. Y al contrario, la justicia es tanto más justa cuanto más tiene en cuenta las diferencias entre los individuos y más trata de dar a cada uno lo que merece, según la definición clásica.

Si esto es así, ¿qué quiere decir eso de que la justicia y la igualdad están inextricablemente unidos? No está del todo claro, antes bien parece una manera de asociar la palabra igualdad con un concepto talismán como es el de justicia, pero sin que haya una verdadera correlación entre ambas. Antes bien, parece que la justicia se apoya en la desigualdad mucho más que en la igualdad, pues lo que intenta precisamente es articular un código de conducta que regule las relaciones entre las diferentes personas. Así pues, la justicia resulta mucho más relevante y presente cuando hay desigualdad que con una pura igualdad.

Esta última afirmación abrirá las carnes de algunos lectores pero tengo que matizar que esa discriminación que la justicia realiza constantemente para poder ser verdaderamente justa atiende únicamente al criterio del merecimiento. Cualquier otro criterio que intente inmiscuirse en el terreno de la justicia (como por ejemplo, el mismo criterio de la igualdad) resulta ajeno y, por lo tanto, injustificado.

Uhm, creo que haber mostrado sobradamente mi posición al respecto. El próximo día nos adentraremos en las procelosas aguas de la igualdad económica. Madre mía. Si es que yo solito me meto en unos jardines... Hasta entonces...



¡Saludos filosóficos!

lunes, 21 de abril de 2014

Los sueños



Y otro más. Como siempre, dejaré que sea la propia juventud la que hable a través de este altavoz. Hoy Clara nos habla de los sueños y lo que significan para nosotros. Su prosa fantástica y tremendamente personal nos comunica y nos embelesa. Espero que os guste tanto como a mí. Como ya va siendo usual solamente he retocado algún tema de formato pero todo lo demás resulta íntegramente de su propiedad.
Yo ya tengo preparada mi próxima entrada así que ¡estad atentos esta semana! 

Sinceramente, para mí esto es un reto, pero un reto de los grandes. Una no tiene la oportunidad de escribir en un blog de tanta calidad todos los días, por eso quiero mostrar mi agradecimiento hacia Don Luis que me ha dado la oportunidad de hacerlo. Y así sin más, comienzo.
Los sueños. No de esos sueños que tenemos por las noches a la hora de dormir, y de los cuales nos olvidamos la mayoría de veces, sino de esos que permanecen en nuestra memoria en el día a día. Los que nos impulsan a hacer locuras para lograrlos, y que al fin y al cabo nos hacen felices.
Sueños, metas, ambiciones…todos son términos para denominar aquellos anhelos que tienen las personas. Ilusiones que tenemos por momentos, pero que al final se acaban arrastrando, cayendo en el olvido. Dicen que los sueños son lo contrario de la realidad, pero nos engañan. Los sueños no son menos reales que las demás cosas. Por eso os invito a ver esto de otro modo, desde otra perspectiva, pintado de otro color. No siempre tiene que ser fácil, de hecho nunca lo va a ser.
Nadie que haya llegado a lo alto ha sido únicamente por el talento, sino por el esfuerzo que no vemos, por el que han sufrido y dado todo. Todos, (y recalco el “todos”), podemos lograr nuestros sueños si creemos en nosotros mismos. Pero no os voy a hablar de lo que ya sabéis, sino de cómo conseguirlo.
Para empezar, deja todo lo que estas haciendo. Relájate, y piensa en eso que te mueve y que te llena, que hace que tu vida se endulce. Piensa en como sería lograr ese sueño, vivir haciendo lo que más te gusta y ser feliz por ello. Y ahora dime, ¿No lo darías todo por eso? ¿Por tachar tus problemas y centrarte en lo que verdaderamente importa?
Da igual quién seas y las condiciones en las que vivas; ya seas un joven, un anciano, un adulto, un niño… tú puedes.
¿Y si tu sueño fuese ser descubrir la cura contra el cáncer? ¿Y si fuese ser la primera presidenta de España? ¿Y si fuese ser el primer hombre en pisar Marte? ¿Y si fuese ganar un premio Nobel? ¿Y si fuese aparecer en los créditos de una película? ¿Y por qué no? ¿Quién te lo impide? Por supuesto que yo no. Ni nadie puede hacerlo. Porque tú eres el único que manda y decide en tu vida, el que elige como deben ser las cosas. Porque tú escribes el pasado, el presente y el futuro, tú eres el verdadero autor de tu vida.
Sacrifícate por lo que amas y trabaja duro por ello, porque es la mejor forma en la que se puede manifestar la felicidad. Yo también tengo sueños, (una lista de nada menos que cincuenta y siete), y espero y confío que algún día se cumplan.
Dicho esto, levántate y comienza a poner rumbo a tu vida, créete lo que tus sueños te pidan y ten fe. Porque no existen las fronteras para aquellos que se atreven a mirar más allá.

¡Un abrazote para todos! :)

P.D.: espero que os haya gustado mi punto de vista sobre el asunto; ¡comentad y sed testigos de vuestros propios logros!

Clara.

martes, 8 de abril de 2014

¿Tiene futuro la filosofía?

¡Hola compañeros!

Vaya preguntita que planteo hoy. En el contexto de la sociedad actual nos encontramos habitualmente con esta opinión de que la filosofía quizás pudo ser válida en otros tiempos y otras culturas pero no hoy en día. Hoy hemos "crecido" intelectualmente y "madurado" lo suficiente como para saber que todo eso de la filosofía y la discusión racional son cuentos de hadas y algo parecido a lo que hacen los perros cuando persiguen coches: no sabríamos qué hacer si encontrásemos lo que buscamos.

No ha sido siempre así. En otras épocas tenían el convencimiento de que el pensamiento racional podría finalmente tras muchos e incontables esfuerzos encontrar la verdad (o, al menos, descartar definitivamente los errores). Por ejemplo, en su candorosa ingenuidad los griegos estaban convencidos de que tarde o temprano la verdad saldría a la luz, se desvelaría (no en vano verdad en griego se dice aletheia "desvelamiento"). Así pues, la práctica de la filosofía se convierte en una herramienta imprescindible para el análisis y posterior desvelamiento de la realidad. En ellos la filosofía resultaba ser una práctica social, un deber cívico con la polis.

Algo parecido ocurre durante toda la modernidad, momento en el que el hombre se halla plenamente convencido de que mediante el uso de la razón podremos desentrañar los profundos secretos que la naturaleza esconde y someterla a nuestro dominio implacable. La filosofía se convierte en el instrumento de los científicos y los físicos. No olvidemos que la escisión entre filosofía y ciencia se produce posteriormente; antes de esa división los científicos se autodenominaban filósofos naturales y uno de los libros científicos más importantes jamás escritos así nos lo recuerda:


Los "Principios Matemáticos de Filosofía Natural" de sir Isaac Newton

Con este impresionante pedigrí cualquiera podría pensar que la filosofía había llegado para quedarse pero en esta época contemporánea el descrédito que ha sufrido la razón y el pensamiento racional ha alejado a la filosofía del hombre común y de la sociedad. No hay más que ver el retroceso que sufre en planes de estudio y en la universidad actualmente. Esto no obedece a otra cosa que a un alejamiento progresivo de los intereses de la sociedad actual. No debemos ver en ello una oscura "mano negra" que desde el poder busca desacreditar y eliminar el pensamiento de los planes educativos y culturales a todos los niveles porque, simplemente, ese pensamiento hace mucho que ha desaparecido.

Vaya conclusión más deprimente. Si todavía no habéis decidido cortaros las venas sabed que sin embargo soy optimista (al fin y al cabo, ¡no puedes dedicarte a la educación y ser un pesimista!). Creo que el pensamiento rara vez desaparece sino que simplemente se transforma. Todas las épocas han vivido (y sobrevivido) momentos de gran desconcierto y duda, en los que todo aquello sobre lo que nos apoyábamos parece desmoronarse y derrumbarse. Una de las creencias más sólidamente arraigadas en la cultura occidental era la de que la racionalidad constituía una vía de acceso privilegiada a la realidad y la verdad. Nietzsche nos abrió los ojos (a la fuerza) mostrándonos la insuficiencia de ese planteamiento y nos permitió explorar otros caminos a esa realidad (como, por ejemplo, el arte).

¿Quiere decir eso que la filosofía ha muerto? ¿Es imposible realizar una discusión racional sobre la realidad y la verdad? ¿Firmaron Nietzsche y los pensadores irracionalistas la carta de defunción de la filosofía?

Espero vuestros comentarios, ¡saludos filosóficos!

martes, 18 de marzo de 2014

Estado y libertad (parte 2)

¡Hola compañeros!

Decíamos el otro día (aquí, exactamente) que tanto la libertad como el Estado son conceptos importantísimos en la filosofía política de nuestro tiempo. Tanto que podemos afirmar que todas las discusiones hoy en día acerca de la política giran en torno a este tema y a todas las dudas que se suscitan en él:

- ¿Es el hombre bueno o malo por naturaleza (con toda la infinita gama de grises intermedios)?
- ¿Es el Estado algo bueno o malo por naturaleza (ídem)?
- ¿Es la libertad del hombre algo que debe ser controlado o fomentado?
- ¿Cuál es el papel del Estado respecto a la libertad del hombre?
- ¿Debe ser el Estado el que debe limitar la libertad?
- Si es así, ¿tiene el mismo Estado límites a ese control que puede ejercer sobre la libertad?

Y así podríamos seguir páginas y páginas. Es un tema vastísimo que obviamente es muy difícil de cubrir en una sola entrada de blog. Por eso voy a intentar ser lo más pedagógico posible y si hace falta extenderlo en alguna entrada más, qué demonios, que así sea (hacédmelo saber en los comentarios).

Lo primero que hay que considerar es lo siguiente: ¿es la libertad del ser humano algo deseable o no? Si alguien responde que no a esta pregunta haríamos bien en preguntarle qué hacemos entonces con ella. Probablemente nos respondería que lo verdaderamente deseable es un control férreo de esa libertad para que no se desboque y produzca injusticias y violencia. Pero aquí entramos en el problema verdadero de este planteamiento: ¿quién controla esa libertad? Hemos de pensar muy cuidadosamente la respuesta, pues no resulta sencilla. Este hipotético antilibertario podría proponer varias opciones pero la más probable es el Estado. Claro. El Estado...

Pero esto asumiría que el Estado es un ente abstracto completamente apartado del mundo de las decisiones humanas, cuando en realidad el Estado es también producto de la libertad humana. Es decir, las decisiones que toma el Estado la toman personas, que deciden libremente coartar la libertad de los demás para la protección de la sociedad. ¿Nos damos cuenta de la contradicción a la que estamos llegando? Puede parecer una simple sutileza lógica pero nos estamos jugando demasiado como para que esto no salga perfectamente bien.

¿Cómo actúa el Estado para limitar y controlar esa libertad? Principalmente de un modo coactivo sobre las vidas de las propias personas, prohibiendo y sancionando las conductas que cree inapropiadas o peligrosas (o subvencionando y facilitando aquellas que considera deseables, lo cual no deja en el fondo de ser la otra cara de la misma moneda). Por ejemplo, el Estado considera que ir a más de 120 km/h es una conducta dañina y lo limita y lo sanciona por medio de multas y controles (radares, por ejemplo). Son innumerables los ejemplos que podemos encontrar de injerencias del Estado en las vidas de las personas (seguro que vosotros podéis pensar en algunos también) pero todos están encaminados en la misma dirección: controlar y encauzar el comportamiento de los ciudadanos por el propio bien de los ciudadanos. Es decir, el Estado actúa como un ente paternal y amoroso que cuida a sus retoños para que no se lastimen ellos solos, de un modo parecido a como los padres cuidan de sus hijos para que no se hagan daño.

¿Es correcta esta visión? ¿Es justa? ¿Es cierto que la libertad ha de ser controlada y gestionada por un ente supuestamente superior a las propias personas como es el Estado?

Uhm..., resulta que me he quedado sin espacio. Si verdaderamente hay interés en esto, insisto en que me lo comentéis y continúo con ello (es probable que lo haga de todos modos XD). Aquí os dejo otra vez con el bueno de Quino (¡qué gran dibujante, por Dios!).



¡Saludos filosóficos!