Ay, la corrupción. En boca de todos, en la mente de todos. ¿Qué mayor lacra existe que esta para las sociedades actuales? ¿Cómo podemos confiar en que aquellos que nos lideran no se corrompan? O todavía peor: ¿por qué parece ser un mal endémico en la política y totalmente inerradicable? Trataremos de contestar a todas estas preguntas partiendo de la más simple de todas ellas: ¿qué es la corrupción?
A primera vista diríamos que la corrupción se da cuando un político se salta ciertas leyes porque obtiene un beneficio de cualquier tipo al hacerlo. La RAE (esa gran institución liberticida, junto con la DGT) nos define la corrupción como el uso de las instituciones públicas en provecho propio. Así pues, salta a la vista la primera característica de la corrupción: es un fenómeno exclusivamente político. Y no puede ser de otra manera, pues no encontramos corrupción en el mercado de los bolígrafos y de los osos de peluche. En esos sectores la libertad económica es plena (más o menos) y por tanto no tiene sentido que exista corrupción. La corrupción siempre se da en sectores intervenidos políticamente (en especial, en sectores económicos extremadamente intervenidos, como la vivienda o el financiero).
La corrupción adopta muchas formas pero veamos en los lugares donde la corrupción está más extendida. Diríamos que la vivienda es una fuente de corrupción constante, especialmente a nivel local, o que los bancos son lugares donde existe una gran cantidad de corrupción, pero quizás deberíamos concretar que es en las cajas de ahorro donde más acusada ha sido la corrupción, pues más políticos han metido la mano ahí y más regulaciones existen. Asimismo, el mundo de las drogas genera una gran cantidad de corrupción, pues la prohibición del Estado de consumir ciertas sustancias (que en gran medida resulta arbitraria, hemos de reconocer) produce una reacción en la sociedad corruptora y corrosiva. Es decir, el Estado con su garra reguladora omnipotente y omnicomprensiva produce a su paso todo tipo de corrupción y violencia, pues los seres humanos seguimos queriendo comprar casas, no pagar impuestos, consumir drogas, etc.
Digámoslo claramente: la regulación estatal produce corrupción. Pretender que la corrupción es producto de que unos partidos son más o menos honestos que otros es infantil y miope. Es el mismo sistema el que incentiva de modo perverso al corrupto; en cuanto la firma de un político tiene valor, en cuanto la decisión final de un proyecto depende de un político, la corrupción aparecerá siempre, de una forma u otra. El sistema político actual, con su todopoderoso e invasivo Estado del Bienestar, favorece la corrupción ineludiblemente. No es un problema de individuos, insisto, sino un problema sistémico.
Paradójicamente, muchos pretenden combatir la corrupción con más regulación, más impuestos, más comités, más intervención estatal, como si arrojando cócteles molotov a un fuego fueran capaces de extinguirlo. Por ejemplo, ahora está muy de moda decir que la solución a la corrupción viene de un partido totalitario cuando históricamente los Estados más corruptos son los totalitarios. Hemos visto que eso no solo es imposible sino que generará el efecto contrario. Y si no me creéis, tiempo al tiempo.
La única manera de combatir la corrupción es desregular, eliminar la mano violenta y coactiva del Estado de la sociedad. Rescatar lo público de lo estatal y devolverlo a la sociedad, para que ella misma, con sus propios mecanismos, decida libremente de qué manera gestionarlo y cómo incentivar adecuadamente el uso responsable de los bienes comunes.
¡Saludos filosóficos!
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