Hoy tenemos a un ilustre visitante entre nosotros. Directamente desde Francia nos llega un caballero de la Turena llamado René Descartes (algunos viejunos y antiguos a los que les gusta traducir los nombres dirán Renato, pero nunca fui aficionado al asunto ese de cambiar el modo en que nuestros padres nos llaman). Algunos se preguntarán por qué pego ese salto desde Aristóteles hasta Descartes (casi 2000 años de salto, not bad!). Una pregunta justa y oportuna: simplemente quiero ir pasando de la modernidad a la antigüedad alternativamente. Seguir una línea de tiempo cronológica es demasiado mainstream, y no considero que la filosofía necesite de semejantes zarandajas.
Aquí tenemos al filósofo, luciendo unas melenas que ya querrían muchos para sí
Se pasó varios años en un prestigioso centro jesuita (el colegio Henry IV) donde recibe una solidísima formación humanística en cultura clásica (¡qué tiempos aquellos en los que era una asignatura de prestigio!), latín, griego, filosofía (¡ídem!), matemáticas, etc. Supongo que los pedagogos actuales pondrían el grito en el cielo ante la evidente desatención a las competencias básicas y las inteligencias múltiples y emocionales de los niños, pero curiosamente también salían bien educados en aquel entonces (probablemente mejor que ahora, me atrevo a decir). En cualquier caso, él siempre rechazó ese tipo de educación, que consideró poco adecuada para el desarrollo de la razón.
Cuando terminó sus estudios decidió ver mundo. Hoy en día, los jóvenes insatisfechos dirigen sus miradas a ONG's variopintas en las que volcar unas frustraciones que les ayuden a sobrellevar vidas monótonas y aburridas. En aquel entonces se apuntaban al ejército, mataban a unos cuantos y se volvían con el corazón lleno de experiencias vivificantes. Descartes decide enrolarse también en el ejército, aunque en los escasos meses de invierno que permaneció acuartelado no llegó a ver ni medio combate. Más bien al contrario, se los pasó sentadito en un sillón en su tienda al lado de una estufita tan pichi.
En ese momento le sobrevinieron los famosos sueños reveladores. En ellos llega a la conclusión de que la vida que más le pega no es la del soldado, sino la del investigador, la del filósofo. Yo no habría necesitado esos sueños para darme cuenta de que no tengo madera de soldado, pero claro, tampoco soy Descartes. Producto de esos sueños escribió toda una serie de obras científicas y filosóficas (¡incluso de música!) que le hicieron inmensamente famoso en la época. La más influyente de sus obras "El Discurso del Método" todavía se lee profusamente hoy en día y continúa siendo una inspiración para todo científico e investigador que se precie. Además, como todos los franceses (hay que reconocerlo), era un escritor magnífico.
Pero con la fama también llegan los problemas. Pronto comenzó a ser investigado por los círculos eclesiásticos acerca de diferentes afirmaciones que se encuentran en sus obras. Es muy curioso que él mismo, como buen católico, nunca encontró discrepancias entre su obra y el catecismo cristiano. Sin embargo, no debían de andar muy desencaminados los inquisidores que condenaron sus obras, pues muchos de los seguidores racionalistas de Descartes abandonaron la ortodoxia cristiana impulsados por sus ideas filosóficas.
Escapando de esta situación Descartes acepta la invitación de la reina Cristina de Suecia de instalarse en Estocolmo dándole unas clasecitas. No obstante, el invierno sueco no es para tomárselo a risa, y su combinación con la delicada salud de Descartes produjo un efecto fatal en el francés: no debía de tener estufita o algo así porque falleció de neumonía a los pocos meses de llegar. O la reina era una alumna terrible y Descartes prefirió el suicidio con arsénico (algunas malas lenguas creen que fue asesinado). Conozco esa sensación de abandono cuando un alumno te pregunta algo que explicaste antes de ayer, ese sufrimiento, ese desamparo.
En cualquier caso, Descartes es uno de los pioneros de la filosofía moderna. Con él se iniciará una de las épocas más apasionantes de la cultura occidental y nuestra historia en general. A él le debemos el IPad y los ordenadores en los que leemos. Seguid atentos a las próximas entradas y averiguaréis cómo lo consiguió.
¡Saludos filosóficos!
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