¡Hola compañeros!
Os felicito el año a todos y os deseo lo mejor para este 2014. Vamos a empezar con algo fuerte que abra boca para las cosas que están por llegar, si os parece bien.
Hoy hablaremos de un tema extremadamente radical: ¿existe la verdad? ¡Vaya pregunta! Parece ciertamente importante que nos planteemos esta cuestión si es que nos dedicamos a la filosofía. Es más, me atrevo a decir que resulta máximamente prioritario hacerlo para vivir. Al fin y al cabo, como decía Ortega, el hombre fabrica ideas pero habita en las creencias. Necesitamos verdades sólidas que cimenten nuestra existencia, verdades que nos hagan comprendernos a nosotros mismos y nos abran a otras realidades.
Una postura posible es el escepticismo, que consiste en negar que exista la verdad. Para los escépticos buscar la verdad es un acto pueril, desilusionante, pues nunca encontraremos una verdad fiable al 100%. Todo puede ser rebatido, todo puede ser cuestionado, todo puede ser dudado. Es conocida, sin embargo, la paradoja en la que incurren los defendores del escepticismo: si no existe la verdad entonces eso que dices ("la verdad no existe") tampoco puede ser verdad, con lo que te estás contradiciendo. O si pretendes que eso sea verdad entonces ya existe una verdad, con la consiguiente contradicción. ¡Madre mía, qué lío!
Sutilezas lógicas aparte, tratemos de entender la postura escéptica. Podemos encontrar dos variantes: o bien los que defienden que no exista tal cosa como la verdad o más bien, como resulta más frecuente hoy en día, los que sostienen que no sabemos si existe la verdad o no porque no estamos capacitados para conocerla.
A lo largo de la historia de la filosofía, podemos encontrar dos grandes grupos de pensadores en base a este planteamiento (esto no es riguroso, pero se me acaba de ocurrir, soy así de genial): los que realizan una filosofía en torno a la pregunta "¿existe la verdad?" y los que filosofan sobre el "conocimiento" de esa verdad. Toda la filosofía hasta Descartes trata de responder al tema de la verdad en términos ontológicos (es decir, haciendo referencia a su existencia real) pero a partir de Descartes y la modernidad esta pregunta mutó sutilmente hasta convertirse en un tema epistemológico (es decir, aludiendo al conocimiento de la verdad).
No quiero ponerme demasiado académico. Lo que tiene que quedarnos claro es que la búsqueda de la verdad es una constante en el ser humano. No somos seres que podamos permanecer indiferentes a una cuestión tan importante. La curiosidad humana es simplemente esto, la necesidad de conocerlo todo, y conocerlo bien. Nadie quiere aprender mentiras; nadie quiere permanecer en la ignorancia. La realidad es una aspiración para todos nosotros y nadie quiere permanecer al margen. Esto significa vivir humanamente, vivir para la verdad, en la verdad, con la verdad. Practicamos filosofía porque no nos conformamos con respuestas vagas o inconcretas, queremos saberlo todo (incluso sabiendo que eso es imposible).
El escepticismo es como una silla incómoda. Ocasionalmente, el ser humano se sentará en una porque no le queda más remedio, pero rápidamente buscará una butaca confortable y abandonará su postura porque resulta simplemente insostenible e inhumana. Incluso aquellos de vosotros que os declaréis escépticos convendréis conmigo en que no resulta una postura cómoda o fácil de sostener, no porque las presiones exteriores os castiguen por vuestras creencias sino por el mero hecho de que tener la creencia de que las creencias no se apoyan en nada no deja de ser paradójico.
Suficiente por hoy. No quiero poneros la cabeza como un bombo con tanto retorcimiento lógico. Buscad la verdad, filósofos, buscadla. Porque como decía el poeta: si Dios me ofreciera la verdad en una mano y el amor a la verdad en la otra, elegiría siempre el amor a la verdad.
¡Saludos filosóficos!