¡Hola compañeros!
A menudo me preguntan los alumnos por qué leemos autores clásicos. O qué tienen que aportar a nuestras vidas una serie de libros polvorientos escritos en un lenguaje arcaico e incomprensible. Quizás en nuestra arrogancia moderna seguimos creyendo con Descartes que la única manera de hacer avanzar la humanidad es prescindiendo de esos "libros viejos" que nada tienen que decir al ser humano contemporáneo. Pensadlo bien: ¿qué puede comunicar, por ejemplo, san Agustín de Hipona a un lector actual? Y hablo de un lector filosófico, no uno religioso, que siempre encontrará en sus Confesiones un libro de conversión maravilloso.
Muchas veces lo importante no es tanto el mensaje general del filósofo clásico como las breves ideas que vamos encontrando por el camino. Las pequeñas frases son las que pueden hacernos reflexionar sobre nosotros y nuestras vidas mucho más que los grandes sistemas filosóficos y las grandes ideologías. Tomemos como ejemplo esta leve frase de san Agustín: si fallor, sum (si me equivoco, existo). Él la utilizó como ejemplo para indicar que no hace falta acertar siempre y conocer la verdad absoluta (la Verdad) para conocer alguna verdad sencilla, como esa.
Pero lo interesante de un verdadero clásico es que siempre podemos volver a inspirarnos a las mismas reflexiones. No son ellas las que cambian sino nosotros los que cambiamos con ellas y las hacemos sugerirnos nuevas interpretaciones. Lo clásico es siempre nuevo, pues siempre encuentra nuevas maneras de movernos a pensar, a vivir.
Si fallor, sum. Aunque me equivoque siempre encuentro valor en mis errores. Porque me indican algo importante: estoy vivo y puedo rectificar. Solamente un muerto no se equivoca nunca. Todo error tiene un valor intrínseco, un aspecto positivo que lo hace provenir de un ser humano. Nuestra mera existencia ya nos compele inevitablemente a equivocarnos y errar, pero no es menos cierto que nuestros errores nos indican que estamos vivos.
Si fallor, sum. Está en nuestra propia naturaleza humana equivocarnos, pues la perfección humana no se alcanza al no cometer más errores sino al aprender de los errores cometidos. No tenemos almas perfectas que no cometen pecado sino que lo verdaderamente interesante es que tenemos almas muy imperfectas que podemos hacer funcionar de modo perfecto. Nuestro comportamiento no está destinado al fracaso, el único fracaso verdadero es abandonarse al error, sin pretender progresar nunca.
Si fallor, sum. Existen ciertas verdades indudables que no son víctimas del escepticismo y el relativismo imperantes en nuestra sociedad hipermoderna. Seguimos siendo capaces de acceder a verdades que, aunque leves y ligeras, nos recuerdan que no somos seres inútiles y absurdos, sino que nuestra mente, nuestra razón, tiene potencialidades aún por descubrir.
No despreciéis los clásicos y los clásicos nunca os despreciarán a vosotros. A los más avispados de vosotros no os pasará desapercibido que ese mismo Descartes que miraba con condescendencia a los autores medievales formula su famosísimo Cogito ergo sum a partir de la frase de san Agustín. Sé que en nuestros tiempos de tweets de 140 caracteres y comunicaciones de baja escala estilo whatsapp nos resulta difícil digerir textos clásicos pero tomadlos como un fin de semana en la montaña, alejados del ruido, alejados de la vulgaridad, alejados de nuestro siglo.
¡Saludos filosóficos!