martes, 28 de octubre de 2014

¿Qué nos aportan los clásicos?

¡Hola compañeros!

A menudo me preguntan los alumnos por qué leemos autores clásicos. O qué tienen que aportar a nuestras vidas una serie de libros polvorientos escritos en un lenguaje arcaico e incomprensible. Quizás en nuestra arrogancia moderna seguimos creyendo con Descartes que la única manera de hacer avanzar la humanidad es prescindiendo de esos "libros viejos" que nada tienen que decir al ser humano contemporáneo. Pensadlo bien: ¿qué puede comunicar, por ejemplo, san Agustín de Hipona a un lector actual? Y hablo de un lector filosófico, no uno religioso, que siempre encontrará en sus Confesiones un libro de conversión maravilloso.

Muchas veces lo importante no es tanto el mensaje general del filósofo clásico como las breves ideas que vamos encontrando por el camino. Las pequeñas frases son las que pueden hacernos reflexionar sobre nosotros y nuestras vidas mucho más que los grandes sistemas filosóficos y las grandes ideologías. Tomemos como ejemplo esta leve frase de san Agustín: si fallor, sum (si me equivoco, existo). Él la utilizó como ejemplo para indicar que no hace falta acertar siempre y conocer la verdad absoluta (la Verdad) para conocer alguna verdad sencilla, como esa.

Pero lo interesante de un verdadero clásico es que siempre podemos volver a inspirarnos a las mismas reflexiones. No son ellas las que cambian sino nosotros los que cambiamos con ellas y las hacemos sugerirnos nuevas interpretaciones. Lo clásico es siempre nuevo, pues siempre encuentra nuevas maneras de movernos a pensar, a vivir.

Si fallor, sum. Aunque me equivoque siempre encuentro valor en mis errores. Porque me indican algo importante: estoy vivo y puedo rectificar. Solamente un muerto no se equivoca nunca. Todo error tiene un valor intrínseco, un aspecto positivo que lo hace provenir de un ser humano. Nuestra mera existencia ya nos compele inevitablemente a equivocarnos y errar, pero no es menos cierto que nuestros errores nos indican que estamos vivos.

Si fallor, sum. Está en nuestra propia naturaleza humana equivocarnos, pues la perfección humana no se alcanza al no cometer más errores sino al aprender de los errores cometidos. No tenemos almas perfectas que no cometen pecado sino que lo verdaderamente interesante es que tenemos almas muy imperfectas que podemos hacer funcionar de modo perfecto. Nuestro comportamiento no está destinado al fracaso, el único fracaso verdadero es abandonarse al error, sin pretender progresar nunca.

Si fallor, sum. Existen ciertas verdades indudables que no son víctimas del escepticismo y el relativismo imperantes en nuestra sociedad hipermoderna. Seguimos siendo capaces de acceder a verdades que, aunque leves y ligeras, nos recuerdan que no somos seres inútiles y absurdos, sino que nuestra mente, nuestra razón, tiene potencialidades aún por descubrir.

No despreciéis los clásicos y los clásicos nunca os despreciarán a vosotros. A los más avispados de vosotros no os pasará desapercibido que ese mismo Descartes que miraba con condescendencia a los autores medievales formula su famosísimo Cogito ergo sum a partir de la frase de san Agustín. Sé que en nuestros tiempos de tweets de 140 caracteres y comunicaciones de baja escala estilo whatsapp nos resulta difícil digerir textos clásicos pero tomadlos como un fin de semana en la montaña, alejados del ruido, alejados de la vulgaridad, alejados de nuestro siglo.

¡Saludos filosóficos!

miércoles, 8 de octubre de 2014

El Estado (parte 3): lo "público"

¡Hola compañeros!

Lo prometido es deuda y aquí vuelvo para poneros al día sobre las últimas novedades del Estado, ah nuestro amigo el Estado. Hoy retomamos la discusión con una pequeña investigación acerca de lo público y lo privado y las consecuencias que una mala concepción de ambos tiene para nuestra vida y nuestra sociedad.

Frecuentemente se asocia lo estatal a lo social o incluso a lo público. Hasta el punto que se produce una identificación completa entre lo público y lo estatal, de tal modo que solamente el Estado puede proveernos de servicios públicos; el Estado es lo público. Esto se nos manifiesta en las reivindicaciones que se llevan a cabo con la sanidad "pública", con la educación "pública", etc. En realidad lo que están manifestando es una protesta en favor de la sanidad "estatal" y la educación "estatal" pero torticeramente se oculta ese adjetivo (que suena un poco rancio) en favor de la palabra "público", que suena mucho mejor. De hecho a esas palabras las llamaban algunos pensadores "palabras comadreja" (weasel words). Las comadrejas son capaces de chupar los huevos sorbiendo por un agujerito de sus cáscaras todo su contenido, de tal manera que que el huevo queda intacto por fuera pero vacío por dentro. Esto exactamente es lo que ha ocurrido con palabras como "social" o "público".

No siempre ha sido así, sin embargo. Lo público, por definición es algo a lo que en teoría puede tener acceso todo el mundo mientras que lo privado es algo a lo que solamente tienen acceso aquellos que nosotros elegimos. Lo privado es por tanto una esfera íntima y familiar a la que se entra rara vez. No es la posesión y la propiedad lo que indica la privacidad o la publicidad de algo sino su accesibilidad. Mi casa es privada no porque sea mía sino porque solamente yo tengo las llaves. Del mismo modo que puedo convertir mi casa en un restaurante y hacerla pública porque cualquiera puede acceder a ella (teóricamente), aunque siga siendo mía. La casa del rey no es suya porque pertenece al Estado, pero no es pública porque no todo el mundo puede acceder a ella. Por tanto, la primera confusión frecuente entre público y privado se deriva de esta mala interpretación (voluntaria, no lo dudéis) de la propiedad. Algunos me contestarán que un restaurante de lujo no es público porque no todo el mundo puede pagar su comida y por tanto esa accesibilidad teórica no se cumple en la práctica. Pero es un argumento débil, porque también llamamos público a una universidad estatal y no todo el mundo puede acceder a ella (hay unas notas de corte que lo imposibilitan). Así pues, siguiendo esta misma lógica, todas las escuelas son públicas y toda la sanidad es pública, lo que ocurre es que algunas son estatales. No tiene sentido abrir un negocio "privado" (poco tiempo iba a durar) sino que siempre ha de estar abierto al público, por selecto que este sea.

¿Por qué ha secuestrado el Estado lo público? ¿Qué siniestra lógica se esconde tras la pretensión de que lo público es siempre estatal y viceversa? Básicamente la pretensión de que todo lo que hacemos en común ha de estar tutelado y vigilado por el Estado. Que nuestra libertad es siempre sospechosa y que si no se nos controla no podemos convivir en paz. Que si el Estado abandona sus proyectos estatales la gente morirá por las esquinas de inanición y enfermedades, como si fuéramos imbéciles.

Si el Estado abandona la sanidad estatal surgirán enseguida cientos de proyectos sanitarios adaptados a las necesidades de los consumidores que darán una cobertura sanitaria adecuada a los intereses de cada uno de nosotros, en función de lo que deseemos. Los que tengan menos dinero tendrán acceso a coberturas sanitarias del mismo modo que tienen acceso a coches, casas, comida, etc. aunque no sean millonarios. Lo mismo podemos afirmar de la educación: si desaparece la educación estatal (que taaan grandes resultados está dando históricamente) surgirán en su lugar multitud de proyectos (con inversión privada pero igualmente públicos, es decir, abiertos a todo el mundo) que la sustituirán y ofrecerán servicios adaptados a cada consumidor. Ni hablemos de las pensiones.

En resumen, la tutela del Estado sobre nuestras vidas resulta tan asfixiante, tan atroz, tan totalitaria, que no queda más remedio que rebelarse. No de un modo violento, por supuesto, pues la vida humana está por encima de cualquier idea pero sí de un modo ideológico y político. Trabajamos como esclavos para el Estado durante más de medio año (¡los egipcios solamente estaban obligados a trabajar en la pirámide solamente tres meses!) y aún así dicen que vivimos en una sociedad capitalista (¡ja!). Que baje Dios y lo vea. Los aspectos estatales de nuestra sociedad son socialismos parciales, comunismos en pequeñito que siguen tonteando con la idea totalitaria y racionalista de que es posible organizar las sociedades desde arriba. Siguen pensando, en definitiva, que el individuo es un débil mental.

¡Saludos filosóficos!