miércoles, 4 de noviembre de 2015

¿Son válidas todas las opiniones?

¡Hola compañeros!

Hace tiempo que no os escribo nada y os tengo medio abandonados así que ha llegado el día de retomar esta sana costumbre que consiste, básicamente, en un ejercicio de onanismo intelectual al que ocasionalmente se unen contertulios muy diversos en los comentarios (no apuremos la metáfora). Hoy toca hablar de las opiniones, de las cuales dice el gran Clint Eastwood que son como los culos, pues todo el mundo tiene una y huelen todas mal.

Nosotros trataremos de ser más benévolos y nos preguntaremos: ¿son válidas todas las opiniones? ¿Son respetables todos los planteamientos teóricos? ¿Existen límites a la libertad de expresión? Si respondemos afirmativamente a esto último, ¿en qué consisten esos límites y quién los determina? Como veis el tema da para mucho e incluso fue ya sucintamente tratado por nosotros en esta entrada aquí pero hoy le vamos a dar otra vuelta de tuerca.

La clase de hoy ha tratado sobre el tema de la verdad y las opiniones. Y es que es un asunto bastante peliagudo: para resumir diremos que si la verdad existe y la conozco, entonces las opiniones no deben ser respetadas sino corregidas (pues aquel que está equivocado no debe ser escuchado sino enseñado). En efecto, en los Estados más totalitarios no existe libertad de expresión porque la verdad (o Verdad, con mayúscula, que tiene como más peso) ya está prefijada y encontrada. Todo lo que se desvía de esa verdad absoluta y esa concepción del mundo ya no tiene sentido en la sociedad; al contrario, se contempla como un elemento sospechoso y perturbador de la "cohesión" social. La verdad actúa aquí como factor limitante de la libertad.

Sin embargo, el caso contrario no es mucho más feliz. Según el escepticismo la verdad no puede ser conocida o no existe (para el caso, patatas) y por tanto está abierto a una variedad de opiniones todas igualmente válidas. Aparentemente esta postura es más tolerante y abierta ante la libertad de expresión y las opiniones ajenas pero esconde una versión un poco siniestra en su interior: en el fondo respetamos todas las opiniones porque todas son igual de irrelevantes. En el momento en el que admito que la verdad no existe y no se puede hallar, ¿qué incentivo existe para emitir o creer una opinión? Si todas las opiniones son igual de válidas, ¿cómo valorar y recompensar aquellas tentativas más serias frente a las que no lo son? ¿Cómo recompensar el estudio y la investigación frente a la demagogia y el populismo?

Ambas alternativas se nos presentan como opciones únicas, sin terceras vías ni puntos intermedios, pero en el fondo devienen igualmente radicales. Si queremos proponer un estudio serio y filosófico de la opinión (una auténtica doxología) debemos admitir que la búsqueda de la verdad es siempre ardua e incompleta. Debemos conceder a los escépticos que esa verdad no siempre es comunicable o fácilmente comunicable (si todo fuese perfectamente comunicable el arte no tendría ningún sentido en nuestra cultura) pero al mismo tiempo no podemos conformarnos con estas visiones acríticas y simplistas. Existen verdades sencillas, existen verdades complejas, pero también hay grados de aproximación a esas verdades y está claro que un ingeniero o un físico nuclear está más cualificado que yo para emitir opiniones sobre los materiales de una central nuclear. No todas las opiniones tienen el mismo peso específico, no todas las opiniones son igual de válidas, no todas las opiniones están igualmente fundamentadas.

Y, sin embargo, todos tenemos el derecho inalienable a verbalizarlas y hacerlas públicas. Opinar y criticar son actos propios de una sociedad libre y nos permiten progresar y mejorar, pues solamente mediante la crítica y la opinión libre detectamos nuestros defectos, pulimos nuestras aristas, alicatamos nuestras posturas.

¡Saludos filosóficos!

miércoles, 27 de mayo de 2015

Discurso de graduación 2015



Buenas tardes queridas familias, queridos compañeros del claustro y de dirección y, por supuesto, queridísimos alumnos de 2º de bachillerato. ¡Qué difícil resulta decir algo interesante después de las hermosas palabras que os ha dedicado Victoria! Intentaré, no obstante, estar a la altura de tan dilectos oradores.

Los números mienten. O, para ser justos, los números son tontos, pues son incapaces de decir nada sin nadie que los interprete. Sin el ser humano detrás de ellos, ninguna fórmula, ningún resultado matemático, ningún algoritmo o ecuación será capaz jamás de decir nada significativo sobre el mundo que nos rodea o sobre nosotros. Incluso cuando son interpretados por nosotros los números son utilizados para justificar todo tipo de planteamientos e ideas. No hay más que ver un debate en el congreso de los diputados para contemplar el sufrimiento al que se ven sometidas estas delicadas criaturas a las que denominamos números. Pero, claro, no debemos olvidar que hacen uso de esa peculiar ciencia llamada "estadística". Y claro, resulta difícil albergar demasiadas esperanzas en una ciencia que tiene la palabra "Estado" en ella...

¿Por qué estoy hablando de esto? Porque en un colegio tenemos que combatir una tentación constante y muy poderosa, que consiste en permitir que los números definan a los alumnos. Al fin y al cabo nosotros, como profesores, atesoramos una gran cantidad de datos numéricos sobre cada uno de vosotros: notas (por supuesto), ausencias, expulsiones, deberes hechos (o más bien, no hechos), etc. Al final de la evaluación y del curso todo eso se encuentra condensado en ese cuaderno misterioso y terrorífico llamado "cuaderno del profesor". Cuenta la leyenda que antiguamente los maestros no utilizaban Educamos o tales herramientas, pero no dejan de ser supersticiones sin sentido. No las creáis.

Pero esos números no nos cuentan absolutamente nada de vosotros. Entre dos ceros hay un mundo de diferencia, entre dos dieces pueden existir millones de matices que no nos permiten entender la diferencia entre dos alumnos. Lo más fácil y conveniente es reduciros a una media numérica y dejar que ella haga todo el trabajo por nosotros. Voy a romper una lanza en favor de nosotros, los profesores; cada año pasan por nuestras manos cientos de alumnos diferentes, cada uno más diferente que el anterior, con su problemática particular y su familia. De hecho, los tutores tenemos que asumir además todo ese trasfondo familiar y tratar de interiorizarlo para cada uno de vosotros. Como comprenderéis no es una tarea sencilla, pero de algún modo es la tarea que hemos elegido y me consta que el esfuerzo es titánico en este sentido.

Así pues, los profesores tenemos una cierta excusa para olvidarnos de que sois personas más allá del mundo escolar (aunque prefiero académico) pero quien no tiene excusa sois vosotros. Vosotros, que sois los verdaderos protagonistas del día de hoy y de vuestra historia, os juzgáis según números que nada tienen que ver con vosotros. No solamente hablo de las notas, que por supuesto forman una parte importante de vuestra identidad, sino también de la talla, la altura, el dinero que tengo. Incluso cuando te compras un IPhone, el símbolo de esta generación, lo primero que tienes que aclarar es el número del modelo. Si tienes un 4 eres un poco perdedor, con un 5 ya me quiero un poco más y con el 6 llego a clase sintiéndome francamente bien. Los números forman parte de nosotros y nos castigan frecuentemente con su aséptica exactitud. Nos recuerdan que tenemos que adelgazar, nos recuerdan que somos bajitos, nos recuerdan que llegamos tarde, nos recuerdan que no nos llega la media para esa carrera de triple grado de derecho, enfermería e ingeniería aeroespacial. Bilingüe. En chino.

Llegamos a todo tipo de extremos ridículos para satisfacer a esos números que nos tiranizan. En vez de considerarlos como medios para comprender mejor ciertas realidades físicas nos entregamos en cuerpo y alma a ellos: si algo es reducible a números nos sentimos tranquilos porque alguien podrá operar con ellos entonces y llegar a una conclusión inequívocamente científica.

No os engañéis. No sois científicos sociales. No existe tal cosa como la "ciencia social". Ese nombre es una aberración impuesta por aquellos que, celosos de los éxitos de las ciencias físicas y matemáticas, tratan de robarles prestigio añadiendo la palabra ciencia a nuestras disciplinas. Es frecuente escuchar hablar de "ciencias jurídicas", "ciencias de la información", "ciencias sociales", "ciencias económicas", etc. La manera de conseguir que se nos respete, según esta pretensión terriblemente racionalista y arrogante, es añadir números y gráficos a lo que hacemos. Pero ya hemos dicho que eso es imposible: el ser humano no se explica con números. Las humanidades (nombre correcto y verdaderamente adecuado) no buscan conocer realidades mesurables y físicas sino que apuntan a algo mucho más íntimo: nuestra alma y nuestro espíritu. Mientras caigamos en la tentación de creer que los números lo explican todo seguiremos cayendo en la tentación de creer, en último término, que el ser humano es como un protón que se puede estudiar, manipular y controlar.

Vosotros no podéis ser así. No permitáis que los números os definan, no sois un número de DNI, no sois una talla de pantalón, no sois una estatura, no sois una media en el cuaderno del profesor, no sois el mediano, el pequeño o el mayor de ocho, no sois abstracciones matematizables: sois -somos- alumnos de letras que buscamos la verdad que se oculta en nuestras almas y en el universo. Sabéis que no sabéis nada. Sabéis que sois muy poquita cosa pero que, al mismo tiempo, cada uno de vosotros es un pequeño milagro, irrepetible en la historia. Pero, por encima de todo, sabéis que en este colegio tenéis un maestro que siempre ha intentado ir más allá de esos números para darse cuenta de que sois cada uno de vosotros maravillosos e inolvidables. Y ninguna nota me convencerá de lo contrario.

Seguiremos.

sábado, 9 de mayo de 2015

Discurso de graduación 2014

Hola compañeros,

Os cuelgo el discurso de graduación del año pasado a mis alumnos que ya abandonaban el colegio. ¡Espero que os resulte de interés!

¡Saludos filosóficos!




Buenas tardes, queridos compañeros del claustro, queridos compañeros de dirección, queridas familias y, sobre todo, queridísimos alumnos de 2º de bachillerato que hoy, por fin, os graduáis.

Cuando me di cuenta de que tenía que hablar hoy en la graduación y dar un breve (os lo prometo) discurso realmente no se me ocurría demasiado de lo que hablar. Supongo que la mayoría de la gente hablaría sobre consejos para la vida. Y de un modo acertado, porque hoy empezáis a vivir por fin. Sin embargo, no conseguía dar con la tecla adecuada para el discurso. Simplemente no se me ocurrían consejos válidos para vosotros. Al final todo se reducía a "no sequéis al gato en el microondas" o "no os hagáis toreros", pero supongo que vosotros, como audiencia, aspiráis a algo un poco más edificante. De hecho, vosotros, padres y alumnos, habéis acudido en repetidas ocasiones a pedirme asesoramiento y me habéis puesto en buenos aprietos. Vosotros, mis queridísimos ex-tutorandos, sabéis lo reacio que soy a dar consejos.

He pensado mucho en esta fobia mía y me he percatado del porqué de está incapacidad para dar consejos: todos los consejos están orientados al éxito, a evitar el fracaso, y yo no me considero una persona especialmente exitosa ni con un don especial para inspirar éxito en los corazones de los que me escuchan. Un discurso basado en el éxito y el camino hacía él sonaría falso de mis labios así que no podía hablar de esa manera. Con esto en la cabeza inmediatamente se me ocurrió que quizás lo que yo estaba destinado a decir hoy era una cosa totalmente diferente. Algo que quizás sea recibido con un poco de escepticismo, pero que espero que se entienda correctamente.

Así pues mi consejo sí que va a partir de mi experiencia (una limitada y totalmente parcial experiencia, pero mía al fin y al cabo). Puede que no resulte verdadero o válido para muchos de vosotros, pero por lo menos sí que será auténtico (qué orteguiano suena esto ¿verdad?). Ahí va: os aconsejo que fracaséis. Uhm, sí parece un poco paradójico y extraño un consejo de este tipo pero me gustaría que escucharais el razonamiento antes de juzgarme muy severamente.

Mi vida está mucho más perfilada por los fracasos que por los éxitos. Los éxitos no me han enseñado nunca nada, sino que más bien han sido el producto de un aprendizaje previo. Y ese aprendizaje ha estado jalonado de fracasos que me han permitido aprender cada vez más. Es más, me atrevo a afirmar que las vidas de todos los que estamos aquí presentes (adultos incluidos) están mucho más marcadas y definidas por los fracasos que por los éxitos. Un éxito no nos deja reflexionar, un éxito no nos hace aprender nada, un éxito no nos enseña nada de nosotros mismos. El éxito está sobrevalorado.

Pero el fracaso nos fuerza a la reflexión ("¿por qué no me ha salido bien esto?"), nos fuerza a la humildad, a reconocer que no es el mundo el que conspira contra nosotros sino que todo fracaso nace en primer lugar de nosotros mismos. El fracaso (y siento repetir tanto la palabra pero no creáis que encontré demasiados sinónimos en la RAE) es la manera que tiene el mundo de decirnos que no estamos haciendo las cosas bien, que no estamos en el lugar en el que debemos estar o que los fines que buscamos y los medios que utilizamos para lograrlos no son coherentes. En definitiva, es el único momento en el que el mundo nos habla, y sobre todo, es el único momento en el que nos paramos a escucharlo.

Si os educamos para el éxito lo que únicamente vamos a conseguir es privaros de una parte tan esencial del ser humano como respirar o comer. Todos fracasamos continuamente en muchísimas tareas y muchísimas intenciones. Esa es una de las cualidades más humanas y no reconocer que todos fracasaréis en algún momento es no reconocer lo que nos hace verdaderamente humanos.

El mismo Jesús toma esta cualidad tan profundamente humana y nos la muestra con lo que parece el fracaso irremediable: la muerte. Y convierte ese fracaso en un éxito del que hoy en día seguimos extrayendo lecciones. En realidad, su mensaje cobra humanidad y fuerza al revestirse de fracaso y convertirlo en un éxito.

Además, no debemos olvidar que los conceptos de éxito y fracaso son bastante relativos. Lo que hace un año nos pareció uno de los mayores dramas de nuestra existencia hoy lo contemplamos con humor o incluso es posible que con alivio (¡menos mal que ya no salgo con ese tío!). En el momento lloraste mucho pero qué bien estás ahora. Y viceversa: lo que en el momento nos pareció un éxito, más tarde lo lamentamos como una mala decisión. Así pues, no debemos adjudicar estos conceptos a la ligera, pues el tiempo tiene la mala costumbre de ser testarudo.

Como tutor me he enfrentado en muchas ocasiones en estos dos años al fracaso y la frustración. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que si bien no creo que mis fracasos sean más numerosos que mis aciertos, sí que pesan más en mi corazón y me rondan la cabeza más a menudo, pues como decía Séneca uno siempre se lleva la mano a la herida que más le duele. Me encantaría deciros que todo siempre tiene final feliz pero no es así, sin duda debido entre otras cosas a mi imperfección humana.

A nadie escondo que está ha sido la primera tutoría de mi vida. Como he dicho, he cometido muchos errores y he sufrido varios fracasos pero de todo se aprende, y no lo habría hecho si todo hubiera salido a la perfección. En un futuro muy lejano y muy hipotético en el que me toque otra tutoría quizás haga las cosas mejor pero quizás tampoco disfrute como lo he hecho con vosotros durante estos dos años. Quizás, en definitiva, se hagan ciertas las palabras del gran Exupéry: que al primer amor se le quiere más aunque a los siguientes se les quiera mejor.

Seguiremos.

miércoles, 11 de marzo de 2015

¿Por qué el capitalismo ha vencido pero no ha convencido?

¡Hola compañeros!

En primer lugar, tengo que matizar la pregunta del título. En efecto, resulta harto dudoso que la victoria del capitalismo sea absoluta y sin condiciones, por lo que al hablar de victoria siempre hay que hablar de una victoria con muchísimas reservas (ni es absoluta, ni es global). Ni todos los países son capitalistas ni en todos el capitalismo está completamente desarrollado, sino que hay barreras estatales y legales que embridan la economía capitalista para que no se explaye completamente.

No obstante, resulta indudable que, a pesar de todo esto, el sistema económico que más éxito ha tenido a lo largo de la historia es el capitalismo. No solo ha garantizado un desarrollo tecnológico y científico sin precedentes en la historia de la humanidad, sino que ha reducido la pobreza en el mundo de forma espectacular. Por supuesto, sigue existiendo pobreza, pero ni está tan extendida como se nos quiere hacer creer (muchos países que tradicionalmente eran pobres -India, el sudeste asiático- ya no lo son tanto desde que abrazaron el capitalismo) ni es responsabilidad del capitalismo (efectivamente, siempre ha existido pobreza, pero la riqueza, la abudancia y la prosperidad son algo MUY reciente, producido a raíz de la implantación de técnicas capitalistas).

Así pues, el capitalismo ha resultado ser una técnica económica mucho más valiosa que sus alternativas. Pero sin embargo, también es una de las teorías más atacadas por la cultura y la ciencia actuales. De alguna manera, los éxitos irrefutables del capitalismo se ven ensombrecidos por una general desafección y una desconfianza hacia sus presupuestos. Parece que lo normal es criticar al capitalismo, y en las paredes se ven pintadas contra los capitalistas opresores y depredadores, mientras que no se ven pintadas contra el comunismo o la economía centralizada. Al final, da mucho prestigio posicionarse contra el capitalismo, mientras que si uno se posiciona abiertamente a favor de él enseguida se le tacha de inhumano e impresentable. ¿Por qué es esto? Apunto tres posibles razones, más intuitivas que razonadas o comprobadas científicamente.

a) Por un lado, el capitalismo tiene una forma muy peculiar de poner a las personas en su sitio. En sociedades más antiguas o con sistemas alternativos, el lugar que uno ocupa en la sociedad viene dado, principalmente, por la cuna (sociedades aristocráticas o militares) el talento (programas funcionalistas como en Corea del Norte) o un sistema de valores religiosos y morales (castas hindúes, por ejemplo). Lo que todos ellos tienen en común es que la decisión del indviduo no tiene ninguna relevancia en su estatus social. Sin embargo el capitalismo posibilita a los individuos el escalar (o descender) socialmente basándose en el puro trabajo y, por qué no decirlo, en la suerte. Es decir, el lugar que ocupes en la sociedad puede muy bien basarse en tus acciones y, por tanto, existe una responsabilidad en ello, mientras que en sociedades no capitalistas "te ha tocado" estar ahí. Aunque superficialmente pueda parecer mejor tener la posibilidad de ascender en base a tus méritos y trabajo, eso también implica que los que no lo consiguen son responsables de su desgracia. No todo el mundo está preparado para asumir eso, pues resulta más sencillo culpar al destino o al pérfido sistema que a uno mismo.

b) Los intelectuales y científicos invierten muchísimo trabajo en llegar a unas cotas de conocimiento teóricas y, siendo sinceros, su remuneración no es muy elevada. Excepto en el caso de algunos pocos privilegiados, la clase intelectual no percibe grandes rentas, sobre todo para la importancia que ellos consideran que tienen sus estudios. Por el contrario, muchos no estudiosos o incluso ignorantes ganan muchísimo dinero en el sistema capitalista (futbolistas, inversores inmobiliarios, presentadores de programas del corazón, etc.). En su opinión, su contribución a la sociedad es altísima y no se ve remunerado tal esfuerzo en una sociedad capitalista. Sin embargo, en sociedades estatistas la importancia de los intelectuales es alta, pues ejercen de voceros legitimadores del régimen, recibiendo grandes privilegios por ello. Es raro, pues, encontrar intelectuales capitalistas.

c) Se suele comparar el capitalismo real con un comunismo ideal. En un comunismo ideal todas las contradicciones del capitalismo se ven resueltas, en especial la desigualdad y las bolsas de pobreza. Cuando se intenta rebatir esto acudiendo a ejemplos históricos y reales muchos argumentan que el comunismo real no es en realidad comunismo, pues no llega a implantarse de modo perfecto. Es decir, la URSS, Cuba, China o Corea del Norte no han llegado a ser comunismos, pues no son perfectos. Claro, esta es una argumentación tramposa, pues pretender que Stalin, Lenin, Mao o Kim Il Sung no eran comunistas es una broma de mal gusto. O bien se compara el comunismo real con el capitalismo real, o bien se comparan las modalidades ideales de ambos sistemas. Lo que no tiene sentido (y es muy injusto) es mezclar lo ideal con lo real.

Se nos hace largo. Me queda pendiente una entrada sobre las preguntas urgentes a las que se tiene que enfrentar el liberalismo capitalista. Creo haber mostrado sobradamente que las alternativas a este son inadecuadas y terribles, pero no significa que el propio liberalismo este exento de problemas y acuciantes interrogantes. Es de justicia intelectual mostrar las principales preguntas y retos a los que debe enfrentarse el liberalismo. Queda pendiente.

¡Saludos filosóficos!

miércoles, 25 de febrero de 2015

¿Debe la libertad de expresión ser absoluta?

¡Hola compañeros!

Últimamente se ha venido hablando sobre todo el asunto de la libertad de expresión a raíz de los atentados en París al semanario satírico. Concretamente, se plantea si dicha libertad ha de tener límites y quién ha de determinar cuáles son esos límites, así como cuáles, de hecho, son los límites -si debe haberlos- de la libertad de expresión. Este es un tema candente y actual, sobre el que prácticamente cualquiera tiene una opinión. 

Se argumenta que deberían existir límites a esta libertad, pues faltar a la dignidad de una religión es una ofensa que no puede quedar impune. Han de existir límites a esa libertad impuestos desde la ley (es decir, desde el Estado) pues mucha gente se siente ofendida por determinados comentarios y viñetas que se publican regularmente. Estos límites han de respetarse, al igual que han de respetarse las religiones ajenas, bajo amenaza de censura, multa o directamente cárcel. Los editores que satirizan, se burlan o directamente bromean con asuntos sagrados hacen un uso excesivo e indebido de la libertad de expresión, y se aprovechan de esta para ofender, provocar e indignar impunemente a los practicantes de la religión en cuestión.

Sin embargo, resulta un punto de vista completamente arbitrario. Debemos mantener en perspectiva que la libertad de expresión no existe para que los demás digan lo que queremos escuchar o lo que nos gusta leer, sino más bien para todo lo contrario: la libertad de expresión exige necesariamente que exista la provocación, la burla y la sátira, pues todas ellas son instrumentos que posibilitan la diversidad de opiniones y la pluralidad de información. Tiene que quedar una cosa bien clara: defender la libertad de expresión no implica estar de acuerdo con todo lo que dicen quienes la practican. Eso, al fin y al cabo, es imposible: no se podría estar de acuerdo con millones de opiniones simultáneas y contradictorias a la vez.

Ofender una religión, estrictamente hablando, no es más grave que ofender a un familiar, a una opinión política o una opinión futbolística. O sí, depende, pues no deja de ser algo totalmente subjetivo. El problema es que se hace depender una libertad fundamental, ganada con mucho esfuerzo, de una sensación completamente subjetiva y arbitraria como es "la ofensa". Lo que a unos ofende a otros no les importa: ¿cuál es el criterio que ha de imponerse entonces? La decisión no deja de ser arbitraria y peligrosa porque una vez has comenzado censurando las opiniones sobre religión, ¿por qué detenerse ahí? Podríamos continuar censurando las opiniones sobre arte, política, deporte, etc. Damos armas a los políticos para vuelvan a instaurar sus particulares visiones sobre lo que es "correcto" y no lo es.

Cuando algo ofende lo más práctico y sano es simplemente mirar hacia otro lado e ignorarlo. Del mismo modo que una homilía es un mensaje para los feligreses y no para el conjunto de la humanidad (y nos parece ridiculo que determinados lobbies se sientan ofendidos por los contenidos de las homilías), lo que un semanario menor publique no deja de ser una opinión muy concreta dirigida a un grupo de lectores muy residual. 

Tener la piel demasiado fina es un defecto de nuestra sociedad, anclada en el infinito torbellino de lo "políticamente correcto". Existe, de hecho, una censura que opera en nuestras sociedades (imaginen a un personaje de la televisión diciendo que los hombres son mejores que las mujeres), pero eso es materia de otro debate. Para este, deberíamos enfrentarnos al problema haciéndonos eco de las palabras de Voltaire: "detesto lo que escribes, pero daría mi vida para que pudieras seguir escribiéndolo".



¡Saludos filosóficos!

miércoles, 11 de febrero de 2015

¿Son posibles las ciencias sociales?

¡Hola compañeros!

Soy tutor del curso de bachillerato de ciencias sociales. Eso significa que mi grupo de chicos conforma lo que se ha llamado comúnmente un bachillerato "de letras", es decir, chicos que directamente no quieren-no son capaces de- meterse en un bachillerato de ciencias puras, por lo común de mayor nivel que el otro.

No vengo hoy a hablaros de mis cuitas y penas como tutor de un curso desmotivado y en cierto modo olvidado por la educación y por la sociedad. En efecto, la sensación que permea el ambiente es la de un grupo de chicos que no valen para nada más y que han terminado ahí de rebote, porque es más fácil o porque van a estudiar ADE y Derecho, como sus padres les recomiendan (después de todo, ¿qué otra salida sensata tiene un estudiante de ciencias sociales?)... ¡He dicho que no hablaré de esto (aunque ya lo haya hecho...).

Lo que me interesa es la interesante denominación "ciencias sociales". ¿Por qué exactamente las hemos llamado así? ¿Qué peligro tiene esta categorización de este conjunto de disciplinas? Bueno, para empezar podríamos analizar qué pensamientos e ideas nos evoca la ciencia: conocimiento, rigor, control, capacidad de predicción, infalibilidad, etc. Estas son cualidades sin duda muy positivas cuando nos referimos a células o a los átomos y moléculas de los que se compone la materia pero no tengo muy claro que resulten muy aplicables al campo de lo humano y social. Trataré de explicarme.

La ciencia es capaz de formular leyes. Es lo que le otorga ese aura mística y cuasirreligiosa. Mediante esas leyes es capaz de predecir cómo se comportarán diversas partículas/fenómenos/células en un entorno determinado y con unas constantes prefijadas. Así pues, resulta del todo admirable que seamos capaces de predecir con una exactitud casi milimétrica en qué lugar del asteroide va a aterrizar la sonda que hemos enviado desde la Tierra, así como la inclinación y la velocidad. Las ciencias hacen eso: predicen, controlan y manipulan el entorno para conseguir resultados según leyes ya dadas. Ahí radica su valor.

Sin embargo, es muy cuestionable que podamos actuar del mismo modo con el ser humano. No es tan fácil formular leyes en el entorno de la sociedad humana, aunque intentos no han faltado. Desde los experimentos dialécticos hegeliano-comunistas hasta la sociología de Comte, hemos tratado de embridar la libertad humana y nuestro comportamiento en leyes que nos permitan predecir nuestro propio comportamiento y, sobre todo, manipularlo y controlarlo. Un científico social, pues, es alguien que busca las leyes que gobiernan el funcionamiento social del ser humano; leyes que más tarde pueda aplicar para tratar de influir y controlar. En definitiva, dominar.

Pero eso es imposible. Seguir intentando legislar científicamente al ser humano se muestra una y otra vez como una tarea inviable, en el mejor de los casos, y peligrosa, en los demás. la libertad humana es un quehacer continuo, un salirse del molde, un rebasamiento de límites e imposiciones. Allí donde existe una ley también existe una excepción, y si no existe, se busca. El ser humano es un mal material científico, pero un gran material artístico. La plasticidad, la flexibilidad, la hermenéutica, la crítica y el valor de estético frente a la ley absoluta y anuladora. No deja de sonar ideológico eso de las ciencias sociales...

Sueno como un romántico, lo sé. Pero creo que firmemente que el bachillerato de ciencias sociales debería intentar cambiar su nombre. Llamarlo bachillerato de humanidades me gusta más aunque siempre queda la posibilidad de llamarlo "artes sociales". No lo sé, seguimos trabajando en ello, a pesar de que es posible que lo más adecuado sea denominarlo "bachillerato económico".

O simplemente "bachillerato cajón de sastre". ¿Qué opináis?


¡Saludos filosóficos!

lunes, 2 de febrero de 2015

Esencia y existencia

¡Hola compañeros!

Hoy hablamos sobre un tema complejo y bonito. Es algo tan simple y tan obvio que parece mentira que un gran porcentaje de los filósofos a lo largo de la historia de la filosofía hayan ignorado este asunto o lo hayan desechado como un invento medieval absurdo y que carece de interés. Como nosotros no somos así vamos a darle todo el crédito que merece.

Básicamente, lo único que tenemos que recordar es la diferencia entre esencia y existencia, que no es moco de pavo. De hecho, es una distinción completamente olvidada en la modernidad, y en este olvido se fundamentan los mayores errores intelectuales que hemos venido sufriendo desde hace ya bastantes siglos. Pero fue ya en el siglo XIII un dominico llamado Tomás de Aquino quien define y distingue claramente ambos términos. ¿Qué entendemos por esencia y existencia?

La esencia es lo que una cosa es.La esencia hace de los entes algo definible y comprensible por el ser humano y si cambia de alguna manera ya lo transmuta en otro ente diferente. Un ejemplo de esto sería un 'libro'. Un 'libro' es un 'libro' porque posee la esencia de 'libro' y no de 'gato', en cuyo caso sería un 'gato'. Sé que lo que digo es muy elemental pero es importante tenerlo claro. Si ese libro es rojo o azul no nos importa en cuanto a su concepto o su esencia, que seguirá siendo 'libro'. Ahora bien si le quitamos todas las páginas difícilmente podrá seguir llamándose 'libro', pues ha perdido algo esencial en su ser. Así pues, una esencia constituye un concepto, una idea común a todos los entes que comparten esa misma esencia. Un libro no se diferencia esencialmente de otro, pues ambos comparten la misma definición. La esencia generaliza, produce abstracción y unifica.

Sin embargo no debe confundirse la esencia con la existencia. La existencia consiste en el hecho de que un ente (da igual la esencia que posea) sea. No parece cosa pequeña. En efecto, hay muchas esencias que no existen; por ejemplo, la esencia de unicornio es perfectamente definible ('caballo con un cuerno en la cara') pero carece de existencia porque no existen, de hecho, los unicornios. Existen las esencias de todos los animales mitológicos que podamos pensar, no hay duda al respecto, pero tales esencias carecen de realidad al carecer precisamente de existencia.

Así pues, el pensamiento realista adjudica mayor importancia a la existencia (o, dicho de otro modo, al Ser) que a las esencias (es decir, las Ideas). Para un filósofo realista las ideas son instrumentos útiles que nos acercan a la realidad y nos permiten conocerla adecuadamente pero no debemos nunca perder de vista el hecho de que las Ideas no dejan de ser meros instrumentos que nos acercan al Ser, a lo auténticamente real.

La modernidad idealista, y los pensamientos contemporáneos después de ella, ha olvidado esta distinción tan básica, y para ella las Ideas constituyen lo auténticamente real. Es decir, no hay separación ninguna entre la esencia y la existencia, pues todas las esencias existen de algún modo, aunque sea mentalmente. Kant llega a afirmar que no hay ninguna diferencia entre 1000€ pensados y 1000€ físicos, pues ambos se definen igual. No hay que olvidar que este tipo de planteamientos se aplicaron posteriormente a la política con resultados nefastos, pues cualquier idea se convierte súbitamente en posible y realizable por el mero hecho de ser una idea. 

En el fondo no debemos olvidar lo siguiente: no saber distinguir es no saber pensar. No matizar y simplificar es uno de los mayores fraudes intelectuales que cometemos contra la propia razón y, sobre todo, contra nosotros mismos.


Es bueno estar de vuelta.

¡Saludos filosóficos!